(Artículo publicado en LA OPINIÓN de Murcia, 11-9-07)
Nada nos produce más zozobra y ansiedad que el saber que el ciclo de nuestra vida acaba con la muerte, inevitable. Sin embargo, parecemos inmunizados con las de nuestros semejantes, incluso cuando se producen con violencia. Como ante la anual sangría de muertes al volante y por accidentes laborales.
De enero a finales de agosto, los accidentes de tráfico se han cobrado la vida 1.845 personas. Las muertes en la carretera son aceptadas con resignación. Para evitarlas, no caben sólo medidas coercitivo-represivas y, sobre todo, la penalización que se ejerce sobre el conductor. Educación ciudadana, campañas más imaginativas, mejora de las carreteras, aumento del número de agentes (cuyas plantillas están prácticamente congeladas desde 1973) y, sobre todo, potenciación del transporte público ferroviario, sacrificado por la desviación masiva del tráfico a la carretera, podrían ser medidas que paliaran, en parte, esta sangría anual.
No menos dramáticas son las cifras de la siniestralidad laboral en España, que ostenta el triste récord del 20% de accidentes de trabajo en la Europa de los 15. Concretamente, de enero a junio 580 trabajadores han perdido la vida precisamente cuando intentaban ganársela. En esas cifras se incluyen los accidentes que se producen ‘in itinere’, es decir, en el camino hacia el puesto de trabajo. Sorprende que el sector servicios supere al industrial, es preocupante la incesante inseguridad del sector pesquero, mientras que el de la construcción absorbe el 30% del total. Ante este dramático panorama, el presidente de la Asociación de Especialistas en Prevención y Salud Laboral, Manel Fernández, ha lamentado que las empresas cumplan sólo las medidas de seguridad a las que les obliga la ley y ha añadido que el sistema preventivo actual "es caro y poco atractivo para el empresariado”. Ésa es la clave: la prevención.
Y si de prevención hablamos, quiero centrarme precisamente en las víctimas registradas en la construcción. No es de recibo que un sector que encabeza las cifras de beneficios económicos del país, que, al menos hasta ahora, ha venido ‘tirando’ de la economía, tenga un núcleo empresarial tan renuente a evitar las altas cifras de siniestralidad. Ciertos empresarios actúan más como sanguijuelas que como tales. Por ello, sindicatos y sociedad habrían de exigir la aplicación de las máximas y estrictas medidas de seguridad, pues el panorama que presenta la construcción es desalentador en ese sentido: precariedad laboral, ausencia de especialización, rotación frecuente en el empleo, subcontrataciones masivas, una inspección laboral insuficiente e ineficaz y, sobre todo, la ley del máximo beneficio por encima de la necesaria seguridad laboral.
Demasiados trabajadores dejan la vida en el tajo Y, como cada verano, también por el golpe de calor. Es sabido que esta patología afecta, sobre todo, a ancianos, niños y personas sensibles por problemas cardiovasculares y de diabetes, pero también a los jóvenes. Si un trabajador, por la codicia de los empresarios, es expuesto a altas temperaturas en horas centrales del día, la posibilidad de que se produzcan accidentes de este tipo es elevada. Es inhumana y degradante la actividad de operarios asfaltando carreteras en las horas en que el sol incide inmisericorde sobre el ya de por sí recalentado alquitrán, así como la de los albañiles trabajando sobre andamios y cubiertas de hormigón con temperaturas insufribles para el común de la gente. ¿Por qué, entonces, las empresas constructoras se niegan a la modificación del horario laboral en época estival? ¿Para cuándo una ley que establezca para la construcción y otros trabajos especialmente duros (la agricultura, entre ellos) una jornada continua de seis de la mañana hasta el mediodía? ¿Por qué no turnos de trabajos nocturnos? ¿Cuándo se van a racionalizar los convenios laborales en ese sentido? La muerte es un fenómeno inevitable. Pero hay muertes tempranas evitables.