(Artículo publicado en LA OPINIÓN de Murcia
29-12-2009)
El activista Juan López de Uralde, presidente de Greenpeace-España, pasa estos días navideños, contra su voluntad, en prisión, en la cárcel danesa de Vestre Faengsel, en régimen de aislamiento y sin juicio, hasta el próximo 7 de enero. Junto a él, Nora Christiansen y Christian Schmutz, que también fueron detenidos. Su delito: haber desplegado unas pancartas, con ocasión de la recepción que la reina de Dinamarca ofrecía a los jefes de Estado y de Gobierno asistentes a la pasada, y fallida, Cumbre sobre el Clima, en las que podía leerse “Los políticos hablan, los líderes actúan”, con las que trataban de comprometer a los líderes mundiales a la adopción de medidas urgentes para detener el calentamiento global del planeta.
El activista Juan López de Uralde, presidente de Greenpeace-España, pasa estos días navideños, contra su voluntad, en prisión, en la cárcel danesa de Vestre Faengsel, en régimen de aislamiento y sin juicio, hasta el próximo 7 de enero. Junto a él, Nora Christiansen y Christian Schmutz, que también fueron detenidos. Su delito: haber desplegado unas pancartas, con ocasión de la recepción que la reina de Dinamarca ofrecía a los jefes de Estado y de Gobierno asistentes a la pasada, y fallida, Cumbre sobre el Clima, en las que podía leerse “Los políticos hablan, los líderes actúan”, con las que trataban de comprometer a los líderes mundiales a la adopción de medidas urgentes para detener el calentamiento global del planeta.
La medida, además de sorprendente y desproporcionada, es grave. Sorprendente y desproporcionada porque, incluso sin conocer los detalles de fondo que han llevado a la Justicia danesa a la adopción de una medida tan drástica, está claro que dictar una orden de encarcelamiento por un aparente delito de opinión es algo que creíamos muy alejado del ordenamiento jurídico de un país culto y avanzado de Europa, como es el caso de Dinamarca. Y grave porque con el encarcelamiento de Juan se está sentando un serio precedente de criminalizar no sólo las ideas, sino su expresión más visible: al gran número de activistas que, básicamente a través de la adopción de acciones en red en todo el mundo, usando como medio privilegiado Internet, estaban dando puntual respuesta a lo que se sospechaba iba a ser el fracaso, una vez más, de una Cumbre incapaz de poner en marcha medidas drásticas para frenar el calentamiento global del planeta y sus secuelas: sequías, hambrunas, lluvias torrenciales y tornados en sitios inusuales, derretimiento de los casquetes polares y los glaciares, la pérdida del permafrost ártico, con la liberación de grandes cantidades de gas metano a la atmósfera, etc. Los dirigentes mundiales eran conscientes de que hemos superado los límites que la Física impone a la supervivencia de las especies vegetales y animales que poblamos el Planeta. Y esos límites tienen que ver, sobre todo, con el CO2, que supera las 350 partes por millón en nuestra atmósfera, y es el causante de los graves efectos antes descritos. Pese a ello, nada han hecho realmente para frenar esa tendencia. Los activistas por el clima, con su actitud, están permanentemente evidenciando ante todo el mundo que es imposible conciliar los intereses de un sistema económico que propicia el egoísmo colectivo como norma con la adopción de unas tenues medidas para parchear, que no para superar, ese sistema. El neoliberalismo, que no es otra cosa que la versión más moderna del capitalismo que siempre fue depredador de los recursos del planeta, es un sistema ética y socialmente insostenible. Cuando en los últimos 50 años los países ricos han destinado sólo dos billones de dólares para la Ayuda al Desarrollo, es moralmente inaceptable que, en un solo año, hayan librado nada menos que 15 billones para sanear el sistema financiero y, al tiempo, hayan opuesto tan seria resistencia para diseñar un sistema mundial más justo y solidario con las economías más pobres del Planeta.
Con el encarcelamiento de Copenhague, Europa, cuna de la Ilustración -la que alumbró con la ética kantiana la idea de una moral universal a través del “imperativo categórico”, la que difundió a todo el mundo los ideales de la libertad, la igualdad y de la felicidad para todos los seres humanos-, empieza a deslizarse, peligrosamente, por la vuelta al oscurantismo y al autoritarismo. Encerrando a la Ética entre rejas, se está diseñando un mundo en el que, de nuevo, impera la razón de la Fuerza, y no la fuerza de la Razón.