Desde mi picoesquina
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2021/05/19/15m-diez-anos-despues-51984726.html?fbclid=IwAR210ar3vvI-DzTbE4DH2YOOwdqM7URRPa_FXttTTBhB6CNwlc3T90IxbdM
Redacto
estas líneas cuando se cumplen diez años del movimiento del 15-M, una
ilusionante irrupción de aire fresco que logró trastocar los cimientos de la
vida social y política de este país. Con el trasfondo de Democracia Real Ya, y
al grito colectivo de ‘No nos representan’, cientos de asambleas se
constituyeron a lo largo y ancho de la geografía española, trascendiendo
incluso nuestras fronteras, reuniendo a miles de personas indignadas. En esos
momentos, a más de 35 años del inicio de una Transición política siempre
inconclusa, el movimiento del 15-M conectó con las ansias de regeneración
política y social de amplias capas de la sociedad española.
Como
escribí en mi artículo de LA OPINIÓN coetáneo a los hechos (7 de junio de
2011), la proliferación de asambleas populares a lo largo y ancho de nuestra
geografía reflejaba el “descontento ante la esclerosis de un sistema de
democracia representativa, que tenía su concreción más palpable en la reciente contienda
electoral, en la que más de diez millones de personas habían desertado de las
urnas”. Empero, había más motivos de fondo que explican el descontento y la
indignación de la ciudadanía.
Para empezar, y como antecedentes
inmediatos, la constatación de que, en relación con la población con títulos
universitarios, se produjo un estancamiento
relativo de las “ocupaciones-cabeza” en las empresas privadas españolas. Para
algún analista, el desajuste entre las titulaciones reales del 18% de la
población activa—sobre todo femenina— y la oferta de sólo un 5% de ocupaciones
realmente cualificadas empezó a acumular, a partir de los años noventa del
pasado siglo, una insatisfacción latente entre sectores inicialmente
beneficiarios del Estado del bienestar. Esta insatisfacción irrumpió, puntual e
inesperadamente, con las movilizaciones contra el modo que tuvo el Gobierno del
Partido Popular de gestionar el desastre ecológico del Prestige (2002) y contra
la participación en la guerra de Irak en los primeros meses de 2003.
Súmese a ello la percepción de la lacra de la corrupción urbanística rampante y
las medidas de ajuste anunciadas por José
Luis Rodríguez Zapatero, tras su regreso de un viaje a Londres en mayo de
2010. El expresidente socialista adelantó que España iba a cumplir con las
políticas de austeridad exigidas y, al igual que todos los demás gobiernos del
entorno, se mostraba dispuesto defender los intereses de las oligarquías
financieras causantes de la crisis de 2008. La indignación contra los bancos
aparecía, así, junto con el rechazo de la corrupción, como el segundo motivo
más importante para nutrir las asambleas del 15-M, sin olvidar las protestas
contra el sistema electoral vigente, el bipartidismo y la clase política en su
conjunto (‘No nos representan’).
En mi artículo citado arriba,
escribía entonces: “Pese a la incertidumbre sobre el futuro más próximo de éste
[movimiento], una cosa es cierta: las personas acampadas del 15-M están
haciendo evidente la emergencia de un auténtico poder popular que golpea los
cimientos del poder político y económico hasta ahora vigente, insensible, no
sólo a los estrechos límites del actual marco democrático, sino a asuntos tan
lacerantes como el paro, la precariedad laboral, el incremento de las desigualdades
sociales, los desahucios y los injustos rescates a unos bancos que siguen
obteniendo ingentes beneficios cuando la crisis golpea con tal saña a amplios
sectores populares”.
Porque, en el fondo, la verdadera revolución que representó
el 15-M no fue tanto la irrupción de nuevos partidos (hay quien pone en
cuestión que el nacimiento de Podemos o de Ciudadanos sean el resultado directo
de ese movimiento popular de protesta), sino la constatación de que existían nuevas
formas de relacionarse con los electores o nuevos modelos de gestión; tras
varios años de un evidente divorcio entre la ciudadanía y la ‘clase’ política,
varias generaciones de jóvenes (y no tan jóvenes), llenando las plazas de
España, dieron carta de naturaleza a una actividad, la participación en
política, que hasta entonces consideraban, por supuesto erróneamente, ajena a
sus intereses.
QUÉ QUEDA DE
AQUEL MOVIMIENTO
En opinión de Javier Gallego, en artículo reciente, el 15-M fue un terremoto del que aún vemos las secuelas: de la oleada feminista a la respuesta ultra, del fin del bipartidismo al gobierno de coalición, de la crisis del régimen a la crisis catalana, impulsó la abdicación del rey, provocó la aparición de nuevos partidos; ha dado lugar al Parlamento más plural y al gobierno más progresista de la democracia, la primera coalición izquierdista desde la República. Pedro Sánchez no hubiera tomado el timón del PSOE ni hubiera girado a la izquierda sin la influencia del 15-M que dio lugar a Podemos y las confluencias. También, según este analista, la revuelta popular catalana fue una réplica de demanda democrática frente al agotamiento de la Transición.
El investigador Armando Fernández Steinko, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, cree, sin embargo, que la situación es hoy completamente distinta tras el viraje político que supuso el proceso independentista en Cataluña y la pandemia. “Se ha generado un nuevo ciclo que se sobrepone al 15-M; aquel ímpetu se ha atemperado mucho y se ha diluido porque la dinámica social no tiene nada que ver”, argumenta.
Pero, ¿qué opinan algunos de los políticos que fueron protagonistas directos aquella experiencia? He aquí algunas opiniones expresadas en un artículo del Heraldo de Aragón.
Para Íñigo Errejón, con el 15-M se abrió una brecha entre ‘la gente’ y ‘los que mandan’. Aquella irrupción popular creó un clima político en España que permitió diferentes experiencias políticas y electorales, del primer Podemos a las experiencias municipalistas de 2015 o incluso la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE . Pero, hoy, a una década, “parece que atravesamos un clima contrario, de ofensiva cultural de los reaccionarios que no quieren radicalizar la democracia sino estrecharla”.
En opinión de Juan Carlos Monedero, profesor de Ciencia Política y cofundador de Podemos, el 15-M fue un movimiento que nació sin memoria, sin estructura, sin programa y sin liderazgo, y estos cuatro aspectos fueron la clave de su éxito. El nacimiento de Podemos y el consiguiente fin del bipartidismo, las exigencias de mayor participación política, la censura a la monarquía, la ira frente a los bancos, el desprecio ante la corrupción, las críticas a los medios de comunicación, una nueva ola del feminismo, el impulso al ecologismo son todos elementos nacidos de ese grito compartido de indignación.
A 10 años de aquella experiencia asamblearia, parece oportuno retomar aquel espíritu de un 15-M que llenó de esperanza y de espíritu reivindicativo las plazas y pueblos de España, porque, como nos alerta Javier Gallego, “el 15M ha tenido sus réplicas en las mareas y, sobre todo, en el tsunami feminista, pero lógicamente también su reacción en contra. Vox es el 15-M de la derecha. Es la respuesta ultraconservadora al progreso y al gobierno de izquierdas, a la crisis del régimen y de Cataluña. Es el negacionismo frente al feminismo y al ecologismo”.
Diego Jiménez García. Profesor de Historia