(Inserto aquí mi artículo de La Opinión de hoy, con algunas correcciones de estilo y tipográficas, a partir de la detección de algunos errores en el texto original,, añadido que va en negrita y cursiva.)
El periodista y escritor Carlos Hernández de Miguel (al que más abajo me referiré), en un artículo publicado en eldiario.es afirmaba que nuestros políticos de la democracia han tardado 41 años en darse cuenta de que Franco, uno de los mayores sátrapas de la Historia reciente, no merecía el honor de yacer en un mausoleo construido expresamente para ensalzar su 'obra'. Durante estos años de democracia tutelada inicialmente por los aparatos residuales del franquismo, y que nació de un Transición bajo la amenaza permanente del ruido de sables, está claro que no se ha logrado romper del todo las amarras con ese aciago periodo de nuestra Historia. En el debate del Congreso de días pasados, que aprobó una Proposición no de Ley con un carácter meramente simbólico, el diputado Xabier Domènech resumía la situación afirmando que no podemos considerar a España un Estado de Derecho mientras no se anulen los juicios sumarísimos y las sentencias extrajudiciales de la dictadura que llevaron a la muerte a miles de personas.
La sociedad española no ha logrado aún desprenderse del miedo inculcado durante décadas de manipulación y tergiversación de nuestra Historia contemporánea, pero parece recobrar el aliento en virtud del empuje reivindicativo, hoy, de las asociaciones memorialistas. Aunque, todo hay que decirlo, en paralelo ha surgido todo un movimiento revisionista que tiene su expresión, por poner unos ejemplos, en las obras de Pío Moa, Pérez Reverte y, más recientemente, en el libro 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, del que son autores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, obra desmontada, sin embargo, punto por punto, por José Luis Martínez, catedrático de Historia de la UAB.
Está claro que la llegada al poder del Partido Popular ha supuesto un freno respecto de los tímidos avances que se dieron en los siete años anteriores. Dos hechos preocupantes: en mayo de 2013, la delegada del Gobierno en Cataluña participó en un homenaje a los voluntarios de la División Azul. Ese mismo mes, el PP utilizó su mayoría parlamentaria para evitar que el Congreso de los Diputados declarara el 18 de julio como 'Día de la condena del franquismo', tal y como pedía Izquierda Unida.
En ese contexto, los aparentes gestos del Gobierno, indudablemente de cara a la galería, para recordar a las víctimas del franquismo han caído hasta la fecha en saco roto. Un ejemplo. García Margallo, exministro de Exteriores, no tuvo empacho alguno en prometer en mayo de 2015, en Mauthausen, con motivo del setenta aniversario de la liberación de ese campo de exterminio, que el Gobierno rendiría un homenaje a las más de 9.000 personas deportadas a ese campo y a otros, como Gusen, Buchenwald, Ravensbrück (un campo sólo para mujeres)... de las que murieron más de 5.500. Promesa incumplida hasta la fecha, pese al visto bueno del Parlamento.
Otro ejemplo nos sitúa en el evidente desprecio del Estado hacia la España del exilio republicano. Tras la inauguración en París, en mayo de 2014, por parte de la alcaldesa Anne Hidalgo, del Jardín de la Nueve (una compañía totalmente española que, al mando del general Leclerc, liberó esa ciudad en el verano de 1944), tuvo que ser la alcaldesa de Madrid, y no el Estado, la que hiciera lo propio hace unos días. En el homenaje, Manuela Carmena estuvo acompañada de familiares de aquellos republicanos heroicos; de la alcaldesa de París; de Rafael Gómez, el único superviviente de La Nueve, y de Eveleyn Mesquida, autora precisamente de La Nueve, entre otras personas. El acto culminó con el depósito de las cenizas de otro héroe de esa compañía, Luis Royo, en la Almudena de Madrid.
Quienes propugnamos que el franquismo quede enterrado definitivamente, para lo que es esencial no caer en el olvido, somos tildados inmediatamente de revanchistas. Nada más lejos de la realidad. No tenemos ningún reparo en reconocer los errores del periodo republicano y de la Guerra Civil, y las indudables acciones de venganza cometidas por unos y por otros. Pero sin que ello implique olvidar que, cuantitativa y cualitativamente, fue más abominable y atroz la represión llevada a cabo por el régimen franquista. De ahí que sean necesarios actos explicativos y mucha labor pedagógica para que esta ominosa etapa de nuestra Historia (por cierto, bastante ausente de los libros de texto, en los que no figura nada del exilio republicano y la represión franquista) no quede en el olvido.
En la noche del pasado jueves, la Asociación de Memoria Histórica de Murcia organizó un encuentro con Carlos Hernández de Miguel, que impartió una emotiva charla reseñando aspectos de su obra, arriba citada, Los últimos españoles de Mauthausen y, la más reciente, Deportado 4443, un libro con formato de cómic, ilustrado por Ioannes Ensis, y que versa sobre la figura de su tío, Antonio Hernández Marín, ya fallecido, uno de los deportados a Mauthausen. Obras como éstas son imprescindibles para conocer la tragedia de los exiliados republicanos, los grandes olvidados de la democracia. Un total de 420 murcianos, de los que murieron 254, fueron llevados a los campos de exterminio nazis. Como dijo el joven historiador Víctor Peñalver, que presentó el acto arriba citado, tenemos pendiente un reconocimiento en nuestra Región hacia ellos.
La sociedad española no ha logrado aún desprenderse del miedo inculcado durante décadas de manipulación y tergiversación de nuestra Historia contemporánea, pero parece recobrar el aliento en virtud del empuje reivindicativo, hoy, de las asociaciones memorialistas. Aunque, todo hay que decirlo, en paralelo ha surgido todo un movimiento revisionista que tiene su expresión, por poner unos ejemplos, en las obras de Pío Moa, Pérez Reverte y, más recientemente, en el libro 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, del que son autores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, obra desmontada, sin embargo, punto por punto, por José Luis Martínez, catedrático de Historia de la UAB.
Está claro que la llegada al poder del Partido Popular ha supuesto un freno respecto de los tímidos avances que se dieron en los siete años anteriores. Dos hechos preocupantes: en mayo de 2013, la delegada del Gobierno en Cataluña participó en un homenaje a los voluntarios de la División Azul. Ese mismo mes, el PP utilizó su mayoría parlamentaria para evitar que el Congreso de los Diputados declarara el 18 de julio como 'Día de la condena del franquismo', tal y como pedía Izquierda Unida.
En ese contexto, los aparentes gestos del Gobierno, indudablemente de cara a la galería, para recordar a las víctimas del franquismo han caído hasta la fecha en saco roto. Un ejemplo. García Margallo, exministro de Exteriores, no tuvo empacho alguno en prometer en mayo de 2015, en Mauthausen, con motivo del setenta aniversario de la liberación de ese campo de exterminio, que el Gobierno rendiría un homenaje a las más de 9.000 personas deportadas a ese campo y a otros, como Gusen, Buchenwald, Ravensbrück (un campo sólo para mujeres)... de las que murieron más de 5.500. Promesa incumplida hasta la fecha, pese al visto bueno del Parlamento.
Otro ejemplo nos sitúa en el evidente desprecio del Estado hacia la España del exilio republicano. Tras la inauguración en París, en mayo de 2014, por parte de la alcaldesa Anne Hidalgo, del Jardín de la Nueve (una compañía totalmente española que, al mando del general Leclerc, liberó esa ciudad en el verano de 1944), tuvo que ser la alcaldesa de Madrid, y no el Estado, la que hiciera lo propio hace unos días. En el homenaje, Manuela Carmena estuvo acompañada de familiares de aquellos republicanos heroicos; de la alcaldesa de París; de Rafael Gómez, el único superviviente de La Nueve, y de Eveleyn Mesquida, autora precisamente de La Nueve, entre otras personas. El acto culminó con el depósito de las cenizas de otro héroe de esa compañía, Luis Royo, en la Almudena de Madrid.
Quienes propugnamos que el franquismo quede enterrado definitivamente, para lo que es esencial no caer en el olvido, somos tildados inmediatamente de revanchistas. Nada más lejos de la realidad. No tenemos ningún reparo en reconocer los errores del periodo republicano y de la Guerra Civil, y las indudables acciones de venganza cometidas por unos y por otros. Pero sin que ello implique olvidar que, cuantitativa y cualitativamente, fue más abominable y atroz la represión llevada a cabo por el régimen franquista. De ahí que sean necesarios actos explicativos y mucha labor pedagógica para que esta ominosa etapa de nuestra Historia (por cierto, bastante ausente de los libros de texto, en los que no figura nada del exilio republicano y la represión franquista) no quede en el olvido.
En la noche del pasado jueves, la Asociación de Memoria Histórica de Murcia organizó un encuentro con Carlos Hernández de Miguel, que impartió una emotiva charla reseñando aspectos de su obra, arriba citada, Los últimos españoles de Mauthausen y, la más reciente, Deportado 4443, un libro con formato de cómic, ilustrado por Ioannes Ensis, y que versa sobre la figura de su tío, Antonio Hernández Marín, ya fallecido, uno de los deportados a Mauthausen. Obras como éstas son imprescindibles para conocer la tragedia de los exiliados republicanos, los grandes olvidados de la democracia. Un total de 420 murcianos, de los que murieron 254, fueron llevados a los campos de exterminio nazis. Como dijo el joven historiador Víctor Peñalver, que presentó el acto arriba citado, tenemos pendiente un reconocimiento en nuestra Región hacia ellos.
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