Desde
mi picoesquina (La Opinión de Murcia, 30-05-2017)
Recientes aún las imágenes de
la última masacre terrorista en Manchester, con sus terribles secuelas de
víctimas inocentes, quiero invitarles a que compartan conmigo una serie de
reflexiones.
Refiriéndonos a Europa, sólo en
estos dos últimos años la sinrazón yihadista ha producido más de 430 víctimas
mortales. Pero frecuentemente los medios de comunicación occidentales hablan
poco del terrorismo de otras zonas. El Observatorio de atentados yihadistas nos
advierte que, a finales del pasado año, éste estaba presente en 22 países de
Asia, África y Europa. Sólo en el mes de diciembre pasado, se registraron 113
atentados con un saldo de 823 víctimas mortales, con actos tan repulsivos como
el de Madagili, (Nigeria), el día 9 de ese mes, en que dos niñas con explosivos
adosados a su cuerpo provocaron la muerte de 46 personas, en acción reivindicada
por Boko Haram, y el de Adén (Yemen), en
que las acciones del ISIS en agosto y diciembre de ese año provocaron más de
12o muertes.
Primera consideración, pues: el
terrorismo yihadista es un fenómeno global, que sólo ha sido percibido como un
peligro real cuando ha empezado a afectar a Europa, pero con un tratamiento
informativo que deja mucho que desear. En ese sentido, es interesante la reflexión
del filósofo Peter Sloterdijk, que vincula el terrorismo con la cultura del entretenimiento, del
espectáculo, lo que viene a suponer una cierta banalización del terror y el
sufrimiento. En opinión de este autor, a la hora de informar de estos horribles
atentados importa más el relato que la imagen, es decir, lo que mantiene
hipnotizado al público es la narración que trasmiten puntualmente los
diferentes canales. Eso es lo que buscan los terroristas: que cale en la
población su relato de sangre y terror, que sólo nos preocupa cuando nos golpea
de cerca. Por ello cuando estos hechos
luctuosos suceden a miles de kilómetros de aquí el impacto emocional y
mediático es mucho menor, cuando no está ausente. Baste
decir que las guerras provocadas por la agresiva política exterior
norteamericana y europea en Afganistán, Iraq y Libia han provocado la muerte de
más de 4 millones de seres humanos, según nos recuerda el politólogo británico Nafeez Mosadeeq Ahmed, cifra a la que
habría que añadir las más de 250.000 víctimas mortales de la guerra de Siria y
el desplazamiento forzoso de 5 millones de personas. Sin embargo, la indiferencia de la ciudadanía
europea ante este drama –al igual que ante el de los refugiados- es lo habitual.
Es obligado, por lo demás,
pararse a pensar en otro aspecto del fenómeno terrorista: la autoría de esos
horribles crímenes. Los analistas vienen preguntándose qué lleva a estos
jóvenes, muchos de ellos nacidos y educados aquí, a estar dispuestos a
inmolarse. Si nos atenemos a Salman
Abedi, nacido en Europa de padres libaneses y al que se le tribuye la
masacre de Manchester, quizás es que nunca se haya sentido de aquí ni de allá.
Por ello, muchos de estos chicos desarraigados, pobres, marginados y poco
integrados en sus sociedades de adopción se sienten tentados y atrapados
fácilmente por las redes terroristas.
Otro asunto de ineludible cita
es el que se refiere al tráfico de armas, de las que son los mayores
exportadores los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad (a España
le cabe el ‘honor’ de encabezar ese ranking, situándose en octavo lugar), armas
que mayoritariamente van a parar a zonas ‘calientes’. El negocio del tráfico de
armas es el segundo en importancia a nivel mundial, tras el del narcotráfico. Y
recordemos que las armas se fabrican para ser usadas. Por eso, cuando, aquí, en
la rica Europa, experimentamos de cerca el horror, sintiéndonos, al menos por
unos días, en estado de shock, hemos de recordar que, gracias a las armas que
fluyen con profusión de manera ‘legal’ o por medio del contrabando, la muerte
es visitante asidua, en proporciones muchos mayores, en otras partes del
mundo.
En ese contexto, el reciente
acuerdo de Donald Trump con Arabia
Saudí para la venta de armamento a ese país por importe de 110.000 millones de
dólares, seguido de otro para combatir el terrorismo, y sus apelaciones a la
búsqueda de la paz nos parecen actos de hipocresía pura y dura. La monarquía
saudí no sólo no respeta los derechos humanos, sino que ha venido sosteniendo
en Siria a algunos grupos terroristas que combaten a El Assad, sigue siendo el
aliado preferente de EEUU, junto con Israel, para frenar el expansionismo iraní
en Siria y Yemen, y acoge en su territorio al fundamentalismo wahabí, la
‘escuela’ de muchos grupos yihadistas.
Armas que destruyen viviendas.
Armas que siegan vidas. Por ello, siempre habrá alguien que, aleccionado y
manipulado convenientemente por otros, esté dispuesto a la venganza. Y por
ello, mientras el objetivo de la política exterior de EEUU y la OTAN sea el desestabilizar
esos países, por puro interés geoestratégico, el odio y el rencor, de allí o de
aquí, seguirán siendo un perfecto caldo de cultivo para el terrorismo
yihadista. Pero Occidente mira para otro lado.
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