http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/03/21/geopolitica-11m/815171.html
Hace unos días, la prensa destacó la unanimidad de todas las fuerzas políticas en el homenaje a las víctimas de los horribles atentados yihadistas que el 11 marzo de 2004 causaron la muerte de 193 personas de distintas nacionalidades en Madrid. La aparente unanimidad en la condena de esos horribles crímenes no esconde, sin embargo, el hecho evidente de que señalados dirigentes del PP, partido que inicialmente atribuyó interesadamente la autoría de aquéllos a ETA, no han cesado durante estos años de alentar la teoría de la conspiración para justificar esa masacre, pese a que recientemente la Fiscalía de la Audiencia Nacional no ha encontrado motivos para la reapertura del caso.
Y es que quienes alientan esas teorías conspiranoicas omiten interesadamente que estos atentados de marzo de 2004 tuvieron indudablemente mucho que ver con una guerra ilegal que se inició en 2003, también en marzo, con la invasión de Irak por parte de una coalición de países entre los que se encontraba España. Y de aquellos polvos, estos lodos. Es sabido que de los restos del derrotado Ejército de Saddam Hussein surgió el Daesh, el llamado Estado Islámico, que, al día de hoy, se extiende por territorios del norte de Irak y Siria. Hecho incontestable que, muy a menudo, es ignorado por quienes, no sólo en España sino en el resto del mundo, apelan a la necesidad de unificar esfuerzos para derrotar al terrorismo islamista. Otro elemento a tener en cuenta: en los países árabes, al distinto peso de las diferentes adscripciones religiosas, que es una de las causas de los conflictos y de la inseguridad de la zona, hay que añadir la responsabilidad histórica de Occidente, al diseñar unas fronteras nacionales que, más que a dotar de seguridad a la región, respondieron al juego de equilibrios de las potencias coloniales.
Desde la caída de las Torres Gemelas en 2001, el terrorismo yihadista, que tiene como objetivo sembrar el terror y desestabilizar a Occidente, ha venido golpeando sucesivamente en Madrid, Londres, París, Bruselas, Niza... ¿Hemos extraído conclusiones del porqué de esa espiral de terror? Parece que no. Las respuestas no han hecho sino ahondar la crisis. Un ejemplo reciente. Desde que también en marzo de 2011 (como ven, marzo, hace honor al dios de la guerra que le da nombre) se inició la guerra de Siria, países como EE UU y Francia han venido ayudando política, económica y mediáticamente al Daesh, pues en estos años el gran enemigo a batir ha sido, ante todo, el presidente sirio Bashar el-Assad. También han prestado su apoyo a quienes denominan 'rebeldes moderados', vinculados a Al Qaeda, como el grupo Al Nusra, y entre los cuales, tras la caída de Alepo oriental, se detectó también curiosamente la presencia de combatientes mercenarios de países occidentales. Situaciones que resultan más sangrantes cuando sabemos, además, que un país aliado de Occidente, Qatar, el país patrocinador del Barça, apoya abiertamente a Al Nusra y otros grupos, y que otro aliado, Arabia Saudí, hace lo propio con el Daesh.
Respecto de Turquía, país miembro de la OTAN y declarado enemigo de Siria, sabemos que alberga dentro de su territorio campamentos de Al Nusra y del Daesh y que tanto el Ejército turco como la policía de ese país franquean el paso de convoyes de armas y terroristas hacia Siria, situación que contrasta con la represión que ejerce sobre la población kurda.
Es evidente que la geopolítica de estos años, que tiene en esa región como principal objetivo el control de los recursos petrolíferos, ha contribuido a que las potencias occidentales instauren en la región Estados fallidos (Irak, ahora Siria, como antes lo fue también Libia) con bandas criminales que se disputan el poder y el territorio impidiendo la consolidación de estados laicos. El fracaso del panarabismo socialista de Nasser, auspiciado también por las potencias occidentales, es un precedente a tener en cuenta.
Por si ello fuera poco, la situación en ese tablero de ajedrez del mundo se complica por la aparición en escena de Rusia, cuyos intereses estratégicos chocan abiertamente con los occidentales, sin olvidar la vieja rivalidad de Irán y Arabia Saudí por la supremacía de la región del Golfo Pérsico. En el caso del conflicto sirio, el apoyo explícito de Irán, la gran potencia chií, a Bashar el Assad no sólo despierta la enemistad de Arabia Saudí, país en el que la escuela wahabí profesa un indisimulado odio a los chiíes, sino que propicia el apoyo de la monarquía alauita, antes citado, a los grupos rebeldes que actúan en Siria.
Con estas consideraciones, la pregunta es evidente: ¿Los países occidentales contribuyen con la guerra que libran en Oriente Próximo a garantizar nuestra seguridad? Un dato para la reflexión: tras los sangrientos atentados de Madrid, el mismo Zapatero, con la posición favorable de ERC, ICV y Equo, intervino en Libia para derrocar a Gadaffi, para lo que apoyó a los insurrectos libios. Al mismo tiempo, destacados jefes de éstos estaban siendo investigados en España por su relación con aquellos horrendos atentados del 11M.
Una vez más, la geopolítica.
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