Ya peino canas, por lo que
puedo decir que he estado ilusionado desde siempre, desde la Universidad
primero, desde la actividad vecinal, desde el sindicalismo y desde un
posterior, y breve, paso por la actividad política, por la posibilidad de que quienes nos
consideramos de izquierdas (sí, de izquierdas, ¡no pasa nada por admitirlo!)
pudiéramos unir nuestras fuerzas para
llegar al poder y evitar el sufrimiento de tanta gente. Por ello, hace
unos días recibí con relativa satisfacción la consolidación de una candidatura
ciudadana de unidad popular para intentar gobernar el Ayuntamiento de Murcia.
Y digo relativa porque no me ha
gustado que, al contrario que en Barcelona, Cambiemos
Murcia haya surgido como una coalición en la que se ocultan las siglas. Por
eso entiendo el cabreo de algunos y algunas por esa extraña fórmula y la no adhesión a la misma de alguna
formación política, que también había trabajado por la unidad. Y no me sirve la justificación de que, con
ello, se trate de enfatizar el carácter de candidatura ciudadana. ¿Acaso los y
las militantes de las distintas formaciones políticas que han dedicado parte de
su tiempo y esfuerzo para lograr la confluencia no ostentan el carácter de
ciudadanos? ¿Alguien va a negarles el haber estado codo con codo, con las
distintas plataformas y movimientos sociales, en las manifestaciones y luchas de
la Región en los últimos años? En ellas hemos coincidido. A nadie allí se
rechazaba por su adscripción partidista. ¿Por qué ese hecho es ahora un
impedimento para dar cuerpo a una coalición en la que el futuro votante pueda
identificar las opciones que la fortalecen?
He leído algunos de los
documentos de ‘Claro que Podemos’. Y de esa lectura he colegido algo que a
muchas personas resulta evidente: obnubilados en parte por el ascenso
fulgurante que le otorgan las encuestas (hoy frenado en virtud de la reacción
de quienes, usando de artimañas mil, intentar desautorizar a esta opción
política), las personas dirigentes de Podemos, al menos a mí me lo parece,
muestran menos generosidad que algunas formaciones que no han dudado en
renunciar a sus siglas en aras de la unidad. Concretamente, en el Documento
Político-Organizativo, en el apartado relativo a las elecciones autonómicas de
mayo de 2015, se afirma: “Podemos considera que el presente momento [político]
exige mayor audacia, con un proyecto político transversal del unificación del
campo popular golpeado por la crisis”. Hasta ahí de acuerdo. Pero esa ‘unificación
del campo popular’ pasa inexcusablemente, según dice este documento, por
“explorar la hipótesis Podemos como herramienta de confluencia popular”, en la
medida en que “la ciudadanía quiere
votar a Podemos en las elecciones autonómicas de la Región de Murcia, pues
reconoce que es un espacio de confluencia de múltiples sensibilidades
sociales”. Esta última afirmación no deja de reflejar una postura excluyente,
pues se omite que hay otras organizaciones (sociales y políticas) que desean preservar
su propia identidad, no diluyéndose en Podemos, y que poseen la misma
legitimidad social para aspirar al deseado cambio. Hablo, a título de
ejemplo, de Equo, CLIAS, IU-Verdes,
Republicanos… organizaciones que no tienen por qué ver en Podemos el único
espacio de confluencia, hasta el extremo de quedar diluidas en él.
Podemos refleja en el Documento
Político-Organizativo que “la ley electoral murciana, diseñada para reducir la
pluralidad política, genera una masa enorme de voto útil, quedando porcentajes
significativos de votantes sin representación”. Con esta dificultad añadida, es
difícil creer que Podemos, que se erige en la casi exclusiva fuerza de
oposición al régimen de 1978 y su casta, pueda llegar a desplazar en solitario al
PP de las instituciones de la Región.
Hay que seguir intentándolo.
Aún estamos a tiempo de consolidar una candidatura autonómica que una las
fuerzas de Ganemos y Podemos, pero en la que todas y todos se vean
representados. Y en la que el votante identifique claramente sus preferencias. Admitido
el hecho de que nadie –en contra de lo que dijo Monedero hace unos meses en Murcia- desea contar con Podemos como
un ‘salvavidas’ al que asirse, admitamos también, como dije arriba, la
legitimidad de otras fuerzas políticas para trabajar por el cambio. En el
pasado debate del estado de la Nación, IU, una formación política que, quiérase
o no, ha de contarse como aliada de Podemos, demostró que cuenta con un
candidato, Alberto Garzón -que
noqueó claramente a Rajoy-, nada
representativo de las viejas formas de hacer política, y que quiere abrirse
paso en una IU renovada pero que aspira a preservar su identidad. Igual que los
demás.
En el Documento de Principios
Políticos, Podemos deja abierta la puerta a la posibilidad de que, a
petición de al menos un 10% de personas inscritas, se pueda decidir
en un territorio determinado concurrir con marca propia o enmarcados en
agrupaciones diversas. Pensemos en la fuerza que podemos desplegar en perfecta
sintonía. En coalición, sí. Con una ‘sopa de siglas’, como en Barcelona, ¿por
qué no? Hay que seguir faenando por la confluencia, sí. Pero no así.
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