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"¿Cómo se ha llegado a esta situación? De entrada, parece claro que la miopía occidental para comprender los graves conflictos políticos y sociales que aquejan a los países árabes constituye el perfecto caldo de cultivo para el fortalecimiento de estos fundamentalismos. Pero hay otros factores..."
DIEGO JIMÉNEZ Las imágenes, afortunadamente censuradas, de un yihadista dispuesto a decapitar en Siria al periodista norteamericano James Foley dieron en estos pasados días de agosto la vuelta al mundo. El trágico final de este corresponsal de guerra, al que acaba de seguir el del también periodista Steven Sotloff, se suman a tantas y tantas acciones del fundamentalismo islámico que, desde aquellos atentados de las Olimpiadas de Munich, de 5 de septiembre de 1972, en que murieron nueve atletas israelíes y cinco terroristas, han ido salpicando el planeta. El yihadismo hacía acto de presencia añadiendo más inseguridad a un mundo dominado entonces por la confrontación derivada de la Guerra Fría. Hoy, cuarenta años después de aquel atentado, Occidente se enfrenta a un enemigo, antes difuso, pero ahora omnipresente en regiones de Asia y África. ¿Cómo se ha llegado a esta situación?
De entrada, parece claro que la miopía occidental para comprender los graves conflictos políticos y sociales que aquejan a los países árabes constituye el perfecto caldo de cultivo para el fortalecimiento de estos fundamentalismos. Pero hay otros factores. Recordemos algunos.
El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, presidente de un Egipto que entonces se movía en la órbita soviética, dispuesto a consolidar su particular panarabismo, combatió duramente al recién constituido grupo de los Hermanos Musulmanes. Los mismos que el pasado verano, y merced a un golpe de Estado, fueron desalojados del poder. En el derrocamiento del presidente Mursi destacó un Ejército egipcio financiado generosamente por Estados Unidos, con una suma anual de 10.000 millones de dólares (Olga Rodríguez, Yo muero hoy). Desde entonces, la inestabilidad y los recelos hacia Occidente se han apoderado del país.
En Argelia, una revuelta juvenil en Argel, en 1988, está en el origen del nacimiento del Frente Islámico de Salvación (FIS), organización legalizada en 1990. En las elecciones generales de 1991 obtuvo, en la primera vuelta, un apoyo electoral del 24%, lo que provocó un autogolpe del presidente Chadi Benyedid, que llevó al país al estado de excepción y a la anulación del proceso electoral. El país se sumergió entonces en unos años de larvada guerra civil y en un baño de sangre. La mano de la CIA estaba detrás de dichos hechos.
En el caso libio, el derrocamiento de Gadaffi tras la intervención de la OTAN „con la colaboración de grupos fundamentalistas islámicos„ no esconde el hecho del necesario control del petróleo „como en Irak„ por unas compañías norteamericanas desplazadas del país en virtud de los acuerdos del coronel con empresas petrolíferas europeas. Ello llevó, como en Irak, a la actual desestabilización del país y al creciente sentimiento de odio hacia Occidente por parte de amplios sectores de su población.
Patrick Cockburn nos muestra la hipocresía que adorna la intervención estadounidense en relación con el auge del fundamentalismo salafista. Según este autor, tras dejar devastado el país por la guerra de 2003, Estados Unidos está realizando de nuevo en Irak ataques aéreos y enviando asesores e instructores para tratar de contrarrestar el avance del Estado Islámico de Irak y Siria (más conocido como ISIS) en Erbil, la capital de Kurdistán.
Pero la política de Washington en relación con Siria es exactamente la contraria: en este país los principales adversarios del ISIS son el Gobierno sirio y los kurdos sirios en los enclaves del norte. Aun así, la política de Estados Unidos, de Europa, de Arabia Saudita y de los estados árabes del Golfo es el derrocamiento del presidente Bashar al-Assad. Como ése es el mismo objetivo del ISIS y los demás yihadistas que están combatiendo en Siria, si cayera Assad, se beneficiaría el ISIS. Por lo que pronto el nuevo califato se podría extender desde la frontera iraní hasta el Mediterráneo. La única fuerza que podría hacer que esto no sucediera es el Ejército sirio.
Cockburn afirma que los Gobiernos occidentales y sus fuerzas de seguridad tienen una visión muy estrecha de la amenaza yihadista y la atribuyen solo a los grupos controlados por la Al Qaeda. Pero se pretende ocultar que el núcleo de Al Qaeda, al decir de este politólogo, es hoy «más que una organización, una idea». Aunque la actitud de Estados Unidos hacia ese grupo ha fluctuado en función de sus intereses estratégicos. La decisión clave que permitió la supervivencia de Al Qaeda, y más tarde su expansión, se tomó en las horas posteriores a los atentados del 11S. Bin Laden era integrante de la elite saudí y su padre había estado estrechamente asociado con la monarquía de Arabia Saudita. El informe oficial del 11S, citando a su vez un informe de la CIA de 2002, dice que Al Qaeda se financiaba gracias a una variedad de donantes y fundaciones, principalmente de los países del Golfo y particularmente de Arabia Saudita, aliados, como se sabe, de Estados Unidos.
Parece claro que, en la actual lucha por la hegemonía, y ante la emergencia del bloque chino-soviético, Estados Unidos está dispuesto a preservar sus áreas de influencias propiciando regímenes afines en los países de su órbita. Ello está, desde luego, detrás de crisis recientes, si no alentadas, sí apoyadas directa o indirectamente por Estados Unidos. Aunque ello haya alimentado los tentáculos de la hidra yihadista, colaboradora necesaria, en muchos casos.
1 comentario:
El señor marqués siempre ha opinado que esos chicos ultra-religiosos y ultra-nacionalistas, no son malos chicos, un poco exaltados pero nada más, y tontean y tontean hasta que les rebanan el gaznate... a él y a muchos más.
Nunca van a aprender.
Por otra parte la opresión y la humillación, tarde o temprano tiene respuestas sangrientas.
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