Trabajaba para el Estado, en el
Ministerio de la Verdad, falsificando documentos. Winston Smith descubre un día que esa sociedad en la que vive, en
la que fue anulado el pasado -sólo existe el presente-, es una farsa. Incluso la
guerra permanente con la que el Estado tiene sometida y atemorizada a la
población no es real. Todo conduce a un fin: tener engañada a la gente para que
no se rebele contra la mentira y la opresión en la que vive. La telepantalla, el Gran Hermano y la Neolengua se erigen en
métodos sutiles de control y manipulación de la población.
Quién nos iba a decir que 1984, la novela de ficción distópica de George Orwell, un virulento alegato
contra el régimen de Stalin, fuera a
reflejar, casi setenta años después, la realidad de los países occidentales
capitalistas. Desaparecida la Unión Soviética, era preciso buscar un enemigo
externo para justificar, como en la novela, el Estado de guerra permanente. Ese
papel se le asignó a Al Qaeda, tras la caída de las Torres Gemelas el 11 de
septiembre de 2001. Las intervenciones militares en Irak y Afganistán se
legitimaron por la lucha contra ese nuevo enemigo difuso, el terrorismo. A
partir de ahí, el miedo se instaló entre la población.
En nuestro país, como ya
advirtiera el fallecido escritor y humanista José Luis Sampedro, el miedo también hoy se ha extendido entre la
población. Miedo al futuro, a perder el puesto de trabajo, a manifestarnos en
la calle, a expresarnos en público… y, como respuesta defensiva, se ha
potenciado un individualismo feroz y paralizante. Además, la brutal crisis
económica que soportamos ha supuesto la irrupción de términos que, como en la Neolengua
de la novela orwelliana, ponen en evidencia la manipulación por el lenguaje:
así ‘brotes verdes’ (un intento de negar la crisis), ‘austeridad’ y
‘sacrificio’ (por supuesto sólo para los sectores populares), ‘estabilidad
presupuestaria’ (esto es, gastar menos, sobre todo en políticas sociales),
‘crecimiento negativo’ –qué disparate- (o sea, recesión)…
Pese a ello, como la
contestación social contra la crisis iba in crescendo, desde el poder había que
iniciar todo un proceso de criminalización social, deslegitimando aquélla.
Primero fueron los sindicatos y sus cuadros de liberados sindicales; luego se
arremetió contra los supuestos privilegios de los funcionarios; se ignoró el
auge del 15 M y, cuando la protesta en las calles era una evidencia
insoslayable, se empezó a despreciar ese movimiento tachándolo de poco
representativo, y, por último, la excesiva contundencia policial ante las
protestas ciudadanas nos ha recordado los peores tiempos del franquismo… Pero
lo que no nos esperábamos es que se pudiera llegar más lejos y que alguien se
atreviera a calificar de terrorismo una actividad militante legal. Por ejemplo,
la que desarrolla Ada Colau.
Reconozco que, hasta hace muy
poco, poco sabía de ella. Pero su presencia en el Congreso para la negociación
de la ILP por la dación en pago y sus apariciones en debates televisivos varios
han motivado que siga con interés los pasos de esta ciudadana de Barcelona, con
una larga trayectoria de militancia. En estos días, además, su figura mediática
ha cobrado peso con motivo del ‘Premio Ciudadano Europeo 2013’ concedido por el
Parlamento Europeo a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), de la
que ella es la voz más destacada.
La concesión del premio a esta
activista (compartido con Euskaltzaindia) removió las vísceras de
quienes, como el eurodiputado del PP Carlos
José Iturgaiz, son incapaces de desvincularse de la herencia ideológica del
franquismo. Sabedor de que a gran parte de la población le repugnan las
actividades armadas de ETA, Iturgaiz dijo
que su formación estudiará si existe la posibilidad de dar marcha atrás
y hacer que se retire el galardón a la PAH, y adelantó que al mismo tiempo pedirá
que se replantee el reglamento por el que se rige el premio. ¿El
motivo? Ya en abril de este año, en una comparecencia ante la Comisión de
Peticiones de la Eurocámara, comparó los escraches reivindicativos de la PHA de
este año con las acciones de grupos independentistas vascos durante 1996,
acusando, además, de haber comenzado una campaña de acoso e intimidación a los
cargos electos de su partido.
Estas afirmaciones persiguen un
claro fin: además de deslegitimar todo atisbo de contestación social, el hecho
de que se compare con ETA a un colectivo que se está mostrando especialmente
eficaz y contundente contra el drama de los desahucios esconde el interés de
personajes como éste de manipular la verdad, inculcarle el miedo a la gente y,
por consiguiente, hacer desistir a las personas afectadas de acercarse a esta
Plataforma.
Ante estas trapacerías, hemos
de hacer como Winston, el personaje de la novela citado arriba: rebelarnos
contra este estado de cosas, ahondando en el espíritu crítico, hoy más necesario
que nunca. Y como de apoyar a Ada Colau se trata, contribuyamos a ello con
nuestra firma virtual. Lo pueden hacer en la web www.change.org.
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