Retroceso de los glaciares en
todas las grandes cordilleras del mundo y en los casquetes polares; fusión acelerada
de la banquisa del Ártico; aumento exponencial de las emisiones de gases de
efecto invernadero -que triplican los niveles existentes en los inicios de la
Revolución Industrial a mediados del siglo XVIII- con la consiguiente elevación
de la temperatura media del planeta; ciclones y tifones cada vez más destructivos;
espeluznantes sequías que se superponen a frecuentes episodios de inundaciones
en zonas atípicas… Nadie, excepto los grandes grupos inversores interesados en
que no disminuya nuestra dependencia de los combustibles fósiles, puede negar
la evidencia de que nos hallamos en un ciclo de cambio climático en el que,
junto a causas naturales, la actividad humana tiene mucho que ver.
Los dirigentes del mundo, ante
la presión de la opinión pública, no han tenido más remedio que abordar el
tema. La ONU, aparentemente interesada en limitar el calentamiento global a 2°C
respecto a la época preindustrial -pues muchos científicos señalan que las temperaturas habrán aumentado al final del
siglo XXI en más de 4°C-, acogió el pasado día 23 de este mes la Cumbre del
Clima, con la asistencia de representantes de más de 120 países de todo el
mundo, aunque algunas naciones estuvieron representadas por políticos de
segundo nivel, lo que demuestra el escaso interés real en abordar el asunto. Y eso pese a que el secretario general de la
ONU, el surcoreano Ban Ki-Moon,
pidió expresamente a las delegaciones de los respectivos países que acudieran
con propuestas audaces
destinadas a reducir las emisiones, reforzar la resistencia al cambio climático
y movilizar la voluntad política para llegar a un acuerdo jurídico
significativo en 2015.
Pero, por lo que trascendido de
los resultados de dicha Cumbre, las medidas adoptadas han quedado, una vez más,
en simples promesas, sin anuncios concretos. Junto a las reticencias de países
desarrollados, sobre todo EEUU, a renunciar a sus niveles de desarrollo y
consumo, países emergentes, como China e
India, no están dispuestos tampoco a limitar su propio crecimiento. En el caso
de China, sus emisiones de CO2 y óxido de nitrógeno pueden aumentar
exponencialmente si, como se prevé, su parque automovilístico sigue un
crecimiento imparable. Situación que es particularmente preocupante en un país
cuya población supera los 1.300 millones de habitantes. Si, como todos los
economistas pronostican, a corto plazo la economía china supera a las
occidentales, el efecto que sobre la atmósfera del planeta pueda suponer un
crecimiento sin freno del gigante asiático es, hoy por hoy, impredecible.
La situación es particularmente
grave. Pero, en la Cumbre, muchos países han pospuesto a una fecha tan tardía
como la del año 2050 la adopción de medidas concretas para reducir parcialmente
las emisiones de gases contaminantes para acercarlas a las registradas en 1990.
Una vez más, la Cumbre del Clima no ha sido sino un escaparate que ha puesto en
evidencia la escasa voluntad política –y también el escaso margen de maniobra
de la mayoría de los países- para hacer
frente a la avaricia del conglomerado de empresas transnacionales que operan en
el mercado del petróleo.
La intervención en la Cumbre
del Jefe del Estado, Felipe VI, me
llamó particularmente la atención. Según informó Europa Press, urgió a "actuar con decisión"
frente al cambio climático pues detrás del ascenso de unos pocos grados de la
temperatura global del planeta "están en juego vidas humanas y la
continuidad misma de las sociedades”. El
rey aludió a la situación en que viven los habitantes de las zonas costeras de
países como España, áreas montañosas donde desaparecen los glaciares,
regiones amenazadas por la desertificación, así como a quienes dependen para su
subsistencia de los mares y de los océanos.
Pero, en todo caso, sus palabras chocan con la evidencia de
que en nuestro país el Gobierno del PP está haciendo poco, por no decir nada, por
limitar nuestra dependencia del petróleo invirtiendo en energías alternativas. Junto
a la potenciación, mediante el plan PIVE, del vehículo privado frente al
transporte público, el desinterés por
potenciar estas energías es evidente. A título de ejemplo, y aterrizando en
nuestra Región, La Opinión publicaba a primeros de abril de 2011 una
información sobre el perjuicio que el Real Decreto-Ley 14/2010 de 23 de diciembre estaba causando a los pequeños
agricultores que, en su día, decidieron invertir en huertos solares
fotovoltaicos. Dicho decreto, al limitar las horas de producción sin tener en
cuenta la zona climática en que se ubicaba la instalación, afectaba
negativamente a la Región de Murcia, que
tiene más horas de sol. A lo que habría que sumar el efecto generado por el
cierre en esos años del 90 por ciento de las empresas creadas para el
desarrollo de este sector productivo incipiente.
Como en el caso español, las actuaciones
gubernamentales chocan con las declaraciones bienintencionadas que a nada
conducen. La Cumbre del Clima 2014 ha constituido un fiasco. La próxima,
prevista para el 2015, puede retrasar de nuevo las soluciones drásticas que el
planeta nos está demandando.
1 comentario:
Cada vez me queda menos fe en la especie humana.
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