Tras mi artículo anterior, en el que abordé la desnaturalización del
proyecto europeo, en mi columna de hoy me propongo trazar un resumen de
cómo habría de ser una Europa realmente unida y que respondiera a las
necesidades de sus ciudadanos y ciudadanas (*). Muchos queremos más
Europa, pero no esta Europa autocomplaciente, sino un espacio común con
más democracia y solidaridad en un marco federal.
Una Europa más
democrática en la que sus instituciones respondan ante los ciudadanos y
no ante sus Estados miembros. Y, para ello, las elecciones europeas
deberían realizarse no en clave nacional, sino que los partidos deberían
dotarse de estructuras plurinacionales y elaborar sus listas de ese
modo, con un candidato único a la Comisión. Además, los tratados no
deben ser impuestos a los países. A título de ejemplo, exigir a los
Estados miembros un límite concreto a su déficit estructural está
arrebatando a la ciudadanía el derecho de elegir una u otra política
fiscal. Una Europa más democrática debe preservar, además, lo ya
conseguido en el ámbito de los derechos civiles y políticos, tomando
como referencia la Convención Europea de Derechos Humanos de 1950. Y en
una Europa democrática no caben las hegemonías, por lo que volver a las
imposiciones de una supremacía alemana de referencias bismarckianas no
es aceptable.
Una Europa más solidaria habría de garantizar unos
derechos sociales mínimos, con la mejora de la actual Carta de los
Derechos Fundamentales de 2007. Además, las tendencias xenófobas y
racistas junto al incremento de la desigualdad no deberían tener cabida
en el espacio europeo. La ciudadanía europea reclama políticas de
solidaridad entre territorios, algo que debería haberse puesto en
práctica en la Eurozona en esta crisis. Para ello, el Parlamento Europeo
debería tener más competencias para definir la política económica
general y las medidas fiscales.
Europa debe practicar también la
solidaridad hacia el exterior, por su responsabilidad histórica en la
aventura colonial que arrasó sistemas sociales y económicos de muchos
países del mundo y, sobre todo, por coherencia con sus valores sociales y
económicos que propugna: la ciudadanía europea no puede tolerar una
Humanidad en la que proliferan la opresión, la miseria y la injusticia.
Europa debe mirar solidariamente también hacia el futuro de las nuevas
generaciones, legándoles un mundo más habitable. Ello entronca, pues,
con la necesidad de avanzar hacia la autonomía energética, con una
apuesta decidida por las energías renovables y por la preservación del
medio ambiente.
Europa debe caminar hacia el federalismo, con
aquellos países que estén dispuestos. Pero, para ello, es preciso
aumentar el presupuesto de la Unión, con el aumento de ingresos
procedentes de la imposición directa a los movimientos de capital (Tasa
Tobin). La emisión de bonos garantizados por el Banco Central, además,
facilitaría una financiación menos onerosa a los países más endeudados.
En ese marco, el Banco Central Europeo, sometido a más control ciudadano
y político, sería el encargado de la supervisión de los mayores bancos.
Una Europa más federal debe caminar también hacia una armonización
fiscal, en paralelo a la lucha contra el fraude y los paraísos fiscales.
Y en la vertiente política, el federalismo europeo debería
potenciar la función del Parlamento, que sería la Cámara baja, mientras
que el Consejo de Ministros se constituiría en la Cámara Alta. La
Comisión, además, debería estar estrechamente controlada por el
Parlamento. Por último, una Europa federal debería contar con una voz
única en el ámbito internacional, por ejemplo en el Consejo de Seguridad
de la ONU.
¿Qué pasos deberían darse para avanzar hacia esa
Europa deseada? La ciudadanía debe percibir que Europa preserva sus
derechos. En ese sentido, cuando, aunque tímidamente, son rectificadas
por la Unión medidas que atentan contra el medio ambiente o la
regulación abusiva de los desahucios, los ciudadanos y ciudadanas se ven
protegidos.
La inacción ante la crisis ha reavivado el debate
sobre la salida del euro, mientras que el desafecto entre quienes exigen
que haya más solidaridad y quienes piden menos está poniendo en riesgo
el proyecto europeo. Pese a ello, es posible aún la refundación de
Europa. En primer lugar, compartiendo soberanía, para impedir que
poderes exógenos se apropien de ella. La sociedad civil debería tender,
además, puentes transnacionales, con relaciones mutuas entre
asociaciones, partidos, sindicatos...
Por último, Europa debería
poner el acento en políticas orientadas al crecimiento sostenible y la
potenciación de nuevos yacimientos de empleo, al tiempo que debería
desarrollar también un espacio laboral europeo en el que se diera la
protección transnacional de los derechos laborales, sin olvidar la
movilidad de la mano de obra en un marco de reconocimiento más ágil de
las habilidades profesionales y la homologación de titulaciones en el
espacio educativo común.
Como conclusión, es constatable el
desacuerdo general sobre el rumbo que ha tomado el proyecto europeo: mal
encarada la solución de la crisis; proliferación de populismos
demagógicos; la hegemonía de ciertos Estados (con Alemania a la cabeza)... Es preciso, pues, refundar una Europa abierta, comprometida con el
desarrollo, el medio ambiente y la justicia.
(*) Ideas extraídas del texto de Alfons Calderón y Luis Sols, en Cuadernos de Cristianisme i Justicia, nº 188, Barcelona, 2014
1 comentario:
¿Pero cuando la razón va a tener razón? amigo Diego.
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