Cuando estas líneas vean la
luz, se habrán cumplido ya 32 años desde aquel aciago día 23 de febrero de 1981
(23F), en el que una nueva asonada militar -omnipresente en toda nuestra
Historia decimonónica, y que tuvo su continuidad en el golpe de Estado del
17-18 de julio de 1936- quiso
interrumpir la marcha de una Transición, al decir de algunos, modélica. Pasados
unos años, y ya con
más perspectiva histórica, creo poder afirmar que de aquellos polvos
vienen estos lodos.
En primer lugar, porque nunca
se aclaró del todo el verdadero papel del monarca, Juan Carlos I, en aquel chapucero golpe del 23F. A lo que habría que sumar el
descrédito en el que ha caído la monarquía y asuntos que se han venido
orillando estos años, tales como por qué medios se ha producido el
enriquecimiento personal del titular de la jefatura del Estado. En segundo lugar, además, hoy es evidente que
aquel régimen surgido de la Transición se encuentra no ya en caída libre, sino
en pleno colapso. Veamos.
Lo que muchos analistas han
calificado como Transición modélica no fue sino una transacción. En efecto, excepto
las fuerzas políticas más recalcitrantes, más adeptas al franquismo (el llamado
bunker), hubo quienes intuyeron que, a la muerte del dictador, con una
democracia formal al uso era más factible continuar el impresionante ciclo de
acumulación capitalista consolidado durante el franquismo, proceso que fue
consustancial a la existencia de una corrupción que, entonces como hoy, tenía
un carácter estructural. Dichas fuerzas proclives a un cambio con cierto
maquillaje, pero no de fondo, llevaron a cabo esa transformación política con
claras exclusiones (los partidos republicanos, fuera de la ley –recordemos-, no pudieron concurrir a las primeras
elecciones de junio de 1977) y con una
ley electoral que consolidaba un bipartidismo con recursos puntuales a apoyos
procedentes de los nacionalismos periféricos.
En lo que se refiere a las
fuerzas de izquierda, fueron patentes las cesiones que tuvieron que hacer,
empezando por la renuncia a su vocación republicana y continuando por el apoyo
a un texto constitucional que, pese a sus muchos puntos de avance, diseñaba un futuro marco jurídico para que las
fuerzas del capital impusieran sus intereses particulares por encima del
interés general. Con algunas excepciones, permanente incumplidas. Así, y a título de
ejemplo, el incumplimiento más sangrante es el del artículo 128, el que
estipula que “toda la riqueza del país, en sus distintas formas y sea cual sea
su titularidad, está subordinada al interés general”.
¿Qué está evidenciando hoy la crisis?
Algunos analistas creen que la depresión económica que atenaza al país no es
sino un auténtico golpe de Estado, esta vez financiero, y que es posible porque
cuenta con el colapso de todo el edificio de la Transición. Cuando, simultáneamente
a la crisis, salen a la luz tantas fisuras en ese edificio, tales como los
escándalos en la jefatura del Estado, la corrupción política y económica, las
enormes desigualdades de renta consolidadas en España a lo largo de estos
supuestos años de democracia formal, el incumplimiento de derechos básicos como
el del trabajo y acceso a la vivienda, el atraso secular en cultura y
Educación…habrá que colegir que, efectivamente, este régimen salido de la
Transición ha colapsado. Urge abordar,
pues, las alternativas, pero con la
movilización y participación de la ciudadanía, algo que ha venido siendo
sistemáticamente obviado por las fuerzas políticas que durante estos años han
venido sosteniendo este régimen.
Hace unos días se presentó en
Murcia el Frente Cívico “Somos mayoría”, colectivo progresista, pero apartidista, con vocación
de incluir en su seno a cuantos ciudadanos y ciudadanas sientan que es preciso
llevar la política real a la calle y luchar por la defensa de los Derechos
Humanos más básicos. Impulsado por Julio Anguita desde Córdoba, el Frente
Cívico trata de sumar esfuerzos junto con aquellos colectivos asociativos y
políticos interesados en un cambio drástico del modelo económico, político y
social vigente. Buena iniciativa, sin duda. Pero para que un proceso real de
convergencia sea posible habrá que desprenderse de viejos prejuicios del
pasado. Y, en ese sentido, hago mías las reflexiones del economista Juan Torres en un artículo
reciente, al afirmar que “para que cualquier tipo de medida [en
referencia a las soluciones a la crisis] pueda tener semejante apoyo, debe
responder a principios éticos y políticos transversales, comunes a personas de
un espectro social muy amplio”, añadiendo
que “ese tipo de mayoría social no se puede conformar mirando a derecha
o a izquierda, sólo se puede constituir contemplando el arriba y el abajo. Solo
esto es lo que permite unir hoy día a la inmensa mayoría de la sociedad en
torno a una serie de valores, de principios y medidas […] que han pisoteado el
PP y el PSOE, sobre todo en sus últimos
años de hegemonía, y que ya ni siquiera los garantiza la actual Constitución”.
1 comentario:
Aquella transición dejó mucho que desear.
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