RAMÓN JIMÉNEZ MADRID
Hay quien se lanzó lanza en ristre, como don Quijote, por esos caminos perdidos y peligrosos para implantar la justicia y la adecuada distribución de los bienes. Confiando en sus fuerzas que, como todos sabemos, eran contadas o escasas, y consagrado a un ideal superior, algo que ya no se estila en este mundo en donde nacemos ya desencantados por haber visto y mamado la hipocresía de muchos de aquellos que nos mandan desde la poltrona o el poder y que se han enriquecido con las comisiones, enjuagues o mejunjes de las licencias o los permisos. Tal como figura en la segunda parte del precioso volumen cervantino. Un mundo bajo sospecha que poco o nada nos reconforta y que Pedro Costa Morata, el Quijote aguileño, quiso cambiar poniéndose del lado de los débiles.
Pedro Costa, un hombre que nació junto al mar azul de Águilas, ejerce desde hace tiempo, o al menos así me lo parece a mí, de hidalgo —y no por la nobleza ni por los cuartos— y se ha convertido en paladín de los valores de la naturaleza, tal como ha cantado o contado Diego Jiménez en un artículo reciente, lo que me impide entrar en su trayectoria profesional, no en otros condicionantes humanos en los que pretendo incidir en este momento. Pedro Costa Morata hubiera resuelto su problema personal bien pronto, apenas barbilampiño, tan pronto como recién licenciado o graduado, como se dice ahora, hubiera ejercitado su primera profesión de ingeniero en la central en la que inició su actividad. Pronto supo que no había manera de controlar una energía que sabía peligrosa y se entregó, en la primavera de la ecología, en cuerpo y alma, a luchar contra todos aquellos malandrines, y son muchos los que abusaban de la naturaleza. Y lo ha hecho con un tesón y una entereza digna de encomio porque no ha dudado en sacrificar su cómoda existencia, la estabilidad, para entregarse a una causa que se presta a conjeturas y a hipótesis varias, que puede sembrar dudas, pero a la que se ha convertido en parte de sí mismo. Si otros se enriquecen con sus cargos, él se ha empobrecido económicamente por el simple hecho de velar por el bien de la naturaleza. Y ha sido feliz con mantener erguido y firme un estandarte que se le puebla de esperanzas cara al futuro. Mientras otros viven —y rapiñan— el presente con fervor, él se ocupa del futuro, dispuesto a dejar una herencia para los hombres del mañana.
Apenas lo rocé en aquella primera y lejana infancia nuestra, en aquellos duros 50 y 60 porque bien aprovechó esos años para forjarse en su técnico oficio lejos de la tierra aguileña. Pero, más tarde, como recobrando el tiempo perdido, he leído las revistas que publicaba a su costa y que le ha obligado a pagar larga factura, he leído sus libros pese a que eran de materia muy alejada de la literaria, hemos hablado lo suficiente de lo divino (poco) y de lo humano como para saber de su vehemencia en las lides —que le juega a veces malas pasadas— y de su entereza para seguir derecho —y sin doblez— la senda que se había marcado cuando amanecía el ecologismo en una España de miras estrechas. Y sé de su acrisolada formación humanística y politóloga -tal como ahora se dice- que le permite conocer al detalle la faz de un mundo que bien conoce, de un mundo grande y hermoso, y no de ese pequeño y lleno de maledicencia —siempre ocurre en los espacios reducidos— que le achacan pecados que no ha cometido y componendas en las que no ha participado.
Pedro Costa es hombre cabal que no duda, como don Quijote, en enfrentarse con pocas armas en largas batallas contra fuertes enemigos que no dudarían en tirar con cañón para eliminarlo de la contienda. Son héroes, don Quijote y Pedro Costa, que parecen en principio ridículos pero vienen cargados de una fuerza interior que desconcierta a propios y extraños, sobre todo a sus enemigos. Siempre ha sido valiente y rebelde —contra la dictadura, contra los políticos fosilizados— y se ha metido desprendidamente en follones —un término muy clásico que casi ha desaparecido— contra proyectos emblemáticos y especulativos, que poco le dicen a otros que no están atentos a los latidos de la tierra, sí a los negocios y ganancias que se desprenden. Como ha sido siempre de izquierdas y de progreso, ahora, Pedro Costa, un hombre fiel, se ha enrolado como patrón —aunque a él le va mejor ser marinero— en la tripulación de un partido que no parece contar con las posibilidades de elevarlo a la santidad del Parlamento. Pero valdría la pena contar con su sólida actitud quijotesca, con su gesto desprendido y altivo, con su fe en la madre tierra.
2 comentarios:
hace poco que vivo en uno de los departamentos en Palermo muy interesante el blog, mando un saludo
hace poco que vivo en uno de los departamentos en Palermo muy interesante el blog, mando un saludo
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