Creo que este paso dado por ETA era conocido, desde hace tiempo, por el Gobierno. Y, si esto es así, cobra sentido lo que escribía hace unos días en mi columna de La Opinión, en el artículo que titulé "Patente de corso" y que, publicado también en este blog, puede leerse más abajo:
"Estos días cobran plena actualidad dos: una consolidada por esperada, la de las Cortes, y otra esperada y no consolidada, la de ETA.
En relación con este tema me van a perdonar pero les diré que algo no me cuadra: si el fin de la banda está próximo, si hasta la mayor parte de los presos han renunciado, bien que con matices, a la violencia, ¿a qué viene ahora mandar a la trena a Usabiaga y Otegi? (Recuerdo que no hace mucho, con ocasión de una de las muchas treguas-trampa de ETA, Otegi era considerado un ´hombre de paz´). Al Estado cabría pedirle en estos momentos ciertas dosis de generosidad, ésa que, de acuerdo, nunca mostraron los pistoleros de ETA con sus víctimas. Generosidad unida a ciertas dosis también de prudencia.
La reciente sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, que obliga a España a indemnizar a Otegi con 20.000 euros por su encarcelamiento por injurias al rey, así lo demuestra".
En efecto, como decía en ese artículo, al Estado cabe ahora exigirle prudencia, pero también ciertas dosis de generosidad.
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