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El calendario ha determinado que, en estas fechas primaverales de 2021, recordemos dos acontecimientos históricos que marcaron en Europa el rumbo de la Edad Moderna y Contemporánea: el 500 aniversario de la revuelta comunera de Castilla y el 150 de la Comuna de París. Por su proximidad cronológica y el influjo que este último hecho tuvo en la Historia contemporánea, voy a dedicar unas líneas a reflexionar brevemente sobre el mismo.
Del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, una insurrección popular instauró en la capital francesa el primer Gobierno obrero del planeta, con un espíritu abiertamente socialista y revolucionario. La derrota y caída del gobierno imperial de Napoleón III en la guerra franco-prusiana llevó a que París sufriera un sitio de más de cuatro meses por parte del ejército prusiano y a su entrada triunfante en esa capital, con la proclamación imperial de Guillermo I de Alemania en el Palacio de Versalles, lugar al que se trasladó también el Gobierno provisional de la República, presidido por Louis Adolphe Thiers.
El
vacío de poder hizo que la milicia ciudadana, la Guardia Nacional, se hiciera
de forma efectiva con el poder en París para garantizar el funcionamiento de la
capital. Nace la Comuna de París, un hecho que, desde Londres, sería analizado
por C. Marx. (Manifiesto
del Consejo General de la AIT, en La guerra civil en Francia, tomo II de Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Edit. Progreso, Moscú,
1976, páginas 214-259).
Al grito de ‘República social’, el
proletariado de París expresaba, según este filósofo alemán, el anhelo “no sólo
de acabar con la fórmula monárquica de dominación de clase, sino con la propia
dominación”, aclarando, además, que “la burguesía urbana [de París] veía en la
Comuna un intento de restaurar el predominio que había ejercido sobre el campo
bajo el gobierno burgués de Luis Felipe”,
aunque “la Comuna era, esencialmente, un Gobierno de la clase obrera, fruto de
la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora [sic]”. Fue la
primera revolución en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la
única capaz de iniciativa social, incluso por la gran masa de la clase media
parisina (tenderos, artesanos, comerciantes, etc.) que, “si bien –aclara Marx-
había colaborado en el aplastamiento de la insurrección obrera de 1848 […],
sentía que había que escoger entre la Comuna y el Imperio”.
Una
revolución popular de tal trascendencia sería analizada, años después, por Lenin en dos artículos (Lenin: En Memoria de la Comuna. Rabóchaia Gazeta, números 4-5, 28 abril
1911 / Lenin: Acerca del movimiento comunista internacional. Editorial Progreso,
Moscú, 1979). Para el líder de la revolución bolchevique, “la desgraciada guerra con Alemania; las privaciones
durante el sitio; la desocupación entre el proletariado y la ruina de la
pequeña burguesía; la indignación de las masas contra las clases superiores y
las autoridades; la clase obrera descontenta de su situación y ansiosa de un nuevo
régimen social; la composición reaccionaria de la Asamblea Nacional, que hacía
temer por el destino de la República; todo ello y otras muchas causas se combinaron
para impulsar a la población de París a la revolución del 18 de marzo, que puso
inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, de la clase obrera y
de la pequeña burguesía”. Según
Lenin, “el proletariado asumió dos tareas, una nacional y otra de clase:
liberar a Francia de la invasión alemana y liberar del capitalismo a los obreros
mediante el socialismo”, a lo que respondió la burguesía parisina con el
‘gobierno de la defensa nacional’, cuya misión consistía en luchar contra el
proletariado parisiense. Para este líder, las conquistas de la clase obrera y
de la clase media parisina en esos escasos dos meses fueron incuestionables: la Comuna sustituyó el ejército regular, instrumento
de las clases dominantes, y armó a todo el pueblo; proclamó la separación de la
Iglesia del Estado; suprimió la subvención del culto; dio un carácter
estrictamente laico a la instrucción pública; prohibió el trabajo nocturno en
las panaderías […]. Y para subrayar su carácter de gobierno auténticamente
democrático y proletario dispuso que la remuneración de todos los funcionarios
administrativos y del gobierno no fuera superior al salario normal de un
obrero, ni pasara en ningún caso de los 6.000 francos al año. Todas estas
medidas, según Lenin, “mostraban elocuentemente que la Comuna era una amenaza
mortal para el viejo mundo”.
Como
todo proceso revolucionario, no estuvo exenta de críticas virulentas y de
tergiversaciones interesadas por parte de las fuerzas de la reacción, como las falsas
acusaciones a las mujeres parisinas, auténticas heroínas defensoras de las
libertades ciudadanas y de las conquistas revolucionarias, de actuar portando
teas incendiarias en las calles de París. La burguesía de todo el continente
propaló falsas noticias sobre la brutalidad de los defensores (comunards) parisinos, hecho desmentido
por el republicano español Ramón de Cala,
que en el mismo año 1871 viajó a París para narrar los hechos, en un
trabajo periodístico a pie de calle que dio fruto en el volumen Los
comuneros de París: historia de la Revolución Federal de Francia en 1871 (y que puede consultarse en el
siguiente enlace: http://www.bibliotecavirtualdeandalucia.es/catalogo/es/consulta/registro.cmd?id=1001005).
Este
político jerezano recorre
atropelladamente la ciudad y, muy crítico con la versión oficial, que dispuso
de espías, infiltrados y todo tipo de manipulaciones para desacreditar a la
Comuna, explicita que su “impresión primera fue de una profunda simpatía hacia
los sublevados de París, porque eran los verdaderos republicanos de Francia
frente a los realistas de Versalles”.
Pero
la sociedad burguesa no podía dormir tranquila
mientras en el ayuntamiento de París ondeara la bandera roja. Por eso, recuerda
Lenin, “cuando la fuerza organizada del gobierno pudo, por fin, dominar a la
fuerza mal organizada de la revolución, los generales bonapartistas […] hicieron
una matanza como en París jamás se había visto, contándose cerca de 30.000
víctimas en manos de la soldadesca desenfrenada; unos 45.000 fueron detenidos y
muchos de ellos ejecutados posteriormente; miles fueron los desterrados o
condenados a trabajos forzados. En total, París perdió cerca de 100.000 de sus
hijos”.
C. Marx califica la represión sobre los comunards con estas palabras: “Para
encontrar un paralelo con la conducta de Thiers y sus perros de presa [sic] hay
que remontarse a los tiempos de Sila
y de los dos triunviratos romanos. Las mismas matanzas en masa a sangre fría
[…], el mismo sistema de tortura a los prisioneros…”
En su artículo La Comuna de París, un salto de tigre al pasado, el sociólogo y
filósofo marxista Michael Löwy nos
recuerda que en el cementerio del Père Lachaise de París existe el conocido ‘Muro
de los Federados’, lugar en el que las tropas versallescas fusilaron, en mayo
de 1871, a los últimos combatientes de la Comuna de París. Todos los años,
miles de personas, principalmente franceses, aunque asiste gente de todo el
mundo, visitan este sitio de la memoria del movimiento obrero. Porque, según
ese autor, “la Comuna de París forma parte de lo que W. Benjamin denomina ‘la tradición de los oprimidos’, es decir,
esos momentos privilegiados (mesiánicos) de la historia en los cuales las
clases subalternas, por un momento, lograron quebrar la continuidad de la
historia y la continuidad de la opresión”.
Después de 1871, concluye Löwy, la Comuna
nunca cesó de nutrir la reflexión y la práctica de los revolucionarios: desde
Marx y Bakunin hasta Lenin y Trotsky. En nuestro país, además, la
Comuna influyó, sin lugar a dudas, en la eclosión del movimiento cantonalista español
dos años después, con protagonismo destacado de Cartagena.
Diego Jiménez
García. Profesor de Historia
@didacMur