En la tarde del pasado día 5, fui consciente de estar viviendo una jornada histórica cuando, en compañía de Mari Carmen, me trasladé desde Avignon a Gardanne para visitar a Paco Griéguez, el último de los 520 murcianos superviviente de Mauthausen. Paco estaba acompañado de su inseparable Juana y recibió una emoción doble: nuestra visita y la recepción de una placa honorífica, remitida días antes por la Asociación de Memoria Histórica de Murcia, en reconocimiento a su resistencia y lucha contra el fascismo. Yo mismo abrí el paquete que la contenía (había llegado esa misma mañana).A lo largo de las más de dos horas de conversación, en las que fue desgranando sus vivencias, no se desprendió de ella. La emoción que nos embargaba a los presentes se palpaba en el salón de su modesta, pero acogedora, casa. Estos y otros detalles os los cuento hoy en mi artículo de La Opinión.
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/07/11/paco-grieguez/844404.html
Con Paco Griéguez y su compañera Juana, a la izquierda de la foto. |
Con Paco Griéguez
Tras el saludo, con un Paco emocionado por la visita de un paisano de su 'Murcia del alma', yo mismo procedí a la apertura del paquete. El intercambio de obsequios fue mutuo: en el transcurso de la conversación, Paco me obsequió con libros personales sobre ese campo del horror que quería que yo custodiase. Uno de ellos, Histoire de Mauthausen, del deportado José Borrás, una edición especial para él de junio de 1989. De los 10.000 españoles que fueron deportados a esos campos de la muerte, sobrevivieron menos de la mitad. La Región aportó 520, y sólo sobrevivieron 235. Entre ellos se encontraban 85 personas de Murcia capital, de las que 53 fallecieron. Y Paco aún vive para contárnoslo.
Al estallar la Guerra, y con apenas 18 años, se alista voluntario en el Ejército republicano, en la Compañía Ángel Pestaña, donde, según me cuenta, coincidió con varios jóvenes de Bullas. Luchó en la batalla del Jarama, que, según Paco, fue un infierno en el invierno, por el barro y el frío. Tras la caída de Barcelona, en febrero de 1939 comienza el éxodo imparable de civiles y militares republicanos a territorio francés. Más de medio millón de personas (entre ellas, el poeta Antonio Machado y su madre, cuya tumba visitamos el pasado día 6 en Collioure) son recluidos, más que alojados, en campos de triste recuerdo, inicialmente sin barracones, al aire libre, en Argèles sur Mer, en Saint Cyprien, en Le Barcarès, y otros. Paco estuvo en estos dos últimos. Pronto, sin embargo, se enrolaría en el Ejército francés. Tras la ocupación nazi de Francia, fue hecho prisionero, pero, en castigo a su condición de republicano, es conducido como muchos otros al campo de Mauthausen, en donde permaneció cuatro años, hasta su liberación en mayo de 1945.
La conversación transcurre en el salón de su casa, con Paco sentado sobre el sofá, porque, me dijo, «me fallan las piernas, aunque no la cabeza». Detecto cómo se le humedecen los ojos y se le quiebra su ya débil voz. Va a cumplir los 99 años el próximo octubre, pero conserva una gran lucidez mental, una memoria envidiable y hace gala de un contagioso buen humor. Sus vivencias de ese campo del horror se entremezclan con otras más gratas, como cuando me recordaba, no sin un halo de nostalgia, su trabajo de joven en aquella juguetería de la calle de la Aurora, de Murcia, o su traslado al Ranero, desde Fortuna, tras la muerte de su padre, guardia civil.
«Hoy, a más de setenta años de aquella experiencia, aún tengo pesadillas. Sueño con ese campo», me confesó con la voz entrecortada por la emoción. Calificó de 'animales' a los jóvenes miembros de las SS. Un día estuvo a poco más de dos metros de Heinrich Himmler, líder nazi que, junto a Ramón Serrano Súñer, colaborara en el acercamiento diplomático de Alemania y la España de Franco. Según Paco, el paso que mediaba entre la muerte en Mauthausen o la supervivencia tenía que ver con la fortaleza física y mental, un destino afortunado, fuera de la horrible cantera que tantas víctimas ocasionó, o la suerte de no ser uno de los elegidos para la tortura en público y el ajusticiamiento delante de los demás. Me recordó la triste suerte que le cupo a un oficial ruso, asesinado como muchos otros, con un método infalible: a veinte grados bajo cero, se le roció con agua tibia y allí, inmovilizado, apareció convertido en una estatua de hielo al día siguiente.
Imposible relatar dentro de los límites de un artículo todas sus experiencias. Pero quiero destacar que dos cosas le emocionaron especialmente: recibir la placa honorífica de la Asociación de Memoria Histórica y atender la llamada del alcalde de su ciudad, José Ballesta, que quiso comunicarle el homenaje que el ayuntamiento de Murcia quería tributarle a él y a los otros 84 murcianos deportados, y que se materializó en la moción aprobada en el último pleno de junio.
Tras mi encuentro con Paco, visité el recientemente inaugurado Memorial del Campo de Argèles sur Mer. Olga, la responsable de la exposición, me dio detalles de la iniciativa de ese pequeño municipio francés para que la Memoria de tantos y tantos deportados republicanos no quede en el olvido. El ayuntamiento de Murcia, como otros del resto del país, ha empezado a dar pasos en ese sentido. A ver si el Estado se digna, algún día, homenajear a las víctimas del fascismo.
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