Los titiriteros nunca han sido bien vistos por las gentes de orden y de bien. Ni, por supuesto, por el poder. Por ello, la suya ha sido, y es, una profesión de riesgo. Antaño muchos de sus componentes dieron con sus huesos en la cárcel, cuando no directamente en los cementerios. Fernando Fernán Gómez en Viaje a ninguna parte nos muestra aquellos cómicos de las compañías ambulantes que en la posguerra recorrían los pueblos de España. La película constituyó en su día un homenaje póstumo a las peripecias que, siglos atrás, experimentaban los llamados cómicos de la legua, por la obligación de acampar a esa distancia de los pueblos en que actuaban. Los titiriteros denunciaban la hipocresía social, las corrupciones, la ausencia de libertades, los abusos del poder, ya fuera político, religioso o económico, y las tropelías habituales de la autoridad oficial. ¿Les suena? Ayer, como hoy, con mucha ironía e ingenio, los teatros de títeres exponían al auditorio las verdades que las autoridades pretendían mantener ocultas. Por eso hoy, como ayer, la crítica provocadora y el ejercicio de la sátira pone nerviosos a los poderosos. El poder (político, económico, religioso€) se siente molesto con quienes transgreden ciertos límites.
En la foto, los tiririteros Alfonso y Raúl exponen un cartel con la obra representada en Granada y días después en Tetuán. La representación está inspirada en una obra de García Lorca, |
Y sin embargo la sátira ha estado presente, desde siempre, en la literatura española. Quizás el mejor exponente en tiempos recientes de la transgresión con su pluma de las normas al uso ha sido Ramón María del Valle Inclán. Para él, la sociedad española del momento era esperpéntica y grotesca y, por tanto, esperpéntica y grotesca había de ser la sátira que la retratara. De su trilogía Los cuernos de Don Friolera, Las galas del difunto y La hija del Capitán quizás sea la primera obra la que mejor refleje ese intento de subversión moral y estética. En ella, el hecho de la muerte -como venganza por el adulterio de Doña Loreta, la mujer del teniente de carabineros protagonista- está omnipresente con el asesinato de su propia hija y el posterior degollamiento, una vez indultado por ese crimen, de Doña Loreta y su amante, Pachequín. Esta sátira, aunque parece centrarse en el Ejército español, va más allá y alcanza a la España institucional del momento y a las costumbres desnaturalizadas por la incultura y la sumisión social.
La representación de títeres que hace unos días dio origen al encarcelamiento fulminante de Alfonso Lázaro de la Fuente y Raúl García Pérez también contenía ciertas dosis de violencia. Pero el juez y expolicía Ismael Moreno y cierto sector de la prensa que magnificaron conscientemente ese hecho y el supuesto enaltecimiento del terrorismo, por lo que no era un espectáculo para ser visto por niños y niñas de corta edad, omitieron interesadamente que, como en la obra valleinclanesca, la representación iba destinada precisamente a denunciar la caza de brujas y los montajes policiales tendentes a eliminar la disidencia. Criminalizar el contenido de esa obra equivaldría también a censurar muchísimas creaciones literarias. Por poner unos ejemplos, la mofa y escarnio de la institución monárquica está presente en El Traje nuevo del Emperador; un aparentemente inocente cuento infantil, Las siete cabritillas, de los Hermanos Grimm, contiene violencia; en Fuenteovejuna, se justifica el magnicidio de Pérez de Guzmán, comendador de Calatrava, por parte de los habitantes de esa población, y, como ha afirmado recientemente Albert Boadella (que, por cierto, en diciembre de 1977 ingresó en prisión por supuestas injurias a la autoridad militar y a la Guardia Civil en la obra La torna para ser sometido a un consejo de guerra, razón por la que el día antes del juicio se fugó de la cárcel y se refugió en Francia), Otelo, de Shakespeare, podría interpretarse que exalta y justifica la violencia machista€
Por lo que he podido ver, los títeres que se representaron días pasados en Tetuán eran un furibundo alegato contra las arbitrariedades y abusos del poder. No había intención de incitar a la violencia ni, por supuesto, hacer apología del terrorismo de ETA y Al Qaeda. Pero Alfonso y Raúl han sido víctimas de una leyes que nos sitúan en un Estado cuasi dictatorial, al nivel de países como Hungría y Turquía, al decir de Ignacio Escolar. En efecto, la reforma del Código Penal y la llamada Ley Mordaza no tienen otra finalidad que cortar de raíz, mediante la represión y el miedo, las respuestas populares a la política de recortes laborales y sociales. Además, el encarcelamiento de estos cómicos ha sido una maniobra de distracción más para silenciar la corrupción en Valencia, los juicios a Rato y Blesa y cientos más, o las puertas giratorias con Trinidad Jiménez camino de un despacho en Telefónica. Y, de paso, para apretar un poco más el dogal que se cierne sobre la gestión de Manuela Carmena en el ayuntamiento de Madrid, por parte de quienes, en apariencia defensores de los derechos de la infancia, no tienen reparo alguno en obviarlos (omisión de socorro a refugiados sirios) o en conculcarlos (no atajando la pobreza infantil o dejando libres a pederastas).
Hipocresía y doble moral. Nada nuevo.
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