http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2015/12/08/planeta-habitable/697747.html
Si hay una imagen reciente que
ejemplifique con nitidez nuestro actual modo de vida, sin duda la de la ciudad
de Pekín cubierta a pleno día con una capa de smog que oscurecía el cielo y obligaba a la población a cubrirse el
rostro con mascarillas es una de ellas. La industrialización acelerada de ese
nuevo gigante asiático y el acceso de amplias capas de su población al
consumismo occidental han transformado la imagen del tradicional país de las
bicicletas. Situación preocupante, por cuanto China, con más de 1.300 millones
de habitantes, alberga la sexta parte de la población mundial. No menos
impactantes son las imágenes de una ciudad como Madrid, también con su capa de smog y una arteria urbana, la M-30,
totalmente colapsada, hasta el punto de que las autoridades municipales han
tenido que adoptar medidas drásticas y coyunturales, que, a la vista de que la
situación se repite, deberían ser estructurales.
Son sólo unos ejemplos de hasta
dónde nos ha llevado nuestro irracional modo de vida, derivado de una
globalización –también de las costumbres-
que ha dinamitado las identidades culturales incluso donde éstas han
estado secularmente más sedimentadas. A título de ejemplo, en España han
arraigado con fuerza fiestas norteamericanas como la Noche de Halloween y el
Black Friday, lo cual nos indica el grado de colonización cultural que estamos
sufriendo por parte de un país que es el mayor ejemplo de derroche y consumismo
y, por ello, el máximo responsable del aumento de la contaminación que sufre el
planeta.
El cambio climático es una
evidencia que está ahí, para sacudir nuestras adormecidas conciencias. Aunque
publicaciones como Expansión, siguiendo la estela del famoso primo de Rajoy, no sólo lo niegan sino que
incluso aluden a que un exceso de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera puede
beneficiar (¡pásmense!) a las plantas y a los ecosistemas del planeta, en la
medida en que los hace más resistentes a la sequía, hoy nadie con un mínimo de
sentido común puede poner en duda nuestra contribución colectiva en la emisión
de gases de efecto invernadero y, en consecuencia, al aumento de la temperatura
media de la Tierra. La máxima responsabilidad en el deterioro de la salud de
nuestro planeta azul cabe achacarla a un sistema capitalista derrochador y
depredador de recursos desde la Revolución Industrial. Los síntomas de su
enfermedad son evidentes: desaparición de especies faunísticas y vegetales;
inundaciones, erosión y pérdida de suelos; huracanes, sequías e incendios
forestales en aumento; extracción no sostenible de los recursos del subsuelo;
deshielo acelerado del casquete polar ártico y del glaciarismo continental;
gran peso de la industria armamentística, con su secuela de guerras y más
destrucción; hambrunas y permanencia de grandes zonas del planeta sumidas en la
más lacerante desigualdad… No es posible seguir así. En este estado de cosas, tenemos también
nuestra cuota de responsabilidad individual, por lo que urge que tomemos
conciencia de que hemos de hacer algo para revertir esta gravísima situación.
Pequeños gestos, pero que nos introducirían en una nueva dinámica existencial.
Podemos –y debemos- hacer uso del transporte colectivo y, como mínimo, compartir el coche. Hay que suplir esos
viajes soñados a larga distancia en avión por otros circuitos turísticos más
cercanos (¿han hecho cuentas del impacto de la aviación comercial en las altas
capas de la atmósfera, con sus miles de vuelos diarios?). Es preciso que, en
línea con las discutidas tesis sobre el decrecimiento, de Serge Latouche, empecemos a valorar la conveniencia de adoptar un
modo de vida más austero, que no está reñido con llevar una vida plena y feliz.
Porque no es posible que este planeta pueda soportar por más tiempo el derroche
consumista en que nos han hecho entrar. Los expertos nos han advertido de que
si todos los habitantes de la Tierra
quisieran adoptar las pautas y modos de vida de la ciudadanía de EE UU y
la UE, harían falta al menos tres planetas como éste para satisfacer sus
demandas.
Inmersos en plena campaña
electoral, sorprende que, pese a la gravedad de la situación, los temas medioambientales no ocupen –salvo
contadas excepciones- la agenda prioritaria de las formaciones políticas concurrentes
a los comicios. Aun así, 150 jefes de Estado y de gobierno, reunidos en
París, tratan de acercar posiciones
respecto de la necesidad de tomarse en serio el cambio climático. Soy bastante
escéptico con los posibles resultados de esta Cumbre, que finaliza el próximo
día 11, porque nada se ha conseguido desde las de Río de Janeiro, Kioto,
Copenhague… (hasta en un total de 20 encuentros anteriores). Ojalá me equivoque
y la aparente buena predisposición de los gigantes económicos (China, EEUU, Francia…)
sea el síntoma de que las clases dirigentes del mundo, por fin, han percibido
la gravedad de una situación gestada a partir de la ambición de una especie
humana que se cree propietaria en exclusiva del planeta que nos acoge. Entretanto, la ciudadanía de a pie hemos de
hacer lo posible por legar a nuestros descendientes un planeta más habitable.
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