Hoy, en Murcia ciudad se masca la contaminación, con tal virulencia que ni la vecina huerta nos salva.
Foto: La Verdad |
He salido un rato a la calle, en mi barrio de Santa María de Gracia (vivo junto a Ronda Norte), y me han inundado, no sólo la pitutaria sino las mismas papilas gustativas, los efluvios procedentes del asfixiante tráfico rodado: dióxido de azufre (SO2) y óxido de nitrógeno (NO) se alían para hacernos la atmósfera irrespirable.
Dicen que tenemos memoria olfativa, algo que compruebo al asociar esos olores a los que podemos percibir, desde dentro de nuestro vehículo, cuando asomamos por la autovía de Cartagena a la altura del Cabezo Beaza y nos 'saludan', cuando sopla el viento del 'jaloque' (en Cartagena, brisa del sureste), los gases del Valle de Escombreras. Mi pobre madre, que vivía en Vista Alegre, la barriada en la que crecí, cuando esa contaminación de Escombreras se cebaba sobre la barriada me decía que alguna vecina se habría dejado abierta la bombona del butano.
En esta nuestra ciudad de Murcia, la consigna de 'todos al centro en coche', que parece presidir la inactuación de quienes deberían velar por nuestra salud, es la responsable de que estemos como estamos. Las advertencias de las organizaciones ecologistas, que echan en falta actuaciones más contundentes contra la contaminación ambiental procedente del tráfico rodado, de la quema de rastrojos y demás, caen en saco roto.
Pero las autoridades se curan en salud, satisfechas de que la ciudad se adorne con la etiqueta verde y de que haya sido elegida capital gastronómica. Vivmos de la apariencia mientras morimos un poco más cada día casi, sin advertirlo.