"En España, como en toda democracia consolidada, los partidos políticos de la derecha (y algunos que, sin serlo, se han sumado a la causa) son la expresión del poder de las clases dominantes. Pero éstas han de recurrir al miedo y a la amenaza externa (la inmigración, los mercados, los inversores...) para justificar la adopción de medidas casi siempre lesivas para los sectores populares. Y, de paso, como en la Edad Media, cortar de raíz cualquier tipo de respuesta al orden establecido".
El miedo, como el dolor, es un mecanismo defensivo de las especies animales y del ser humano. En ese sentido, no es algo extraño a nuestra naturaleza. El problema se presenta cuando es un elemento paralizante o inducido desde instancias ajenas.
Es sabido que en la Edad Media las clases dominantes utilizaron el miedo a la condenación eterna y al infierno para conformar una sociedad sumisa a sus dictados. Pero también aquéllas tenían miedo al pueblo. Por eso, el púlpito, la Inquisición y el poder feudal, con su represión y castigos, ejercieron su papel para impedir que las revueltas sociales subvirtieran el orden establecido. Unos siglos después, nada ha cambiado.
En toda Europa, el miedo al diferente y a la supuesta avalancha procedente de la inmigración atenaza a las sociedades. En Alemania, la extrema derecha xenófoba y racista crece imparable, mientras la minoría turca se refugia en el Islam como elemento preservador de su identidad. En otros países ricos y cultos (Austria, Dinamarca, Suecia?) el fenómeno es parecido. Hoy, como ayer, las clases dominantes saben que el miedo inducido es un aliado imprescindible para paralizar cualquier tipo de respuesta social a su poder y dominio. El decorado no ha cambiado. Empecemos por España. Y por la Iglesia.
Hace unos días, conocíamos por LA OPINIÓN el nombramiento por la Ucam de Rouco Varela como doctor honoris causa. En su discurso, el arzobispo emérito de Madrid, al denunciar el peligro que para las sociedades suponía el relativismo ético asentado sobre el principio de autonomía total de la conciencia individual, trataba de sembrar el miedo entre sus acólitos. Y, de paso, con esta jerga 'filosófica' querría ocultar la polémica suscitada en su día por utilizar medio millón de euros de un endeudado arzobispado para su ático de lujo en Madrid.
A su vez, el arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, ha venido aprovechando su 'magisterio' para propagar el miedo y también el odio con sus declaraciones xenófobas, homófobas y machistas, razón por la que la Fiscalía le ha abierto diligencias penales. Es fácil percibir en la posición adoptada por estos prelados el miedo a la pérdida de su posición de poder y de sus privilegios en el seno de una institución, la Iglesia, que viene detentándolos secularmente y que los conserva en virtud del último Concordato de 1979.
Pasemos al campo de la política. En España, como en toda democracia consolidada, los partidos políticos de la derecha (y algunos que, sin serlo, se han sumado a la causa) son la expresión del poder de las clases dominantes. Pero éstas han de recurrir al miedo y a la amenaza externa (la inmigración, los mercados, los inversores?) para justificar la adopción de medidas casi siempre lesivas para los sectores populares. Y, de paso, como en la Edad Media, cortar de raíz cualquier tipo de respuesta al orden establecido. La gravedad de la situación es de tal calibre que medidas coercitivas (en España, la Ley Mordaza), restrictivas de derechos (reformas laborales) y de control ideológico (manipulación de la información) tratan de inutilizar los mecanismos de respuesta social. El miedo paralizante como mecanismo inhibitorio de acciones contundentes contra un orden social impuesto y tremendamente injusto.
Y como muestra, un dato. La sección de Economía de El País alertaba hace unos días de que el 1% de la población mundial era depositaria del 50% de la riqueza. Pero la denuncia por parte de las fuerzas de izquierda de esta situación conduce a que éstas sean consideradas formaciones caducas y decimonónicas, como si el neoliberalismo que nos azota no fuera producto del liberalismo burgués, que, como todos sabemos, no nace precisamente en siglo XXI.
En estos días el miedo se ha incrustado también en la campaña electoral. Un amigo mío denunciaba en las redes sociales que el PP, en un mitin en una pedanía de Moratalla, se atrevió a asegurar que si ganaban las izquierdas en España los vecinos y vecinas perderían sus viviendas y sus pensiones. Esta situación no es nueva. Recuerdo algo similar previo a la victoria electoral del PSOE en octubre de 1982, al que se acusaba de querer cerrar los colegios religiosos.
Ahora, todas las invectivas se han centrado sobre la coalición Unidos Podemos. La derecha y sus corifeos han venido vertiendo toda una serie de calificativos para deslegitimar e invalidar esta opción política: chavistas, bolivarianos, radicales extremistas, comunistas?
Veamos algunas de las propuestas de estos 'rojos irreductibles', que podrían ser asumidas por cualquier partido socialdemócrata de nuestro entorno: creación de empleo mediante una reforma fiscal progresiva; nueva senda de reducción del déficit; reforzamiento del Estado del Bienestar; reestructuración de la deuda hipotecaria; banca pública con Bankia, Mare Nostrum y el ICO; financiación de las pensiones por vía impositiva; lucha efectiva contra la corrupción; libertad de expresión, reunión y manifestación; recuperación de la memoria democrática; desarrollo de las zonas rurales y nueva orientación de la PAC; plan de retorno de los y las inmigrantes españoles?
¿Le asustan estas medidas? A la derecha, sí, porque podría acabársele el chollo. Por eso recurre al miedo.
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