martes, 9 de abril de 2013

LISBOA, TAN PRÓXIMA

(Artículo publicado en la edición impresa de La Opinión de fecha 9-4-2013)


Redacto estas líneas desde Lisboa - ciudad a la que he viajado con mi pareja- a pocas horas de emprender el regreso a nuestras tierras murcianas, con la retina empapada de sensaciones multicolores. Y con el ánimo aún transido de esa melancolía que las sugerentes melodías del fado nos aportan.
 
Plaza Marqués de Pombal
Lisboa, tan próxima. Nada como caminar pausadamente por sus calles para captar en profundidad la idiosincrasia de este pueblo. El turismo ha supuesto una cierta desnaturalización de aquella Lisboa que conocí hace ya más de 40 años, con ocasión de mi viaje de estudios del bachillerato. Pero aun así es una ciudad con un magnetismo especial. Ese turismo de masas (sobre todo, español) no ha logrado borrar el
encanto de sus viejas calles, el que se percibe en barrios como Alfama, el Barrio Alto, Belén… Si programamos la estancia con cierta calma, sin la pretensión de verlo todo en pocos días, podremos disfrutarla más.
 
Una ciudad se conoce también por su gastronomía. En Lisboa, hay que degustar las múltiples preparaciones del bacalao. Delicioso el que se prepara a la plancha, como el que probé en el restaurante-cervecería Tripeiro, en la Rua dos Correreiros. Son frecuentes también los restaurantes -allí denominados ‘pastelaria’- en que se ofrecen los buenísimos dulces lisboetas. Pero incluso la oferta gastronómica lisboeta no escapa a la estandarización de las conductas que ha impuesto el turismo. La cocina ya no es la que fue. Tampoco hoy Lisboa es ya la ciudad barata que conocíamos hace unos años. El menú del día no baja de los 9 euros (como en Murcia o Madrid). Y cuidado con aceptar los entrantes que se ofrecen inicialmente en cualquier restaurante. Si no los excluimos inicialmente, pasarán a engrosar la cuenta de la consumición. Al margen de la cafetería A Brasileira, muy conocida por haberla frecuentado el poeta Pessoa, es agradable la estancia en otras, como la Boulangería, en rua La Madalena.
 
Para comprar vinos, lo mejor es hacerlo en lugares alejados del bullicio turístico. Yo lo hice en la bodega Napoleâo, en la rua dos Franqueiros, cerca de Alfama, en donde adquirí, a buen precio, varias botellas de Oporto dulce y otra de vino verde.
 
Pero el atractivo de Lisboa está, sobre todo, en sus gentes. Amables, pacientes y conversadoras. No resulta un inconveniente el desconocimiento del portugués. Casi todo el mundo habla español (curiosa la mezcla de español y portugués que hablan los habitantes de Alfama) en lugares frecuentados por el turismo. Pero es conveniente acercarse al significado de ciertos vocablos, presentes en la carta de cualquier restaurante, antes de decidirnos a pedir un menú. Así, hemos de saber que omeleta es tortilla de patatas; peixe, pescado; frang0, pollo; bife, bistec…
 
El tráfico es menos caótico que en cualquier capital. El respeto hacia el peatón es exquisito. Siempre le permitirán cruzar por un paso de cebra. Por otro lado, la red de transporte público es más que suficiente. Cuatro líneas de metro y varias de autobuses y tranvías nos garantizan el traslado rápido a cualquier lugar, por lo que podemos dejar aparcado nuestro coche en el garaje del hotel.
 

Pero hay otra Lisboa. La capital de las recientes movilizaciones contra los brutales recortes sociales. Multitud de pintadas y carteles por las calles llaman a la rebelión contra el actual estado de cosas. Uno próximo a la plaza Marqués de Pombal sugería la conveniencia de volver a otro segundo ’25 de abril’, mientras que junto al Monasterio de los Jerónimos una pintada reivindicativa exhortaba a combatir el severo régimen de austeridad.
 
Mi estancia coincidió con acontecimientos políticos tales como la moción de censura –que no prosperó- de la izquierda contra el gobierno del conservador  Pedro Passos Coelho y con la decisión del Tribunal Constitucional portugués de declarar sin efecto la supresión de la paga extra de funcionarios y pensionistas. La prensa informó esos días de un posible segundo rescate. Se hablaba incluso de un gobierno de salvación nacional Pero en la calle percibí ciertos reparos de la gente a hablar de política.
 
Ante esa situación, pude detectar que el alto nivel de precios de los productos básicos de alimentación, muy similares a los de España, no se corresponde con el poder adquisitivo de los portugueses. Un camarero del restaurante Tripeiro me informó del salario que percibía por diez horas de trabajo, unos 600 euros (el sueldo medio en Portugal es de 500). El paro y la miseria son claramente perceptibles en las calles. La mendicidad es claramente visible, mientras que muchos intentan sobrevivir a costa del turista vendiendo paraguas, gafas de sol…
 
Sin embargo, la tremenda crisis que atraviesa el país parece haber estrechado, aún más, los lazos que siempre han mantenido con España los portugueses. Una pareja de artesanos del barro, con los que hablé en el Museo de Arte Popular, me sugería la conveniencia de caminar hacia una Federación de Iberia, idea del escritor Saramago. Pero, para eso, debería darse, por nuestra parte, otra actitud de acercamiento y de eliminación de mitos, barreras y tabúes respecto a nuestro país hermano.

 
Diego Jiménez

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