martes, 9 de octubre de 2012

PROCESO NEOCONSTITUYENTE

http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2012/10/09/proceso-neoconstituyente/432156.html


Mi licenciatura del servicio militar coincidió, con escasos días de margen, con el primer mitin que en libertad organizó el PCE en el Parque de Torres de Cartagena en los días previos a las primeras elecciones a Cortes constituyentes, celebradas el 15 de junio de 1977. Recuerdo que, aún con mi cabeza semirrapada –exigencias de la mili de aquellos tiempos-, acudí a esa fiesta democrática. En las gradas del auditorio del Castillo de los Patos, miles de banderas rojas, con la enseña del partido, eran agitadas por gentes entusiastas que esperaban, aun con la incertidumbre del momento, que la formación política que había tenido más protagonismo en la clandestinidad para traer la democracia a España tuviera una representación en aquellas primeras Cortes acorde con el peso político que había demostrado, tanto en el exilio como en el trabajo clandestino en el interior.
Las urnas hablaron. Y la izquierda, fragmentada, no obtuvo la representación que se esperaba. Y aunque, paralelamente a los debates constitucionales, la postura de muchas fuerzas de izquierda era claramente rupturista, pronto muchos advertimos que aquella Transición se convertía en una transacción. Quien más cedió fue la izquierda, que hubo de abandonar señas de identidad como la reivindicación republicana. Pero, además, aquel régimen de la Transición supuso la intangibilidad de la estructura económica vigente en el franquismo, para lo que era imprescindible diseñar un marco de relaciones democráticas con algunas carencias que aún hoy se arrastran.
En efecto, con el pretexto de la crisis económica, aquella frágil democracia española está dando síntomas alarmantes de caminar hacia una estructura de Estado cuasi policial. La intolerable criminalización que, con ocasión de esa crisis  –un pretexto más para desmantelar gradualmente la democracia y el bienestar social en nuestro país- se ha dirigido en primer lugar hacia las cúpulas sindicales, luego a los liberados, para continuar con los funcionarios y, al día de hoy, con los movimientos sociales, tiene un objetivo claro: desarmar cualquier atisbo de contestación social. La vergonzosa represión de los  recientes –y crecientes-  episodios de protesta social es un síntoma preocupante, en la medida en que parece renacer ese franquismo residual que nunca nos abandonó del todo. La reciente propuesta de la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, de ‘modular’ [sic] las protestas -lo que se concreta en el propósito del Gobierno de dar  luz  verde a una ley que nos convierte a todas las personas en potenciales sospechosos- y la afirmación de Marcelino Oreja de que la transmisión televisiva de las manifestaciones ciudadanas no hace sino alentar éstas son hechos que nos retrotraen, inevitablemente, a épocas que creíamos superadas. Y en ese marco, la razón por la que la desproporcionada acción policial del 25S y días siguientes no ha cristalizado en una protesta más contundente y generalizada tiene que ver no sólo con el miedo que se ha inculcado a amplios sectores de la población, sino también con la escasa raigambre de una auténtica democracia en nuestro país. La democracia renquea cuando el Estado es incapaz de garantizar una vivienda para todos (artículo 47 de la Constitución), con expedientes de desahucio que llevan a la desesperación a personas como nuestro paisano José Coy -en huelga de hambre en el momento de redactar estas líneas-; cuando el derecho al trabajo (artículo 35) es pisoteado sistemáticamente; cuando no se establece un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad (art. 31); cuando se viola gravemente el derecho de manifestación (artículo 21), alegando razones de desórdenes públicos que sólo están presentes en las mentes enfermizas de quienes tratan de coartar esos derechos fundamentales… Ante tal estado de cosas, las reivindicaciones secesionistas del nacionalismo burgués defendido por Artur Más, profusa y machaconamente repetidas por los mass media, suenan a cortina de humo para esconder problemas más graves.
Hubo un tiempo en que algunos exigíamos el cumplimiento estricto de esta Constitución, aunque no terminaba de convencernos del todo. Hoy, la evidente fractura entre unos gobernantes que obvian hacer efectiva esa Constitución y el resto de la población hace necesario caminar hacia un proceso neoconstituyente que devuelva a la ciudadanía  el protagonismo que durante estos años se le  ha venido hurtando. Hay foros varios y colectivos sociales y políticos que vienen demandándolo. De todos y todas depende que sea algo más que un desiderátum.

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