HOY HACE 37 AÑOS
En
septiembre de 1975, Franciso Franco era
un dictador agonizante: a sus problemas de salud, que terminarían por llevarle
a la tumba dos meses después, se sumaban sus preocupaciones y desvelos por
mantener en pie una dictadura que empezaba a mostrar que estaba tan enferma
como su propio jefe.
Nerviosos
por la salud del dictador y acosados por las crecientes demandas de libertad y
por la tensión entre los que propugnaban una apertura y los más acérrimos
franquistas —"los del búnker" les llamaban—, los prebostes de la
dictadura necesitaban dar un golpe de autoridad. Lo hicieron de la única forma que sabían: matando.
El 27 de
septiembre de 1975 cinco jóvenes izquierdistas fueron fusilados. Tenían cara y nombre: Juan Paredes
Manot, Angel Otaegui, José Luis Sánchez Bravo (paisano nuestro, de Murcia,
Ramón García Sanz y José Humbero Baena Alonso. Sus nombres pasaron a la
historia por ser los últimos ejecutados por una larga dictadura de casi 40 años
que empezó
matando por la "Gracia de Dios" y terminó haciendo lo mismo.
Los dos primeros pertenecían a ETA; los tres últimos militaban del Frente
Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), la organización creada por el
PCE (m-l).
Estaban
acusados de participar en varios atentados contra policías y guardias civiles.
Algunos de los acusados habían empuñado un arma pero otros no. La única prueba
con la que contó el tribunal fue la propia declaración de los acusados,
obtenida bajo tortura.
Todos
estaban condenados de antemano: el Consejo de Guerra que les condenó a la pena
capital fue una farsa, sin ninguna garantía jurídica, sin pruebas. Las
últimas ejecuciones del régimen tuvieron una enorme repercusión en toda
España y en toda Europa. Hubo una enorme movilización, sobre todo en
Europa, para evitar aquellas muertes. Hasta el Papa Pablo VI pidió clemencia a
Franco, pero éste, pese al pavor que le producía una hipotética excomunión
papal, firmó las penas de muerte.
En la
madrugada del 26 al 27 de septiembre, España vivió su noche más larga. Luis
Eduardo Aute inmortalizaría aquel suceso en una célebre canción: Al alba.
Paredes Manot y Otaegui, los miembros de ETA, fueron ejecutados en Burgos y Barcelona, respectivamente. Sánchez Bravo, García Sanz y Baena Alonso fueron trasladados desde la cárcel de Carabanchel hasta un cuartel en Hoyo de Manzanares (Madrid), donde poco antes de las ocho de la mañana fueron acribillados por el pelotón de fusilamiento.
Pocos días después, y como si nada hubiera ocurrido, Franco, acompañado del joven Borbón Juan Carlos, comparecía en la plaza de Oriente, aclamado por los siempre presentes camisas azules falangistas.
Pasados ya 37años, aquel franquismo agonizante parece empezar a resucitar con nuevos bríos, con acciones que tratan de deslegitimar y, sobre todo, criminalizar a la resistencia civil organizada. Y es que, en el fondo, el partido que nos gobierna nunca ha abandonado su querencia por aquel régimen. La prueba está en que no lo ha condenado.