"En el verano de 2005 giré una visita de varios días al Norte de España. Recalé en Pamplona, para conocer de cerca el ambiente de los sanfermines, y posteriormente visité San Sebastián"
DIEGO JIMÉNEZ
En el verano de 2005 giré una visita de varios días al Norte de España. Recalé en Pamplona, para conocer de cerca el ambiente de los sanfermines, y posteriormente visité San Sebastián. Estaba próxima una de las treguas de ETA, que se materializaría en la primavera del año siguiente. No obstante, el ambiente en el centro de la capital se hallaba algo crispado por la muerte de una activista de ETA en una cárcel francesa. Una tarde, tras recorrer el paseo que rodea el monte Urgull, me sorprendió el cierre prematuro de los establecimientos hosteleros. Me dijeron que lo hacían para apoyar la manifestación. Esa protesta, precedida de múltiples carteles con la imagen de la chica fallecida en el casco antiguo de la ciudad, se desarrolló en el bulevar. Miles de personas secundaron aquel acto cívico, con presencia incluso de dantzaris y la música del txistu. Me mezclé entre aquellas gentes, de todas las edades y condición social, para ver de cerca el acontecimiento. La ertzaina vigilaba la concentración, sin intervenir, a prudente distancia. Me convencí de que una gran parte de aquellas personas no era capaz de empuñar una pistola asesina. Y que el conflicto que ha segado la vida de tantas vidas inocentes era complejo. Históricamente, el nacionalismo vasco, que hunde sus raíces en la semilla que, en defensa del foralismo de aquel territorio, había dejado el carlismo, derivó, como es sabido, a finales del siglo XIX hacia la vertiente moderada, propiciada por la burguesía vasca (PNV) y, más recientemente, hacia la independentista, defendida por la izquierda abertzale.
Vaya por delante que condeno y me han repugnado, desde siempre, las acciones terroristas de la banda armada ETA, una organización mafiosa y con tintes nazis a la que, sin embargo, la actuación policial y política de los Estados español y francés y la propia división que se ha operado en el seno del movimiento de presos ha condenado hoy al ostracismo. Su debilidad, además, se ha acrecentado con el alejamiento prematuro de la violencia de una parte de la izquierda abertzale, con expresiones tales como Aralar y colectivos como Lokarri, por citar sólo unos ejemplos. Pero, dicho esto, creo que ha llegado el momento de no seguir silenciando las ideas. He leído y visto declaraciones de personas de peso, del ámbito incluso de la judicatura, que no ven motivos para desconfiar de la nueva ´marca´ abertzale, Sortu. Además, la especial sintonía de que han dado muestras los dos partidos de ámbito estatal, PP y PSOE, a la hora de poner reticencias para el registro de esta nueva formación política no se corresponde, sin embargo, con las posiciones que defienden esas mismas formaciones en el País Vasco.
Sortu, en su aparición pública, se ha comprometido a cumplir con las estipulaciones contenidas en la ley de partidos. Y lo que hace unos años era condición necesaria y suficiente, la condena de la violencia, ahora no sirve. La remisión de los estatutos de esta nueva formación política a la Fiscalía y la Abogacía del Estado aparece, así, como una maniobra dilatoria para intentar impedir que concurra a los próximos comicios locales y autonómicos. De prosperar esa prohibición, en Euskadi seguirá habiendo un buen número de ciudadanas y ciudadanos privados de expresar en las urnas, de manera democrática, sus opciones independentistas.
Personalmente, estoy muy alejado de la pretensión de los nacionalismos —tanto catalán como vasco— de establecer, como mínimo, un vínculo de relaciones con el Estado español de carácter confederal. Soy más proclive a la defensa de un marco estatal fuertemente federal, con criterios de solidaridad interterritorial. Pero silenciar a una formación política que ha dado muestras de querer renacer bajo nuevos supuestos es algo que no encaja en el marco democrático de relaciones que queremos consolidar en nuestro país. El Gobierno, las instituciones del Estado y la sociedad deben dar muestras, en estos momentos, de una cierta generosidad, ésa que no tuvieron en cuenta quienes durante cuarenta años han sembrado el odio, la muerte y el drama para tantas familias españolas.
Pero, como dijo John Lennon, demos una oportunidad a la paz. Quizás con ello el fin de la lacra terrorista esté más próximo que nunca.
3 comentarios:
Otra vez te tengo que dar las gracias por tus comentarios. Estamos tan solos ante tanto comentario oficialista que llena oír comentaros como el tuyo. Muchas gracias.
Muchas gracias, amigo Pepe. Pero el tema es controvertido. Ha levantado ampollas en ciertas personas, que no ven legítima la aspiración a que ejerzan derechos democráticos quienes han callado reiteradamente ante los crímenes de ETA.
Un saludo.
Muchas gracias, amigo Pepe. Pero el tema es controvertido. Ha levantado ampollas en ciertas personas, que no ven legítima la aspiración a que ejerzan derechos democráticos quienes han callado reiteradamente ante los crímenes de ETA.
Un saludo.
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