martes, 3 de febrero de 2015

César Oliva disertó en Murcia sobre La Barraca y el Teatro de las Misiones Pedagógicas

La charla formó parte de las actividades paralelas a la exposición en Murcia de las Misiones Pedagógicas y contó con un público expectante que llenó el Salón de Grados de Derecho.

Diego Jiménez/Murcia.  El Salón de Grados de la Facultad de Derecho registró, una vez más, un lleno total en la tarde del pasado martes, día 27 de enero, para escuchar a César Oliva disertar sobre La Barraca y el Teatro de las Misiones Pedagógicas, un acto presentado por Antonio Sánchez, de la Asociación de Jubilados y Pensionistas de STERM Intersindical. 

De izquierda a derecha, Antonio Sánchez y el ponente, César Oliva.


César Oliva enmarcó la llegada de Alejandro Casona al Teatro de las Misiones con el acceso al mundo teatral de autores españoles de la Generación del 98, como Unamuno, que en 1932 estrena “El Otro”, con la actriz Margarita Xirgu, y Valle Inclán,   con “La reina castiza” (junio de 1931), una obra antimonárquica publicada por primera vez en la revista La Pluma en 1920, junto a “Divinas Palabras”, interpretada también por Margarita Xirgu y Enric Borràs. Son los años de la aparición de nuevos dramaturgos como Miguel Mihura, José María Pemán, Enrique Jardiel Poncela… El teatro profesional tenía, pues, enorme peso en la República.

El Patronato de las Misiones Pedagógicas y su impulso de la cultura y de las artes escénicas

En torno a 1931, se habla de una sociedad en descomposición tras muchos años de dictadura sostenida por la Corona, de manera que el triunfo de la II República trajo cierta esperanza para la vida española. En ese contexto nace el Patronato de las Misiones Pedagógicas, creado por decreto de 29 de mayo de 1931 por el Ministerio de Instrucción Pública, a cuyo frente estaba Marcelino Domingo, y con un objetivo claro: impulsar la cultura con un programa concreto de educación popular.

El Patronato, presidido por Manuel Bartolomé Cossío, impulsa en las artes escénicas el Coro y Teatro del Pueblo, dirigidos, respectivamente por Eduardo Martínez Tornel y Alejandro Casona. El Coro y el Teatro estaban integrados por jóvenes estudiantes que recorrían el país en periodos vacacionales y en días festivos. Se beneficiaron de sus actividades unos 286 pueblos. El repertorio estaba basado en piezas populares de la literatura clásica de autores como Lope de Rueda, Juan de la Encina, el Cervantes de los entremeses, sainetes de Ramón de la Cruz…, y piezas compuestas por el propio Alejandro Casona.

Poco después, se pone en marcha un segundo plan de acción teatral, con idénticas pretensiones de llevar la cultura a los distintos rincones del país: ‘La Barraca’, de Federico García Lorca.

La Barraca: su origen y sus actividades

La Barraca surge a partir de una idea de García Lorca y de la Unión Federal de Estudiantes Hispánicos. El ministro de Instrucción Pública, el granadino Fernando de los Ríos, subvencionó el proyecto con 100.000 ptas. García Lorca, junto con Eduardo Ugarte, codirector de La Barraca, comienzan la tarea de preparar montajes teatrales para llevar a los pueblos de España desde el verano siguiente (1932). El objetivo pedagógico era similar al del Teatro del Pueblo. Quizás los intereses del grupo fueran más atrevidos, como indicó el biógrafo del grupo, Luis Sáez de la Calzada.

La Barraca fue una apuesta firme por la renovación del arte escénico, condicionada, no obstante, por las dificultades presupuestarias posteriores y por el cambio de gobierno, con el acceso de la derecha al poder. Esas dificultades junto a ciertas críticas de sectores de la intelectualidad hicieron disminuir el ímpetu inicial del proyecto. No obstante lo cual, entre 1932 y 1935 La Barraca ofreció un repertorio que dignificaba la escena española, en un sentido de popularizarla, según reflexiones recogidas del hispanista Ian Gibson.
Un primer desafío que encara La Barraca fue la puesta en escena de un complejo texto, el auto de ‘La vida es sueño’, de Calderón de la Barca.

Sus actuaciones

El 10 de julio de 1932, en el pueblo soriano de Burgo de Osma, comienza sus actuaciones La Barraca, en un periplo que, durante cuatro años, la va a llevar por todos los pueblos de España. La bibliografía sobre este grupo teatral recoge la enorme ilusión que ponían todos sus componentes, vestidos con unos característicos monos azules, justificados por las tareas al margen de su actuación artística que debían de desarrollar.

El repertorio lo constituían piezas clásicas, con la excepción de un recital de “La tierra de Alvargonzález”, de Antonio Machado, declamado por el propio Federico, y una breve pieza de García Lorca, “El retablillo de Don Cristóbal”, programada en un breve periodo de tiempo que tuvo La Barraca tras la muerte de Federico. Las representaciones de La Barraca iban dirigidas a un pueblo llano, virgen, no corrompido, así como a unos pocos intelectuales que entendieran los objetivos de esta actividad teatral.


Actividad escénica de las Misiones Pedagógicas
Las Misiones inician su andadura con el Teatro y Coro del Pueblo, que lo integran, como en La Barraca, jóvenes estudiantes que actúan en periodos vacacionales. El repertorio incluía obras clásicas y menores, como pasos, entremeses, sainetes… adaptados o reescritos para su mejor comprensión. La primera representación se dio en Esquivias (Toledo), el 15 de mayo de 1932, y la labor de las Misiones en este terreno se prolongó durante cinco años, quedando interrumpida por la guerra civil.

Las primeras salidas se hacían en radio de acción limitado al entorno de Madrid, normalmente en funciones de mañana y tarde; pero, en épocas vacacionales, las Misiones extendían su actividad a zonas más alejadas, en provincias tales como Ciudad Real, Cáceres, Zamora, Valladolid, Salamanca, Zaragoza… Las últimas actuaciones tuvieron lugar en julio de 1936, en la comarca que rodea el lago de Sanabria.

Los materiales y los actores viajaban, normalmente, en dos autocares y una furgoneta alquilados, cuyos propietarios cobraban un precio simbólico. Pero, a partir de 1934, cuando el presupuesto de las Misiones descendió un 50%, los propietarios sólo cobraban el importe de los carburantes de los vehículos.

El alma mater del Teatro del Pueblo fue Alejandro Casona, un dramaturgo que era maestro de escuela. Su apellido Casona (en realidad sus apellidos reales eran Rodríguez Álvarez) lo adoptó artísticamente en recuerdo a la casona familiar en la que transcurrió su infancia y juventud.

Funcionó, así mismo, un Retablo de Fantoches, verdadero teatro de títeres dirigido por Rafael Dieste, que llegaba a pueblos a los que no podían acceder el autobús y la camioneta. La primera representación de ese Retablo de Fantonches se dio en Malpica, en la Costa da Morte (A Coruña), el 20 de octubre de 1933. El repertorio incluía piezas del propio Dieste.

Estas actividades eran puestas en tela de juicio por ciertos políticos e intelectuales. Así, Araquistain decía que estas actuaciones “enriquecían la cabeza de la nación pero que se olvidaban del estómago”.

Similitudes y diferencias entre los dos proyectos culturales surgidos en la II República: La Barraca y el Teatro del Pueblo

Analogías: deseo de difusión cultural; componentes del estudiantado, aficionados, poco o nada contaminados por el teatro profesional de la época, y  dirección a cargo de personas con cierta experiencia en la puesta en escena, y, sobre todo, en la adaptación de textos.
Diferencias: una mayor sencillez en el concepto de producción en Misiones Pedagógicas; escasas pretensiones estéticas y un principal objetivo: llevar por los rincones de España algunas obras breves de nuestro acervo cultural clásico, con esa idea didácticas que estaba en la propia esencia de Misiones Pedagógicas, que, además, en el caso de Misiones iban acompañadas de Coro (La Barraca no tenía Coro).

La Barraca pretendía, además, la renovación teatral. Sus representaciones tienden a hacerse en las capitales, como aquí en Murcia, en el Teatro Romea, en Elche… Esa pretensión de renovación hace que la escenografía cobre un protagonismo especial en La Barraca, para lo que contó con jóvenes artistas para esa renovación estética: Benjamín Palencia, Santiago Ontañón, José Caballero, Ramón Gaya…, es decir, los artistas jóvenes de ese momento.

A más de 80 años de su creación, sin embargo, ambos modelos respondieron a un afán de aproximar el arte estético a medios desfavorecidos de la cultura española.