miércoles, 18 de octubre de 2023

ASÍ RESPONDE ISRAEL A LA PETICIÓN DE 'CONTENCIÓN' POR PARTE DE OCCIDENTE

(Foto: 20 minutos) Unas 3.000 personas muertas en Gaza desde que comenzó la guerra. Ayer, más de 600 en el ataque a un hospital. El cinismo occidental es vomitivo: mientras piden a Israel que sea comedido en sus acciones, Biden volará a Tel Aviv para apoyar a Israel y pedirle también “contención”. Ya vemos hasta dónde llega esa contención. Por culpa de la permisividad y apoyo occidental a ese Estado sionista, nazi y asesino, Israel está cometiendo a diario crímenes de guerra. Netanyahu debería ser conducido al Tribunal Penal Internacional.

miércoles, 4 de octubre de 2023

¿RUSIA ES CULPABLE?

Artículo publicado en La Opinión de Murcia. 3-10-2023 ¿Rusia es culpable? Pedro Costa desgrana en su libro los entresijos históricos y las consideraciones geoestratégicas de un conflicto sin aparente solución militar De entrada, he de reconocer que todas las guerras son abominables. Pero cuando intelectuales reputados, periodistas prestigiosos, profesores universitarios de renombre y gente progresista en general toman partido por uno de los bandos contendientes, la imparcialidad se resiente. Es lo que está ocurriendo con la guerra ruso-ucraniana. Para cualquier observador avezado es notorio que hay un asfixiante monolitismo informativo y una suerte de maniqueísmo que no se corresponde con la realidad. Los debates públicos, más allá de artículos especializados y la machacona propaganda televisiva, que reproducen las tesis de EEUU-OTAN y su aliada comparsa, la Unión Europea (UE), están prácticamente ausentes. Por eso son de agradecer los que están teniendo lugar estos días en varias localidades de la Región, gracias a la presentación del libro ¡Rusia es culpable! Cinismo, histeria y hegemonismo en la rusofobia de Occidente, de Pedro Costa Morata, texto de título equívoco si no se repara en el subtítulo, claramente indicativo de las intenciones de su autor.
(«¡Rusia es culpable!» fue el alegato que, en 1941, pronunciara Ramón Serrano Suñer para justificar el envío de la División Azul al frente de Leningrado para ‘matar rojos’. Para el cuñado de Franco, Rusia fue culpable de la Guerra Civil, por su apoyo a la República; hoy, a ojos de muchos, Rusia sigue siendo culpable de oponerse a los planes de dominio de Occidente y, por supuesto, de la guerra de Ucrania). Pedro Costa, ingeniero de formación, licenciado en Periodismo, Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, Premio Nacional de Medio Ambiente 1998 y declarado ecologista, está dedicándose en estos últimos años a la investigación de una parcela que le atrae especialmente, la política internacional, y en este texto desgrana los entresijos históricos y las consideraciones geoestratégicas de un conflicto sin aparente solución militar. Tuve el honor de ser elegido para presentar su libro el pasado día 27 en Murcia. El autor analiza en sus más de trescientas páginas -que se inician con la abierta condena del papel de España en esta crisis y del irresponsable, a su juicio, papel del Gobierno- el papel de Rusia tras la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) cercando a Rusia, contra las promesas repetidamente formuladas en sentido contrario desde 1990-91, como ahora veremos; el providencialismo de raíz protestante calvinista que se atribuye a la nación norteamericana (lo que no le ha impedido apoyar la actuación de genocidas dictadores de toda laya), y la preocupante historia de la Ucrania independiente postsoviética. En relación con la responsabilidad rusa en esta guerra, no hay que perder de vista el sentimiento de cerco y acoso al que se ha visto sometido este país por Occidente. Recordemos que ya a partir de la Revolución de octubre de 1917 y de la guerra civil que la siguió para destruir el régimen bolchevique, en torno a la nueva Rusia se estableció un ‘cordón sanitario’, suavizado en parte en los años 30 del pasado siglo por el auge del fascismo en Europa, y digo en parte porque hubo un sistemático rechazo franco-británico a las propuestas soviéticas de una alianza contra el nazismo en la Sociedad de Naciones, lo que llevó a la URSS a la firma del Pacto Ribbentrop-Molotov, de agosto de 1939, o Pacto de No Agresión, incumplido por Alemania al penetrar en territorio ruso en 1941. Tras el fin de la II Guerra Mundial y el surgimiento de una política de bloques, la rusofobia occidental fue permanente, algo que no mitigó la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y la posterior desmembración de la URSS. Antes, habían caído en saco roto las propuestas de Mijail Gorbachov, quien entendió, a partir de 1985, que, liquidada la gerontocracia dominante en el Kremlin, eran tiempos de cambio, a la búsqueda de un socialismo renovado, intentando además que Occidente aceptara que la URSS fuera parte de Europa. Y recordemos que, a partir de su reunión con el presidente francés Mitterrand, en París, en octubre de 1985, cobró popularidad su propuesta de un ‘hogar común europeo’ desde el Atlántico hasta los Urales. Pero, desaparecida la URSS, lo que se consolidó fue la traición de EEUU a Rusia. Recordemos que Gorbachov recibió el 9 de febrero de 1990 una promesa del exsecretario de Estado de Estados Unidos, James Baker, en nombre de todo el Gobierno del expresidente George H. W. Bush: «Ni una pulgada hacia el Este». El compromiso consistía en que las fuerzas de la OTAN no avanzarían hacia las fronteras rusas. A cambio, la URSS se comprometió a poner fin a una Guerra Fría que tenía al mundo gastado en una lógica bipolar que no beneficiaba a casi nadie. Al final, el bloque soviético se desintegró por múltiples factores, igual que el compromiso de Washington. Tres décadas después, con el conflicto en Ucrania de fondo, la promesa está más que rota: a partir de la integración de la República Democrática Alemana (RDA) en Alemania Federal, han ingresado sucesivamente en la OTAN la República Checa, Hungría, Polonia, Rumanía, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, Eslovaquia, Albania, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte… O, lo que es lo mismo: el sentimiento de cerco por parte de Rusia se ha visto agravado. Una OTAN hegemonista y provocadora Para Pedro Costa, la actual guerra ruso-ucraniana es una consecuencia de ese cerco y las amenazas de la OTAN hacia Rusia, y no un capricho expansionista postsoviético o resentido del presidente Vladímir Putin. «Desde luego -afirma- invadir países no es el proceder que prevé el Derecho Internacional para la solución de conflictos, pero Occidente lo viene haciendo desde que asumió su conciencia de excepcionalidad y privilegio que a sí mismo se atribuyó». «Los Estados miembros de la OTAN han constituido un grupo de delincuentes hegemonistas que han anulado a los organismos internacionales creados para la paz y el diálogo […] EEUU, a fin de frenar la recuperación política y militar de Rusia en la escena internacional, prepara el acoso a China por las mismas razones y empuja a su coro de satélites a nuevas y más comprometidas operaciones de agresión; una actitud consustancial con su origen como nación de convicciones religiosas puritanas…». Por ello, Costa Morata está convencido de que para Rusia, que ha visto ampliarse el cerco occidental cerca de sus fronteras, «la guerra actual es preventiva, defensiva y forzada». Y, para terminar, no hemos de obviar que la actual guerra ruso-ucraniana no se entiende sin tener en cuenta los sucesos del Euromaidán de 2013-2014, que llevaron a la caída del presidente Yanukóvich, con participación occidental. Un dato: a finales de 2013, europeos y estadounidenses, con la participación de la Fundación Nacional para las Democracias (NED, por sus siglas en inglés), están detrás de las manifestaciones que llevaron a esa caída del presidente ucraniano prorruso. Sucesos que ocasionaron meses después el bombardeo y la masacre, por parte del Gobierno ucraniano, de sus propios compatriotas prorrusos del Donbás (repúblicas de Lugansk y Donetsk), con más de 14.000 muertos. Ello explica la intervención rusa en defensa de esas poblaciones rusófonas. El enquistamiento del conflicto y la perseverante posición militarista europea en torno al mismo lleva a Costa Morata a concluir que «no creo que se vaya a producir un giro hacia la sensatez por parte de los gobiernos europeos; mis esperanzas globales están puestas en los movimientos sociales, que abominen del hegemonismo y de la bipolaridad, para que se pueda recuperar una suerte de renovado movimiento del Tercer Mundo».