jueves, 19 de febrero de 2015

Antonio Viñao: “La Guerra Civil española supuso una quiebra del principio republicano de la libertad de conciencia de los niños y niñas”

Su charla clausuró formalmente, el pasado viernes día 13 de febrero,  la exposición sobre las Misiones Pedagógicas, que se ha exhibido desde el pasado día 12 de enero en el Museo de la Universidad de Murcia. Al fnal del acto, se contó con  la actuación, muy aplaudida, del Coro Arsis, de Caravaca de la Cruz.

Diego Jiménez/Murcia.- Presentado por Benigno Polo, una de las personas de STERM Intersindical que han colaborado activamente en la exposición, Antonio Viñao, catedrático de la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia, comenzó su disertación recordando que, tras la aprobación de la Constitución de 1931, en enero de 1932 el Ministerio de Instrucción Pública envió un ejemplar del nuevo texto a todas las escuelas. Lo acompañó con una Orden, en la que se decía que la Constitución se explicaría los escolares junto a  algunos de los principios básicos de ese texto constitucional. Así, se dice que: “La escuela ha de ser laica; la escuela, sobre todo, ha de respetar la libertad de conciencia del niño. No puede ser dogmática ni sectaria, toda propaganda política, social, filosófica o religiosa queda terminantemente prohibida. La escuela no puede coaccionar las conciencias, al contrario, ha de respetarlas (…) La escuela, por imperativo del artículo 48 de la Constitución, ha de ser laica, por tanto no ostentará signo alguno que implique confesionalidad, quedando igualmente suprimidas del horario y programa la enseñanza y la práctica confesionales. En lo sucesivo, la escuela se inhibirá de los problemas religiosos: la escuela es de todos y aspira a ser para todos”.



Un año más tarde, un grupo de profesores/as publica un libro, “El Evangelio de la República. La Constitución explicada a los niños”. En él, aparece un párrafo que aclara el texto anteriormente expuesto: “La escuela será laica. No debe entenderse esta palabra en un sentido de oposición a las prácticas religiosas. No es ése su significado. Por el contrario, este principio denota el máximo respeto a la conciencia del niño y del maestro. El laicismo no es un concepto ofensivo para ninguna religión, es un concepto defensivo de todas; no impone ninguna creencia (…)  no ofende a ninguna conciencia, defiende la libertad de conciencia sin la cual no hay religiosidad posible…”

¿Cómo se llega a estas posiciones?
En 1900, una sufragista, higienista y eugenista sueca, Ellen Key, publica un libro, “El siglo del niño”. Este siglo XX se abre con una nueva disciplina, la Paidología, que estudia los procesos del desarrollo físico, psíquico e intelectual de los niños y niñas. Y junto a ésta, aparece la Paidotecnia, esto es, la aplicación de esta nueva ciencia con un carácter práctico. Los niños son objeto de observación por psicólogos, psiquiatras, médicos, higienistas… Son medidos, cuantificados… son objeto de atención científica. Es la época en la que surgen los primeros test y escalas para medir la inteligencia, en la que se plantean leyes de protección para la infancia y en la que el movimiento higienista (médicos y psiquiatras) se vuelca sobre los niños y niñas.

Pero con la Paidología y la Paidotecnia los niños y niñas no pasan de ser un objeto, no son sujeto. Ha de llegar el movimiento internacional de la Escuela Nueva para que empiece a hablarse del “paidocentrismo”, que propugna que la Escuela ha de estructurarse en torno a los intereses de los niños/as. Pero aún habría de darse un paso más; era precisa una nueva concepción de la infancia, la que establece que los niños y niñas son sujetos de derechos. En esta nueva concepción se inserta la libertad de conciencia de los niños.

A continuación, Viñao pasó a exponer los antecedentes de todo el movimiento tendente a reivindicar los derechos de la infancia en Europa, y que posteriormente tendría su repercusión en España.

Los cuáqueros
Fue la denominación oficial de una secta religiosa anglo-americana  (originalmente ellos mismos se denominaban “Hijos de la Verdad” e “Hijos de la Luz”, pero  fueron llamados en forma despectiva por el resto de mundo “Cuáqueros”).  El fundador de la secta, George Fox, hijo de un acomodado tejedor, nació en Fenny  Drayton, en Leicestershire, Inglaterra, en julio de 1624, y funda esta secta, disidente de la Iglesia oficial anglicana, que entre otras cosas rechazaba la violencia y planteaba la objeción al Ejército. Es un pacifismo pasivo que, poco a poco,  va derivando hacia un pacifismo activo. De modo que, a partir del siglo XIX, los cuáqueros se plantean atender a los desplazados de las guerras, y, sobre todo a los más inocentes, los niños, basándose en los principios de neutralidad y en el no proselitismo. Los cuáqueros crean hospitales, escuelas, dan alimento a los niños…

José María Blanco Crespo, “Blanco White”.  
Nacido en 1775 y fallecido en Liverpool en 1841. Sacerdote católico por presiones de su madre y hombre de brillantes cualidades intelectuales, se hizo ateo e indujo al ateísmo al grupo de sacerdotes que le leyeron. Exiliado en 1810, entra en Oxford y se convierte al anglicanismo. Pero en Irlanda observa la misma intolerancia de los anglicanos que él había observado en los católicos, por lo que abandona la Iglesia anglicana. En los últimos años de su vida, en un artículo publicado en The Christian Teacher, afirma: “No creo en el dios de los teólogos; creo en Jesús de Nazaret como ‘guía moral’ ”. En The Christian Teacher escribe, de 1836 a 1840, una serie de artículos. El primero de ellos, “Los derechos mentales de los niños”, en que se manifiesta contrario a la conformación y ‘moldeado’ de las mentes infantiles, propugnando el respeto, por los padres y madres, de sus derechos mentales. Denunció que el sistema educativo británico de su época constituía una suerte de esclavitud mental de los niños y niñas. En otro artículo, se refiere al autor de un libro que trata de explicarles a los niños la existencia del alma. En ese artículo, dice: “El autor, por supuesto, pertenece a esa multitud, desgraciadamente inmensa, que cree en el derecho y en el deber de todos los padres de apoderarse de las mentes de sus hijos desde la más temprana edad y conformarlas enteramente tomando como modelo la suya”. 

En otro texto, en que se finge un diálogo por un seglar y un clérigo (que es él), en los que se habla sobre estos temas, el seglar le dice:

-Deduzco, por lo que dice usted, que los niños no deberían recibir formación religiosa alguna hasta que sean mayores.

A lo que el religioso, responde:

-Diga ninguna instrucción catequística. La tiranía en la educación religiosa actual consiste en persuadir a los niños que aquello que se les enseña no admite dudas. Esto es una auténtica falsedad, todos los padres saben que los dogmas de su propia Iglesia, sea cual sea, son puestos en cuestión por los hombres más instruidos e ilustres. Ocultar este hecho a sus hijos es algo deshonesto.

A lo que su interlocutor responde:

-Muy bien, entonces, ¿cómo puede decirse a un niño de tres o cuatro años que el catecismo que se le hace repetir es objeto de controversia?

-Muy fácil, no se lo enseñe –responde el clérigo.

Eglantyne Jebb, maestra cristiana, comprometida, pacifista, sufragista, junto con su hermana crea en 1919, tras la Primera Guerra Mundial, una institución que existe hoy: Save of the Children, con el fin de atender a niños austriacos y alemanes víctimas de la hambruna que esa guerra provocó en Austria y Alemania. Por esa acción, Eglantyne encontró en su país una fuerte oposición a la creación de Shave of the Children Fund (Unión Internacional de Socorro a los niños).

No sólo creó una de las organizaciones de desarrollo más importantes del mundo, sino que su labor desembocó además en la primera promulgación de la  “Declaración de Derechos del Niño” por parte de la Sociedad de Naciones (1924). Pero, en ella, la libertad de conciencia aún no figura.

Cambios en la concepción de los derechos de la infancia
La actividad desarrollada por Eglantyne esté en el origen de toda una serie de estudios y declaraciones acerca de los derechos de la infancia. En España, se editó un libro de Fernando Sáinz, un inspector de Educación (el libro no lleva fecha, pero debe ser aproximadamente de 1930), que contiene la Carta de los Derechos del Niño, aprobada por el grupo madrileño  de  la Liga Internacional de la Educación Nueva, pues a través de la Educación se plantea con más claridad la libertad de conciencia. De esa carta, dos artículos:

 “El niño tiene derecho a ser un agente de su propia Educación e instrucción y a sentir el placer de la investigación y el descubrimiento de la verdad. Se debe dejar que elabore por sí mismo su propia cultura guiándole y ayudándole en ello, para que llegue a saber los derechos de carácter pedagógico”.

En otro artículo, se dice: “El niño tiene derecho a que se respete su futura personalidad, no imponiéndosele prematuramente ideas o concepciones de la vida que dificulten o impidan la libre formación de conciencia”.

Los derechos de la infancia, hoy
Si repasamos la vigente Constitución de 1978, la libertad de conciencia de los niños y niñas no aparece explícitamente. Sin embargo, sí aparece ese nefasto y malentendido derecho de los padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones (artículo 27). Sin embargo, el artículo 39 remite a los acuerdos internacionales que velan por los derechos de los niños.

Actualmente rige la Convención de las Naciones Unidas de los Derechos del Niño, de 20 de noviembre de 1989, que muchos países no han suscrito y otros lo han hecho con reservas (¿entre ellos España?) pues no soportan el hecho de la libertad de conciencia de la infancia.

En la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, en su artículo 18, la cuestión está clara (salvo que neguemos a los niños y niñas la condición de ‘persona’). Dice ese artículo: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia”.

Lo expuesto hasta aquí evidencia la existencia de cambios en la concepción de la infancia, pues se pasa de considerar al niño como un objeto al niño como persona sujeto de derechos. Con lo cual, según se expresa en unos párrafos de un artículo del grupo de UNICEF del País Vasco, ello supone el rechazo del derecho subjetivo de los padres hacia sus hijos por el mero hecho de la procreación. En ese artículo, se afirma: 

“Entender los derechos de la infancia y de la autonomía del niño supone aceptar que la infancia no debe ser considerada sólo como una fase de transición hacia la edad adulta. El niño o la niña no pertenecen a su familia ni al Estado: pertenecen a sí mismos”.

La libertad de conciencia durante la Guerra Civil
A partir del golpe de Estado del 17-18 de julio contra la República, el bando rebelde franquista no se plantea esos problemas de libertad de conciencia, porque ésta es un valor republicano; muy al contrario, a los niños se les viste de requetés. El problema se plantea en la zona republicana. La imagen de unos niños con el puño el alto, imitando el gesto de los adultos, nos indica que la guerra produce una distorsión de sus valores autónomos.

Lógicamente, el contenido de los libros escolares cambia y los símbolos también; aparecen libros y materiales con títulos como “Cartilla escolar antifascista”. La situación es nueva, distinta: una guerra es una guerra. Y en la guerra, en ambas zonas, la Educación, la Escuela, los maestros se ponen al servicio de un objetivo: vencer. En ese contexto, la neutralidad no cabe, así como tampoco las posturas tibias.

En los planes de estudios de 1937 y que son aprobados por la Generalitat en 1938, así como en las orientaciones pedagógicas de la CNT, está claro que la guerra es un hecho que condiciona el currículum y la práctica escolar. Pero se intenta inculcar a los niños otros valores como la paz, la solidaridad y la fraternidad, algo ausente en la “zona nacional”. Es decir, viene a decirse: “Construyamos una sociedad nueva y no será necesario el recurso a la guerra”.

Pero la guerra es un hecho que influye en las prácticas y juegos de la infancia. Los niños, a veces, juegan a los fusilamientos. Y los niños son también blanco de los bombardeos, sobre todo en Madrid, Málaga, Guernica, Cartagena… Y los niños mueren.

Se impone la protección de niños y niñas: las colonias escolares
Avanzan las tropas franquistas. Con ocasión de la caída de Málaga a primeros de 1937, familias enteras vinieron andando desde Jaén y Málaga y recorrieron Almería para llegar a Murcia. Por ello, se impone evacuar a la población infantil o protegerla en instituciones adecuadas. Además, la República intenta infundir alegría a los niños,  evitarles el trauma de la guerra. La República organizó una semana de juguetes para los niños (del 1 al 7 de enero). Se creó un Consejo Nacional de la Infancia para organizar la evacuación. Se crean las colonias, convertidas pronto en instrumento de propaganda, de tal forma que son visitadas por políticos extranjeros. Se les sugiere a los niños que plasmen sus experiencias en dibujos destinados a ser expuestos en el extranjero y así obtener fondos. (Se dispone de un catálogo de una exposición de dibujos infantiles que se hizo en Nueva York en 1938).

En suma, en la zona republicana se intentó salvaguardar la libertad de conciencia de los niños y niñas, protegerles, evitar que fueran traumatizados por la dura experiencia de la guerra y crear un medio, una colonia, una escuela, un hospital… donde los niños vivieran en un ambiente distinto.

Ángel Llorca, director del grupo escolar “Cervantes”, institucionista, republicano, vocal del Patronato de Misiones Pedagógicas y jubilado el 25 de julio de 1936 (hecho que le salvó), junto con una maestra, Justa Freire, organizó, por el encargo de la Agrupación de Mujeres Antifascistas, una colonia infantil en el Perelló. Colonia que fue modélica y que otras trataron de imitar. Justa Frerire afirma con claridad que en este ambiente bélico la Escuela es uno de los oasis que en un desierto florece; se trata de crearles a los niños y niñas un ambiente familiar en el que se pueda llevar a cabo un ensayo pedagógico que la guerra ha hecho posible; esto es, avanzar la Educación del futuro.

Justa Freire terminó en la cárcel de Ventas, en donde se encargó de la alfabetización de las reclusas e incluso formó un coro. Hubo dos tipos de colonias escolares. En unas, los niños y niñas vivían con familias y eran atendidos por maestros desplazados. Pero hubo también colonias colectivas, en régimen de internado, normalmente en casas confiscadas. ¿Cuántas colonias hubo?  A la altura de septiembre de 1937, se registran las siguientes: Cataluña, 54; Valencia, 37; Alicante, 28; Murcia-provincia, 20 (con 1.014 niños/as); Aragón, 5; Albacete, 1. En total, aproximadamente, unos 46.000 niños/as, con una intención por parte de la República de que se pudiera llegar a la cifra de 100.000.

Labor de los cuáqueros en Murcia
Francesca Wilson, de la asociación inglesa de los Cuáqueros, es un ejemplo de la labor desarrollada por éstos en España en ambas zonas beligerantes. Entre 1936 y 1942, atendieron a unos 150 mil niños/as. Incluso siguieron unos años más en la España de Franco. De las cartas e informes de la asociación se deduce que trabajaban más cómodamente en la zona republicana, aun no haciendo distinción alguna con los niños de una zona u otra.

Los cuáqueros tomaron dos ciudades como centro para su actuación: Barcelona y Murcia.  Francesca Wilson llegó a Murcia en febrero de 1937. Se encontró con una población de 60.000 habitantes entre los que se encuentran unos 20.000 refugiados, repartidos entre la ciudad y el resto de la provincia. Hubo de afrontar dificultades inmensas. En primer lugar, los refugiados desconfían de los extranjeros por creer que se van a llevar a sus niños fuera del país. Además, y ella lo expresa con claridad, Francesca encontró grandes diferencias de nivel político y cultural entre Barcelona, con una población de mentalidad civil republicana, y Murcia, en que no se daba esa situación. Es más, califica duramente a las muchachas y mujeres adultas de la burguesía y de la alta clase murciana al no encontrar colaboración ni ayuda de éstas para atender, cuidar, alimentar, curar… a esos niños/as “piojosos”, “rojos”, que llegan llenos de sarna, enfermedades, malnutridos… Por ello, Francesca se ve compelida a buscar ayuda fuera. En los años siguientes llegan más cuáqueras, que, al no encontrar mucha colaboración, hubieron de buscar personas capacitadas para la asistencia a esos niños. El apoyo lo encontraron, sobre todo, en el alcalde de Murcia, Fernando Piñuela.

En Murcia, contaron con el albergue “Pablo Iglesias”, en el que se les suministraba a niños y niñas leche, mermelada, pan… aportados por los cuáqueros. También pusieron en marcha talleres para dar ocupación a las madres de esos niños. (Los cuáqueros fundaron en Murcia un Hospital de Niños, cuyo edificio hoy se conserva al final de la calle Puerta Nueva).

Sí hubo en Murcia personas que colaboraron con las colonias. José Castaño y Gabriel Pinazo se desplazaron a Madrid para traer niños a las colonias murcianas. Y José Castaño, junto con Elisa Smilg (hermana de Clara) y Encarnación Zorita (al principio, como miembros de la FUE se les pidió ayuda), tuvieron a su cargo una colonia, primero en la Casa del Pino (casa de La Cierva). Y en otra segunda colonia en Buenavista, en La Paloma, estuvieron Carmen Tapia, Clara Smilg y Pilar Barnés.  El padre de Clara era el chófer de los cuáqueros, razón por la que, después de la guerra, denunciado por unos vecinos, acabó en la cárcel.

Pilar Barnés cuenta que por las tardes se reunían para tomar té en la casa de Clara junto con los cuáqueros. En especial, recuerda a Emily Parker, con la que mantuvo correspondencia durante bastantes años. También acudían a esas citas suizos y alemanes de las Brigadas Internacionales. Pilar Barnés y Carmen Tapia dieron clase, además, en el Hospital de los niños.

Viñao acudía, en los finales de la década de los 70 y en las siguientes, una vez a la semana para conversar en inglés con Clara Smilg, que dominaba el alemán, inglés, francés… Según nos dijo, Clara era una mujer culta y liberal, gran conversadora, que sabía escuchar y que, más que aconsejar, daba ánimos. Clara Smilg le decía que los párrafos escritos por Blanco White coincidía con lo que ella había pensado y sentido.


“Los niños que perdimos la guerra”
Viñao acabó su conferencia con la lectura de un párrafo de la obra de Luis  Garrido titulada “Los niños que perdimos la guerra”, una novela autobiográfica, en la que el niño protagonista, Paco,  no es otro que él mismo. Un niño evacuado que había estudiado en un colegio de monjas. Su madre, católica, le enseñó que por las noches debía rezar. Ese niño llega a la colonia y empieza a rezar y el resto de los niños se le echa encima:

-El Paco está rezando; hay que zumbarle, es un maldito carca. ¡Fascista, beato, carca, a por él! -le dicen.

Al día siguiente, en clase, la profesora lo nota extraño. De ella,  dice Paco: “La profesora de mi clase se llamaba Clara; era una señorita a la que todos queríamos mucho por su amabilidad y comprensión”. 

La profesora, extrañada de que el niño no respondiera bien, le llama y le dice:

-He dicho que te quedes para que me expliques qué te pasa, porque te he visto toda la mañana distraído y sé que te pasa algo.

A lo que le contesta Paco:

 -Es que yo rezo y anoche los chicos me pegaron y me prometieron decírselo al director. 
Y, a renglón seguido, le dice a la maestra: 

-Es que es malo rezar?

-No, pero al director no le gusta que lo hagáis y no debes volver a hacerlo –dijo Clara.

Paco le rfequiere: 

-¿Entonces usted tampoco reza?

-Tú no puedes comprender lo que pasa; eres muy pequeño, pero, si quieres, puedes decir tus oraciones con el pensamiento, no las digas en voz alta. -le responde Clara.

El crío pregunta:

-¿Por qué?

-Porque a los señores que mandan no les gusta, porque está prohibido en la guardería y porque  tus compañeros se burlarán de ti.

El crío no acepta eso, porque considera que su madre es también mala. Llora y, en ese momento, Clara lo acoge, le echa el brazo por encima, le acaricia y, en un tono muy bajo, le dice:

-No llores, Paquito, no llores, todo esto se acabará pronto y volverás con tus padres. Pero, mientras tanto, tienes que hacer lo que yo te diga y verás como todo irá bien.

-Entonces haré lo que me ha dicho –dice Paco.

-Está bien, toma un caramelo y vete a jugar con los otros niños. Y ya sabes que sólo tú y yo estaremos enterados -le dice ella.

Así era Clara Smilg.  

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Al final de la charla, el Coro Arsis, de Caravaca de la Cruz, puso el colofón a esta brillante conferencia y esta sugerente exposición con la interpretación de algunos de los temas del Coro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas, junto con otros temas musicales de nuestro país y del resto del mundo.




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