martes, 19 de mayo de 2020

CATEDRAL RESTAURADA SIN SIMBOLOGÍA FASCISTA




Cuando se anuncian de nuevo posibles obras de remodelación, tras la incesante caída de cascotes de las distintas fachadas de la catedral, y para las que desde las instancias eclesiásticas se pide dinero público, es el momento de proceder al borrado de la inscripción fascista

Uno de los reclamos turísticos de más peso de nuestra Región, la iglesia-catedral de Murcia, monumento del siglo XV, está gravemente afectado por el paso del tiempo. Hace unos días, LA OPINIÓN daba cuenta de que, una vez más, una zona de la plaza de la catedral fue acordonada tras caer unos cascotes de su fachada. La situación no es nueva: los casi trescientos años de antigüedad de la piedra del bello imafronte barroco de Jaime Bort, los excrementos de las palomas sobre sus estatuas, las distintas amplitudes térmicas y la humedad que soporta la roca y, por qué no decirlo, el haber convertido la Plaza del Cardenal Belluga en lugar de celebraciones varias en las que, en ocasiones, no falta la música con altos decibelios atentan, además de la propia antigüedad de la roca, contra la salud de la misma

Tirando de hemeroteca, comprobamos que la situación no es nueva. Tras el luctuoso suceso de abril de 1995, en el que un músico callejero murió, tras varios días hospitalizado, al caerle encima un fragmento de la fachada, varios hechos similares han venido sucediéndose. Por ejemplo, en fechas más recientes, en agosto de 2018, lo que movió en noviembre de ese año a la dirección general de Bienes Culturales, dependiente de la consejería de Cultura, a iniciar un expediente de emergencia para reparaciones urgentes en la fachada, pero sin solución definitiva, hasta el punto de que en marzo de 2019 la asociación Huermur exigía, en nota de prensa, una revisión exhaustiva y pormenorizada de todas y cada una de las fachadas de la catedral.

La inseguridad del templo catedralicio sigue ahí, pese a que la legislación regional exige de los responsables del mantenimiento del templo actuaciones claras para evitarla. La Ley 4/2007, de 16 de marzo, de Patrimonio Cultural de la Comunidad Autónoma de Murcia es contundente a ese respecto. El artículo 6 de ese texto legal obliga por igual a las entidades locales (en este caso al ayuntamiento de Murcia) y a la propietaria del templo, la Iglesia católica. En relación a la restauración, el artículo 9 nos recuerda que la dirección general de Bienes Culturales es competente en la materia, aclarando que «la Administración pública podrá ordenar a los titulares de los bienes de interés cultural [€] la adopción de medidas de restauración, rehabilitación [€]» y, si el requerimiento no es atendido, la dirección general competente podrá ejercerlas subsidiariamente.

El artículo 35.4 aclara, además, de que «en el caso de inminente peligro para la seguridad de las personas [situación que hoy es evidente], el titular del bien inmueble [en este caso, la Iglesia católica], y en su defecto el Ayuntamiento correspondiente, deberán adoptar las medidas necesarias para evitar daños».

Pero si hay algo, además del peligro inminente que presentan las distintas fachadas, que afea y denigra a este monumento nacional, declarado como tal en junio de 1931 por la II República y hoy catalogado como BIC, es la inscripción falangista existente en la fachada que da a la Plaza de la Cruz. Con la leyenda «José Antonio Primo de Rivera. Presente», dicha inscripción supone un atentado a los valores de paz y de concordia que teóricamente debe predicar la Iglesia católica, amén de que el mantenimiento de la misma es contrario a los principios básicos de un Estado democrático.



Esa leyenda sigue ahí, recordándonos aciagos tiempos de odio e intolerancia, alentados por un individuo, José Antonio Primo de Rivera, cuyo único mérito consistió en propugnar el enfrentamiento violento entre las españolas y españoles, ya que, en el Manifiesto fundacional de Falange, en el madrileño Teatro de la Comedia, llamaba claramente a ese enfrentamiento con su 'dialéctica de los puños y las pistolas', hecho corroborado en su clara adhesión al golpe de Estado militar contra la República.

El movimiento memorialista regional ha venido realizando vanos llamamientos a corregir esa clara anomalía democrática. Reivindicaciones que vienen de atrás. Ya en 2008, la asociación Amigos de los Caídos por la Libertad contactó con el Obispado para demandar la retirada de esa inscripción fascista, con la difusión de un comunicado en el que matizaba que el objetivo era recuperar el aspecto original de la fachada, tras la restauración del templo.

La Federación de Asociaciones de Memoria Histórica de la Región de Murcia (FAMHRM) cursó en 2017 una petición al Obispado en el mismo sentido, así como, meses después, la Asociación para la Recuperación y Defensa de la Memoria Histórica de Murcia-Tenemos Memoria (MHMU). Dichas exigencias se fundamentaban en lo estipulado en el artículo 15 de la Ley 52/2007, de Memoria Histórica. En ese artículo se establece que las Administraciones públicas deben tomar las medidas oportunas para retirar los objetos o menciones conmemorativas de la exaltación de la sublevación militar, la Guerra Civil o la represión de la dictadura.

MHMU visitó, además, sin resultado alguno, al deán de la catedral, Juan Tudela, al que pidió que tanto el cabildo catedralicio como el Obispado, en cumplimiento de la citada ley, procedieran al borrado de dicha inscripción. Tampoco ha obtenido respuesta el escrito dirigido por esa asociación a la dirección general de Bienes Culturales, en solicitud de entrevista.

En esa línea de constante reivindicación del borrado de esa denigrante inscripción falangista, el pasado 23 de noviembre de 2019 tuvo lugar una concentración en la Plaza de la Cruz, convocada por la federación regional de asociaciones memorialistas, que fue secundada por centenares de personas. En la misma, se exhibía una pancarta con la leyenda «Obispo, quita la inscripción», exigiendo, una vez más, eliminar de la piedra el texto que exalta la figura de quien apoyara, sin fisuras, el golpe de Estado contra el Gobierno legal republicano.

Hoy, cuando se anuncian de nuevo posibles obras de remodelación, tras la incesante caída de cascotes de las distintas fachadas de la catedral, y para las que desde las instancias eclesiásticas se pide la colaboración de Fomento, según recogía hace unos días LA OPINIÓN, si a esas obras se va a destinar dinero público, es el momento de proceder al borrado de una inscripción fascista que, amén de atentar contra la memoria democrática, denigra, como decíamos arriba, el carácter monumental y turístico de un templo que es visitado anualmente por miles de personas de fuera de la Región.

Porque la Iglesia, de una vez por todas, debe ser más receptiva a los nuevos tiempos democráticos y desprenderse de la simbología fascista de sus templos y otros lugares de culto.



















































































































martes, 5 de mayo de 2020

YA NADA VA A SER IGUAL

 

 https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2020/05/05/igual/1111544.html

Quiero ser optimista. Debemos estar ya preparados/as para el 'día después'. Hemos de superar nuestro actual modo de vida y consumo, nuestra forma de ser y estar en el mundo. Esta tragedia ha de empujar a las naciones hacia un nuevo orden económico mundial


Redacto estas líneas en el Día del Trabajo. Evoco, cómo no, aquel Primero de Mayo en democracia que viví en Cartagena en 1979, tras la dictadura franquista, con el ya fallecido primer alcalde democrático, el socialista Enrique Escudero, desde la tribuna de oradores tras el final de la manifestación obrera ofreciendo el Ayuntamiento (sólo unos días antes se habían celebrado las primeras elecciones municipales desde la Segunda República) al pueblo, porque era la 'casa del pueblo'. Y siento no poder estar en la calle en esta cita anual con quienes (y esta pandemia lo ha demostrado sin duda alguna) realmente sostienen esta sociedad, los trabajadores y las trabajadoras, los autónomos y autónomas, los funcionarios y funcionarias, inmigrantes, y tanta y tanta gente de bien.

Hemos dejado atrás un triste y más lluvioso de lo normal mes de abril. El mes de la República. El abril del advenimiento de la Segunda República Española en 1931; el de la victoria de los partisanos italianos sobre el fascismo en 1945; el de la Revolución de los Claveles en Portugal en 1974, con el fin de la dictadura salazarista.

Sin embargo, este abril de 2020 ha venido acompañado de densos nubarrones no sólo en lo meteorológico. Tras la eclosión en China a finales de 2019 de la crisis sanitaria del Covid-19, convertida pronto en pandemia mundial, en este mes se ha ahondado una crisis económica que excede en gravedad a la derivada del crack de Wall Street en 1929 y la de Lehman Brothers de 2008, y que está afectando fuertemente al triángulo sobre el que pivota el eje de gravedad del capitalismo mundial: China y el Sureste asiático, Europa y EE UU. Se han desfondado los precios de las materias primas, no sólo del petróleo sino también de otras como el cobre, níquel, algodón y cacao; se han ralentizado la industria y el comercio mundial; se ha incrementado el paro; las compañías aéreas operan escasamente a un 20% de su capacidad; el turismo de masas se ha paralizado. Cuando se supere en parte la pandemia que padecemos, se calcula que esta crisis podría arrastrar a más de quinientos millones de personas a la pobreza y a una huida de enormes masas de personas desesperadas desde el Sur hacia el Norte rico.

La respuesta inicial, ante esta grave crisis, de un cierto sector de las clases dominantes se parece, en parte, a la que se produjo en 2008. Recordemos que Sarkozy, a la sazón presidente de Francia, allá por septiembre de ese año, tras la crisis financiera iniciada en EE UU, lanzó su iniciativa de 'refundar el capitalismo', para reconstruir las finanzas siguiendo la estela de la Conferencia de Breton Woods al final de la II Guerra Mundial. Tal refundación no se hizo. Al contrario, se ha ahondado la diferencia entre clases, se ha producido el trasvase de rentas hacia los ricos, han aumentado las privatizaciones y se ha propiciado el debilitamiento del Estado. Hace unos días, Angela Merkel proponía, en el contexto de la segunda jornada del Diálogo de Petersberg, un congreso internacional sobre la lucha contra el calentamiento global que se celebra anualmente en Berlín, que los programas de reconstrucción tras la crisis del coronavirus se lleven a cabo siguiendo criterios medioambientales y climáticos. Veremos en qué quedan esas promesas. Aunque parece evidente que, en pleno fragor de la crisis, se alzan voces diciendo que nada volverá a ser igual.

Desgraciadamente, sin embargo, hay quienes están tentados de perseverar en que el credo neoliberal siga siendo el discurso rampante. Signos hay que lo demuestran. Pese a que parece claro que afianzar el modelo económico, político, social y cultural que ha dado soporte a esta crisis sanitaria sería tomar el camino que nos llevaría a mayores riesgos y calamidades, hay grandes potencias, como China, que están dispuestas a relajar la supervisión ambiental de sus empresas para estimular su economía. Relajación anunciada también por EE UU y que se podrían extender a otros países, pese a que la ONU destacaba el pasado mes de marzo que la crisis climática podría ser más mortal que el coronavirus.

No aprendemos. Ignacio Ramonet, reconocido periodista, politólogo y semiólogo, nos recordaba hace unos días que un manto de amnesia se extendió por todo el planeta tras la mal llamada 'gripe española' de 1918, que infectó a trescientos millones de personas y mató a más de cincuenta millones. Los 'felices años 20' exteriorizaron esa falsa euforia del periodo de entreguerras, el que alumbrara el fascismo. ¿Podríamos caer en los mismos errores?

Empero, quiero ser optimista. Pienso que, tras este serio aviso de un virus invisible, pero tan letal, la sociedad podría caminar en otra dirección. Debemos estar ya preparados/as para el 'día después'. Hemos de superar nuestro actual modo de vida y consumo, nuestra forma de ser y estar en el mundo. Esta tragedia ha de empujar a las naciones hacia un nuevo orden económico mundial. Las cosas no pueden seguir como estaban, con una gran parte de la Humanidad viviendo en un mundo tan injusto, desigual y ecocida. Como decía hace unos días Gerardo Pisarello, «a lo largo de estos meses hemos vislumbrado lo que significa salir del 'progresismo fósil' y tener ciudades más respirables, ríos menos contaminados y bosques con más diversidad. También, que somos capaces de gestos altruistas: cooperar para coser mascarillas, distribuir alimentos a personas mayores y construir respiradores en fábricas».

Tras esta crisis, creo que las sociedades de todo el mundo han de empujar en una dirección opuesta al ritmo errático e insostenible de nuestro actual modo de vida. Sin ánimo de ser exhaustivo, apunto aquí algunos de los cambios que creo que deberían darse:

1. Inversiones públicas prioritarias en Sanidad y Educación.
2. Reconversión de la industria agropecuaria, derrochadora y consumidora de recursos, hacia una actividad sostenible y orientada a satisfacer las auténticas necesidades humanas.
3. Cuestionamiento de las actuales megalópolis sustituidas por ciudades y pueblos más habitables, revalorizando el hábitat rural.
4. Potenciación del comercio de proximidad.
5. Reorientación de la investigación farmacéutica a la búsqueda de nuevos patógenos, que, con seguridad, están por venir.
6. Limitación del capital especulativo financiero y fórmulas eficaces para una redistribución de la riqueza que elimine las actuales desigualdades sociales, erradicando la pobreza con la implementación de una renta básica ciudadana.
7. Plan de ayudas públicas a autónomos y pequeña y mediana empresa, auténticos creadores de riqueza.
8. Inversión pública en nuevos nichos de empleo, ligados a las actividades medioambientales y a la atención a la dependencia.
9. Cuestionamiento del actual turismo de masas hacia lugares exóticos, sustituyéndolo por un turismo de proximidad y de la Naturaleza.
10. Potenciación de las actividades de ocio orientadas hacia el ámbito de la cultura, y limitación del consumismo ligado a las apuestas y el juego.

Otro mundo y otra sociedad son posibles. Porque ya nada va a ser igual.