(Artículo publicado en LA OPINIÓN de Murcia/ 23-12-2008)
La identidad es lo más preciado del ser humano. Aun siendo evidente que a lo largo de la vida de una persona sus vivencias son cambiantes, siempre quedan incrustadas en su mente unas experiencias vitales que marcan su trayectoria existencial, lo que le hacen ser esa persona y no otra. En mi cerebro están incrustados los sonidos y olores de los ambientes en que crecí de niño, como el fresco chasquido del agua vertida en las balsas para riego por los cangilones de las norias del Campo de Cartagena. Inolvidable el fuerte aroma de los ‘pimientos de bola’ cuando estaban expuestos en los zarzos de caña para su secado al sol, previo a la molienda para extraer el pimentón. Aún hoy, cuando paso por la autovía que desde Murcia conduce a Cartagena, mi ciudad natal, mi pituitaria se inunda de esos olores procedentes de las fincas en que esa actividad se sigue dando. Y, entonces, me siento transportado tiempo atrás a los años de mi infancia, tras la que, a base de sumar identidades varias, habría de llegar, lenta, inconsciente pero implacablemente, la madurez.
Ortega y Gasset acuñó la conocida expresión de “Yo soy yo y mi circunstancia”, según la cual en la vida de una persona interviene lo que en ella se hace presente, esto es, el mundo es lo vivido como tal. En nuestro presente, tanto individual como social, se resume o concentra el pasado. En definitiva, cada ser humano va acumulando, a base de sus experiencias vitales, una personalidad y un modo de ser que le confieren su propia identidad. Identidad que le fue extirpada de raíz, hace unos meses, a Pedro y Violante, al ser desalojados de la casa huertana en la que habían echado raíces. Premiados el pasado año por la coordinadora ‘La Región de Murcia no se Vende’ por el tesón con que defendieron seguir viviendo en su casa de siempre frente a la cruel amenaza –por desgracia, concretada- de la expropiación, Violante no ha podido resistir mucho fuera del hogar que fue una parte importante de su identidad, de su ser. El desarraigo forzado ha acabado con su vida, porque no ha podido resistir que unas arbitrarias y, yo diría más, inhumanas decisiones administrativas hayan estado por encima de sus sentimientos y de sus derechos más elementales. Pocas voces se han alzado en defensa de Pedro y Violante, quizás porque eran una pareja de octogenarios representativos de un modo de vida, el huertano, que nos repugna por ajeno; porque choca con los tiempos de falso ‘progreso’ en que vivimos, que ha convertido a Murcia en una ciudad impersonal, perdidas sus raíces huertanas de siempre.
Por otra parte, los jóvenes que habían decidido convertir un caserón abandonado por sus propietarios en un lugar para vivir y, lo que es más importante, desarrollar conjuntamente actividades sociales y culturales que a nadie hacían daño, perdieron súbitamente su identidad –colectiva- que habían sedimentado a partir de la convivencia en común. Los dueños, enterados de que la casa que ellos no ocupaban había sido tomada por jóvenes “antisistema” que habían instalado en ella el Centro Social Ocupa “La Fábrika de Hielo”, no podían soportar que éstos pudieran disfrutar de derechos, ni siquiera del elemental derecho a la vivienda. Con seguridad, respirarían aliviados al enterarse de cómo las fuerzas de seguridad irrumpieron súbitamente en su propiedad, a altas horas de la madrugada, tratando a sus ocupantes como a vulgares delincuentes y conminándoles a poner sus manos contra la pared para, posteriormente, obligarles a desalojar. Me consta que algunos vecinos aplaudieron el gesto de esas fuerzas del orden, lo que me reafirma en que vivimos en una sociedad afectada de cierta esquizofrenia.
Dos casos de desalojo distintos pero que reflejan qué sociedad hemos “fabricado”, pues pocas personas se empeñan con tanto ahínco en esta Región en obligar a abandonar sus respectivas alcaldías a tantos y tantos primeros ediles incursos en casos flagrantes de corrupción.
1 comentario:
Los otros bandos pa la Huerta. Así va Murcia.
Publicar un comentario