miércoles, 8 de enero de 2014

QUE NADA NOS ARREBATE LA ILUSIÓN

http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/12/31/arrebate-ilusion/524612.html?fb_action_ids=693743100638850&fb_action_types=og.recommends&fb_source=aggregation&fb_aggregation_id=288381481237582

Poco hay que festejar en una España en la que ha anidado la corrupción. Una España compungida y sumisa, cautiva por el recorte de derechos y libertades ciudadanas, y presa de la incertidumbre y la desesperanza tras la amputación del relativo bienestar de que gozábamos. No obstante, encaren la llegada del próximo año nuevo con empuje, con energías renovadas y con ganas de revertir la situación.


Con su negro mostacho y su voz grave y ronca, al grito monótono y estridente de «¡ha llegado el bollero!», aquel panadero anunciaba sus dulces. Alborozados con su llegada, los chiquillos del barrio nos acercábamos a su bicicleta, que portaba en su parte trasera un cajón con los bollos, roscos de anís y pasteles rellenos de cabello de ángel. «¡Ha llegado el bollero!». Han pasado cincuenta años y aquella letanía monocorde aún resuena en mis tímpanos. Evocadora de una niñez que se fue, irrepetible, preñada de situaciones vividas, no siempre gratas.
Como los persistentes sabañones, visitantes asiduos de mis manos y pies en los fríos días de invierno, compañeros inseparables de mis ratos de obligado estudio. Y los frecuentes episodios febriles, con esos sueños indescriptibles, sólo reproducidos con bastante fidelidad por quienes –artistas, escritores y cineastas– han buceado en el campo del surrealismo. En los ratos en que me abandonaba la somnolencia forzada por la enfermedad, me distraían las imágenes de las gentes que, al atravesar la calle, proyectaban sus sombras en las paredes de mi habitación. Ante esas imágenes, mi imaginación infantil, poseída por el delirio febril, creía estar viendo apariciones fantasmagóricas.
«¡Ha llegado el bollero!». Visitante todo el año, aquél se prodigaba más en los días que precedían a la Navidad. Entonces añadía a sus dulces de siempre los tradicionales cordiales, rollos de pascua y mantecados. Auténticos manjares para quienes sólo conocíamos las estrecheces propias de una época, no tan lejana, en la que la cartilla de racionamiento había condicionado, y mucho, la dieta de nuestros progenitores. Pero en aquellos días navideños esos mismos manjares se elaboraban en casa. Acude a mi mente, con sorprendente precisión, la forma de aquella artesa en la que mi madre, Ana, se esmeraba en elaborar la masa de los dulces que luego transportaba al horno de mi vecina Manuela.
Esperábamos la Navidad con ilusión. Fecha en la que, siquiera por unos días, las vituallas navideñas –entre las que no faltaba el guiso de pavo con pelotas, tan arraigado en nuestra tierra– suplían con creces las carencias de nuestra dieta. Nos alegraba también la Navidad la visita esporádica de algún que otro vecino pidiendo una copita de anís por el ´aguilando´. Época de ilusión en la que, por Reyes, nos era dado recibir regalos, largamente deseados y no siempre satisfechos. Como aquel tren eléctrico que nunca tuve en mis manos, pese a pedirlo con reiteración.
Eran otros tiempos. El paso de los años ha hecho que me aleje de aquella visión idílica de estas fechas del calendario. Además, los difíciles momentos que vivimos invitan poco al optimismo y la alegría. Porque poco hay que festejar cuando aquella Navidad, que me inocencia e ingenuidad infantiles lograron idealizar, se ha transmutado, sobre todo, en una fiesta consumista de la que han desaparecido las tradiciones ancestrales que la adornaban. Poco hay que festejar cuando, nada más abrir mi ventana, observo que los contenedores de basura reciben, cada vez con más frecuencia, la visita de personas que hurgan en ellos para buscar algo más que desechos reciclables. Cuando mi retina suple la figura de aquel bollero de mi infancia por la de personas que, también con sus bicicletas provistas de cajas, pero vacías, salen a la búsqueda de chatarra que les permita sobrevivir. Porque la pobreza, aquélla que marcó en parte nuestras vidas hace cuarenta o cincuenta años, ha regresado para quedarse otra vez, parece que por mucho tiempo. Poco hay que festejar en una España en la que ha anidado la corrupción.
Una España compungida y sumisa, cautiva por el recorte de derechos y libertades ciudadanas, y presa de la incertidumbre y la desesperanza tras la amputación del relativo bienestar de que gozábamos.
Hoy cerramos un año aciago. Los pronósticos dicen que, a corto plazo, poco o nada va a mejorar la situación. No obstante, encaren la llegada del próximo año nuevo con empuje, con energías renovadas y con ganas de revertir la situación. Deseémonos todos que nada ni nadie logren arrebatarnos la ilusión. La de nuestra infancia.

3 comentarios:

finchu dijo...

Gracias por este artículo completamente redondo.

Diego J. dijo...

Gracias a ti, finchu, por tu fidelidad hacia mis colaboraciones.

finchu dijo...

Amigo Diego (permíteme que te diga amigo) si no te molesta me gustaría incluir este artículo tuyo en este blog de mi creación (quién no tiene un blog) pues me parece que cualquier medio es bueno para difundirlo.