Este sociólogo polaco aboga por la creación de un organismo global para contrarrestar el poder de las finanzas en su nuevo libro "Mundo consumo". Asegura que ni los estados ni los organismos internacionales están preparados para este cambio
Pocos autores pueden presumir de haber inventado una metáfora exitosa para describir los nuevos tiempos marcados por el desarrollo de los servicios globales de comunicación, la caída del comunismo y el triunfo del libre mercado. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman (Poznam, 1925) es uno de ellos. Su concepto se llamó modernidad líquida. Líquida porque, según él, vivimos en un periodo marcado por la inestabilidad y la precariedad.
Bauman cree que la desregulación de los mercados se ha llevado por delante los pilares y los lazos sociales sobre los que se sostenían los países occidentales tras la II Guerra Mundial. La globalización económica no sólo ha afectado a las relaciones laborales sino a todas aquellas que vertebran el cuerpo social, incluidas las familiares y las sentimentales, tesis plasmada por el escritor en libros como Amor líquido (FCE), Vida líquida (Paidós) y Miedo líquido (Paidós).
El sociólogo polaco vuelve ahora a la carga con Mundo consumo (Paidós). Un análisis sobre las posibilidades de supervivencia del individuo ético en una aldea global en la que los gobiernos locales no son capaces de ponerle el cascabel al tigre de los mercados globales.
"Los estados-nación ya no son los soberanos de muchos aspectos de la vida común de sus ciudadanos", cuenta a Público. "Antiguamente lo que distinguía a las socialdemocracias era que creían en que el principal deber de la comunidad era proteger a todos sus miembros de las fuerzas poderosas a las que uno no puede enfrentarse solo. Los estados modernos eran suficientemente poderosos para conseguir que los intereses económicos se plegaran a los deseos políticos de la comunidad".
Todo cambió a raíz de lo que Bauman describe en Mundo consumo como "el golpe de Estado neoliberal de Reagan-Thatcher", que puso en entredicho los significados de dos conceptos que entonces parecían tan robustos como "público" y "social". La correlación de fuerzas entre política y mercado se vio bruscamente alterada. "El nuevo poder global no está sometido ahora a la supervisión política. El alcance de los estados-nación sigue siendo local, demasiado pequeño como para poder controlar a los mercados", cuenta el sociólogo a este periódico.
La gran cuestión política contemporánea es, por tanto, "si alguna fuerza política puede contener la marea de globalización desenfrenada de capital, comercio, financias, criminalidad, drogas y armas teniendo a su disposición únicamente los medios de un Estado solitario".
La respuesta es no. Y la crisis económica lo ha vuelto a poner en evidencia. Bauman critica con dureza las medidas tomadas por los gobiernos progresistas para frenar la recesión. "Cada vez es más complicado distinguir entre las políticas económicas de la derecha y las de la izquierda. Ser de izquierdas parece significar ahora hacer de un modo más riguroso el trabajo que la derecha dice que hay que hacer. Y, una vez hecho, paliar las nefastas consecuencias sociales de dicho trabajo", dice.
Acción colectiva y global
Pocos autores pueden presumir de haber inventado una metáfora exitosa para describir los nuevos tiempos marcados por el desarrollo de los servicios globales de comunicación, la caída del comunismo y el triunfo del libre mercado. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman (Poznam, 1925) es uno de ellos. Su concepto se llamó modernidad líquida. Líquida porque, según él, vivimos en un periodo marcado por la inestabilidad y la precariedad.
Bauman cree que la desregulación de los mercados se ha llevado por delante los pilares y los lazos sociales sobre los que se sostenían los países occidentales tras la II Guerra Mundial. La globalización económica no sólo ha afectado a las relaciones laborales sino a todas aquellas que vertebran el cuerpo social, incluidas las familiares y las sentimentales, tesis plasmada por el escritor en libros como Amor líquido (FCE), Vida líquida (Paidós) y Miedo líquido (Paidós).
El sociólogo polaco vuelve ahora a la carga con Mundo consumo (Paidós). Un análisis sobre las posibilidades de supervivencia del individuo ético en una aldea global en la que los gobiernos locales no son capaces de ponerle el cascabel al tigre de los mercados globales.
"Los estados-nación ya no son los soberanos de muchos aspectos de la vida común de sus ciudadanos", cuenta a Público. "Antiguamente lo que distinguía a las socialdemocracias era que creían en que el principal deber de la comunidad era proteger a todos sus miembros de las fuerzas poderosas a las que uno no puede enfrentarse solo. Los estados modernos eran suficientemente poderosos para conseguir que los intereses económicos se plegaran a los deseos políticos de la comunidad".
Todo cambió a raíz de lo que Bauman describe en Mundo consumo como "el golpe de Estado neoliberal de Reagan-Thatcher", que puso en entredicho los significados de dos conceptos que entonces parecían tan robustos como "público" y "social". La correlación de fuerzas entre política y mercado se vio bruscamente alterada. "El nuevo poder global no está sometido ahora a la supervisión política. El alcance de los estados-nación sigue siendo local, demasiado pequeño como para poder controlar a los mercados", cuenta el sociólogo a este periódico.
La gran cuestión política contemporánea es, por tanto, "si alguna fuerza política puede contener la marea de globalización desenfrenada de capital, comercio, financias, criminalidad, drogas y armas teniendo a su disposición únicamente los medios de un Estado solitario".
La respuesta es no. Y la crisis económica lo ha vuelto a poner en evidencia. Bauman critica con dureza las medidas tomadas por los gobiernos progresistas para frenar la recesión. "Cada vez es más complicado distinguir entre las políticas económicas de la derecha y las de la izquierda. Ser de izquierdas parece significar ahora hacer de un modo más riguroso el trabajo que la derecha dice que hay que hacer. Y, una vez hecho, paliar las nefastas consecuencias sociales de dicho trabajo", dice.
Acción colectiva y global
"La única respuesta posible a la globalización económica es el surgimiento de un espacio político igualmente global", cuenta. La tarea no es precisamente sencilla. Bauman sabe que la idea de crear una especie de super Estado democrático global se enfrenta al "escepticismo existente en torno a la viabilidad de una democracia posnacional o de cualquier entidad política democrática por encima del nivel de nación".
El sociólogo polaco también tiene claro que los actuales organismos de acción internacional y las instituciones universales no están preparadas para este cambio. "Parece dudoso que los actuales marcos para la política global puedan dar cabida a las prácticas del sistema político global emergente o servir como incubadoras de estas. ¿Qué podemos decir de la ONU, por ejemplo, creada con la misión de salvaguardar y defender la soberanía plena e inexpugnable de todo Estado sobre su territorio? ¿Puede la fuerza vinculante del derecho global depender de la obediencia que tengan a bien dispensar los miembros soberanos?", se pregunta. Bauman concluye que hay que empezar prácticamente de cero: "Se necesitan nuevas fuerzas para crear un foro verdaderamente global. Y estas sólo podrán afianzarse soslayando a los antiguos actores".
América en crisis
El sociólogo polaco no sólo pone en duda la capacidad de EEUU para gestionar el nuevo organismo global, sino que lo califica de país en decadencia debido, entre otras cosas, a su incapacidad para apagar los fuegos bélicos que ha provocado en otras naciones y a su enorme deuda económica: "EEUU es un país adicto al dinero importado del mismo modo que es adicto al petróleo importado. Ese dinero importado que, tarde o temprano habrá que devolver, no se gasta en la financiación de inversiones rentables sino en sostener el boom del consumo", escribe.
Pese a que tampoco tiene mucha fe en la actual Europa ("Hasta hace poco era el centro que convertía el resto del planeta en periferia, pero ya no goza de semejante privilegio y no puede tener ninguna aspiración seria de recuperar lo que perdió. De ahí el desvanecimiento de nuestra confianza"), señala cuáles son los pasos que debería dar Europa para hacernos salir del atolladero global: dejar de ver a EEUU cómo el líder natural y abandonar su obsesión por la seguridad, que parece guiar sus políticas: "Da la impresión de que está sellando sus propias puertas, al tiempo que hace muy poco (o nada) por reparar la situación que le ha inducido a cerrarlas".
Fuera como fuese, el trayecto transformador propuesto por Bauman está repleto de riesgos. "El camino es tan incierto hoy como lo era entonces, al comienzo de la era moderna y de su fase de construcción nacional y estatal. Lo peor es que no hay mapa alguno de dicho camino, por lo que cada nuevo paso se asemeja a un salto hacia lo desconocido", zanja. Buena suerte a todos, pues.
Pese a que tampoco tiene mucha fe en la actual Europa ("Hasta hace poco era el centro que convertía el resto del planeta en periferia, pero ya no goza de semejante privilegio y no puede tener ninguna aspiración seria de recuperar lo que perdió. De ahí el desvanecimiento de nuestra confianza"), señala cuáles son los pasos que debería dar Europa para hacernos salir del atolladero global: dejar de ver a EEUU cómo el líder natural y abandonar su obsesión por la seguridad, que parece guiar sus políticas: "Da la impresión de que está sellando sus propias puertas, al tiempo que hace muy poco (o nada) por reparar la situación que le ha inducido a cerrarlas".
Fuera como fuese, el trayecto transformador propuesto por Bauman está repleto de riesgos. "El camino es tan incierto hoy como lo era entonces, al comienzo de la era moderna y de su fase de construcción nacional y estatal. Lo peor es que no hay mapa alguno de dicho camino, por lo que cada nuevo paso se asemeja a un salto hacia lo desconocido", zanja. Buena suerte a todos, pues.
(*) Artículo extraído de la edición digital del diario "Público" // martes, 2 de marzo de 2010
1 comentario:
A consumir se ha dicho. Hasta que nos quedemos sin nada.
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