(Artículo publicado en LA OPINIÓN, 20-11-2007)
De la sesión plenaria de clausura de la XVII Cumbre Latinoamericana ha trascendido sobre todo la lamentable apelación del monarca español “¿Por qué no te callas?”, dirigida por un rey a Hugo Chávez, un presidente legítimamente elegido y refrendado por su pueblo, Venezuela. El primer mandatario de ese país criticó en su intervención al ex presidente Aznar por algo que el actual ministro de Exteriores español, Moratinos, ha dicho públicamente: que el ex presidente del gobierno del PP alentó el golpe de estado en Venezuela en abril de 2003. ¿Por qué el monarca español no mandó callar a Moratinos? ¿Por qué no mandó callar a la ‘contra’, mercenarios que, pagados por la CIA y utilizando a Honduras como base de operaciones, hostigaron, hasta derribar, al régimen sandinista de Nicaragua presidido por Daniel Ortega, presente por cierto, y muy próximo al rey, en la Cumbre. ? ¿Por qué coincidiendo con la intervención de éste el rey hizo un desplante y abandonó el salón de sesiones? ¿Por qué no mandó callar a su ‘primo’ Mohamed VI de Marruecos, el que cuestionó su reciente viaje a Ceuta y Melilla, programado para, en loor de multitudes, sacar a la monarquía española del atasco mediático y de aceptación popular en que se encuentra? ¿Por qué no manda callar y enmudecer para siempre a su amigo el sátrapa Abdalah ben Abdelaziz de Arabia? ¿Por qué Juan Carlos desoyó las voces de tantos españoles contrarios a la guerra de Irak y no mandó callar a Aznar? ¿Por qué no mandó callar a dictadores y jefes de Estado de derechas con los que mantuvo, y aún mantiene, una relación más que cordial?
El problema del rey Juan Carlos e incluso el de Zapatero (el que se permitió dar lecciones de democracia y recetas de economía a mandatarios presentes en la Cumbre) y otros jefes de Estado europeos es que aún no se han desprendido del estigma de considerar a los países latinoamericanos menores de edad y, por tanto, necesitados de una suerte de tutelaje. Tutelaje que, bajo la gastada fórmula retórica de la cooperación bilateral y respetuosa, esconde, sin embargo, un ropaje de auténtica intervención en la economía de esos países que está logrando esquilmar los inmensos recursos de todo tipo en ese continente. Las inversiones de empresas españolas como Repsol YPF, Endesa, Iberia, Telefónica, Pescanova… se disfrazan de cooperación. Pero de una cooperación desigual. Cuando los nuevos mandatarios cuestionan el statu quo anterior, surge el conflicto, pues se ven amenazados los intereses españoles. ¿Intereses españoles o los de un puñado de grandes accionistas?
Lo que Europa y España no entienden es que, como dijo Rafael Correa con ocasión de su paso por Murcia como candidato presidencial de Ecuador, algo está cambiando en aquel continente. En Latinoamérica se está asistiendo a un cambio de época. Un puñado de países ha logrado frenar las pretensiones de EE UU de imponer en todo el continente el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), que intentaba consolidar un área de libre comercio desigual desde Canadá hasta la Patagonia. Recientemente, en Isla Margarita (Venezuela), se ha constituido UNASUR, una asociación que pretende cohesionar e integrar, de manera autónoma, al mayor número posible de países de América del Sur. Se va a poner en marcha un Banco Americano para financiar, al margen del FMI y el BM, las inversiones necesarias para modernizar esos países. Además, a instancias de Venezuela, país que posee las mayores reservas petrolíferas de Latinoamérica, una red de oleoductos va a permitir conectar toda esa región. Nuevos presidentes con amplio apoyo popular (a quienes aquí se tilda de ‘populistas’) y nuevos y renovados movimientos sociales nos alertan de que, efectivamente, en el sur del continente americano se está asistiendo a un intento de preservar la dignidad y soberanía de los pueblos frente a la tutela de los de siempre. Algo que, por lo visto, la diplomacia española y, por supuesto, el rey Juan Carlos no han llegado a captar plenamente.
El problema del rey Juan Carlos e incluso el de Zapatero (el que se permitió dar lecciones de democracia y recetas de economía a mandatarios presentes en la Cumbre) y otros jefes de Estado europeos es que aún no se han desprendido del estigma de considerar a los países latinoamericanos menores de edad y, por tanto, necesitados de una suerte de tutelaje. Tutelaje que, bajo la gastada fórmula retórica de la cooperación bilateral y respetuosa, esconde, sin embargo, un ropaje de auténtica intervención en la economía de esos países que está logrando esquilmar los inmensos recursos de todo tipo en ese continente. Las inversiones de empresas españolas como Repsol YPF, Endesa, Iberia, Telefónica, Pescanova… se disfrazan de cooperación. Pero de una cooperación desigual. Cuando los nuevos mandatarios cuestionan el statu quo anterior, surge el conflicto, pues se ven amenazados los intereses españoles. ¿Intereses españoles o los de un puñado de grandes accionistas?
Lo que Europa y España no entienden es que, como dijo Rafael Correa con ocasión de su paso por Murcia como candidato presidencial de Ecuador, algo está cambiando en aquel continente. En Latinoamérica se está asistiendo a un cambio de época. Un puñado de países ha logrado frenar las pretensiones de EE UU de imponer en todo el continente el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), que intentaba consolidar un área de libre comercio desigual desde Canadá hasta la Patagonia. Recientemente, en Isla Margarita (Venezuela), se ha constituido UNASUR, una asociación que pretende cohesionar e integrar, de manera autónoma, al mayor número posible de países de América del Sur. Se va a poner en marcha un Banco Americano para financiar, al margen del FMI y el BM, las inversiones necesarias para modernizar esos países. Además, a instancias de Venezuela, país que posee las mayores reservas petrolíferas de Latinoamérica, una red de oleoductos va a permitir conectar toda esa región. Nuevos presidentes con amplio apoyo popular (a quienes aquí se tilda de ‘populistas’) y nuevos y renovados movimientos sociales nos alertan de que, efectivamente, en el sur del continente americano se está asistiendo a un intento de preservar la dignidad y soberanía de los pueblos frente a la tutela de los de siempre. Algo que, por lo visto, la diplomacia española y, por supuesto, el rey Juan Carlos no han llegado a captar plenamente.