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Desde mi picoesquina
REVITALIZAR EL MUNICIPALISMO
Afirmaba hace unos días en su columna mi amigo José Haro, también colaborador de La Opinión, que para que Sumar, el proyecto que impulsa Yolanda Díaz, segunda vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo, echara raíces habría tenido que estar presente en las próximas elecciones autonómicas y municipales. Y no le faltaba razón.
Voy a centrar mi columna de hoy en aportar unos breves apuntes sobre una de las instituciones más próximas a la ciudadanía, el municipio, con una visión mínimamente retrospectiva para calibrar su importancia en la vida política del país.
HITOS DEL MUNICIPALISMO DECIMONÓNICO. En 1808, con el secuestro por Napoleón de la familia real española en Bayona, y ante el vacío del poder central, surgen las Juntas (locales, provinciales y la Junta Suprema Central) que, además, controlaron y canalizaron las revueltas populares, preservando el orden social vigente. A partir de 1808, cualquier revolución triunfante o derrotada se iniciaba con levantamientos locales y provinciales. Así sucedió en 1820, inaugurando el Trienio liberal, pero ese fenómeno juntero se repetiría también a lo largo del siglo XIX en 1835-36, 1840, 1843, 1854-56 y 1868.
De 1835 a 1868, pues, según la autorizada opinión de Walter L. Bernecker (Universidad de Berna), asistimos a una etapa de luchas populares, protagonizadas también por la clase media y pequeña burguesía, ligadas al liberalismo democrático, al socialismo utópico y al federalismo.
De especial interés es el bienio progresista (1854-56), durante el cual el malestar social de las capas menos favorecidas nutrió las barricadas en un improvisado proceso de participación popular: las juntas se constituían en autoridades que cubrían el vacío del poder local. Existía un paralelismo entre esas juntas y la Milicia Nacional; ambas fueron instrumentalizadas por la burguesía, por lo que fueron dejadas de lado cuando su carácter tendencialmente democrático iba más allá de lo que esa burguesía estaba dispuesta a asumir.
Tras la caída de Isabel II (Revolución La Gloriosa, septiembre de 1868), los nuevos poderes locales (y también provinciales) asumieron la fórmula popular de juntas revolucionarias, con un programa basado en el sufragio universal, la libertad de enseñanza, de cultos y de industria, abolición de la pena de muerte y de las quintas…. Es el mismo programa que defenderían los federalistas intransigentes durante la Revolución cantonal de Cartagena (julio 1873-enero de 1874). Pero en ese año 1868, volvía a repetirse el fenómeno conocido: las juntas provinciales hubieron de someterse al general Prim.
Hay que insistir en que, desde los inicios del siglo XIX y hasta el final de la Primera República en diciembre de 1874, progresistas, demócratas y republicanos federalistas unieron sus propios proyectos a las libertadas urbanas de origen medieval en Castilla, en clara oposición al centralismo de los moderados: “El árbol genealógico de la apuesta municipalista comienza con el primer juntismo, en 1808, e incluye el Federalismo de la I República y el municipio libre del movimiento anarquista”, en opinión de Pamela Radcliff, Universidad de California. Para los progresistas, los demócratas y los republicanos, los municipios eran la base de la libertad y la participación: sobre esos poderes locales debería construirse el Estado-Nación.
Pi i Margall, segundo presidente de la efímera I República y que había bebido en las fuentes de Proudhon, concibió un orden político de municipalidades autónomas unidas mediante pactos federales; lo local era uno de los elementos sobre lo que construir (si bien, desde arriba) la Federación, con una amplia base social formada por las clases urbanas, pequeña y mediana burguesía y los jornaleros. Para este brillante político (según Xabier Domènech, Un haz de Naciones. El Estado y la plurinacionalidad en España), la forma de llegar a la República pasaba por la consolidación del proceso revolucionario juntista.
Más a su izquierda, los republicanos federales intransigentes, que nutrieron las revoluciones cantonales (como la de Cartagena antes citada), defendían que la República debía ser construida desde la base, mediante un comunalismo municipalista.
El colapso de esa I República inauguró un periodo en el que las ideas municipalistas quedaron desplazadas, pues el turbulento periodo del Sexenio condujo, por el ‘miedo escénico’ de las clases dirigentes, al estatalismo centralizador de los liberales de la Restauración.
SIGLOS XX Y XXI. En plena I Guerra Mundial, conflicto en el que España se declaró neutral, surgen en 1917 las Juntas Militares de Defensa, que nada tenían que ver con el juntismo civil anterior, situándose por encima del mismo, sin duda debido al peso histórico de los militares. De hecho, la decisión del Gobierno de declarar facciosa a la Asamblea de Parlamentarios llevó a esas Junta Militares a la salvación del orden oligárquico que denostaban inicialmente.
Por lo que se refiere al periodo de la II República, y en opinión de Pamela Radcliff, “aunque la Constitución de 1931 reconocía el estatus autónomo de los municipios (así como el de las regiones) la formulación de una ley de gobierno local no se incluyó en la ambiciosa lista de prioridades de los republicanos de izquierdas y socialistas del primer bienio […] Los principales portadores del estandarte de la defensa de las libertades locales democráticas durante este periodo fueron los anarquistas […] Si bien no todos los anarquistas incorporaron el gobierno municipal en sus programas, sí atribuyeron un lugar privilegiado a la organización y las estructuras políticas autónomas de base local como fuente de libertad y participación popular”.
El largo paréntesis de la dictadura franquista, con alcaldes elegidos a capricho de los jerarcas del régimen, supuso, como es sabido, una postergación de la larga tradición democrática del municipalismo del país. En cualquier caso, en los últimos años de la década de los setenta del pasado siglo, el potente movimiento ciudadano vecinal se constituía en una poderosa herramienta que incluía las ideas municipalistas clásicas de autonomía local y participación ciudadana directa, desde la que iniciar la democratización del resto de instituciones del Estado. El objetivo de ese movimiento vecinal era la transformación de los barrios en beneficio de intereses colectivos, propugnando la municipalización de servicios, la planificación urbana (participando en la génesis de los Planes de Ordenación –PGOU-), el derecho social a la vivienda, espacios verdes, el transporte colectivo… Movimiento vecinal nutrido, como es sabido, por el esfuerzo de militantes de organizaciones de izquierda, con notable influencia del PCE en pugna, las más de las veces, con ORT y otras organizaciones de izquierda por protagonizar, dinamizar y, en ocasiones, dirigir ese movimiento vecinal, situaciones que vivió en persona quien estas líneas les escribe.
Por último, no podemos obviar la experiencia de los llamados ‘ayuntamientos del cambio’. Según nos recordaba hace unas fechas El País, las marcas locales asociadas a Podemos llegaron a gobernar en 2015 en Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, A Coruña, Santiago de Compostela y Cádiz, pero las divisiones internas y problemas de gestión hicieron que casi todo ese poder municipal se fuera diluyendo, durando tan sólo una legislatura. Y es que, aunque el artículo 140 de nuestra Constitución otorga a los municipios una autonomía y descentralización respecto de los poderes autonómicos y estatales, el problema de los municipios sigue siendo, en muchos casos, el de la asunción de competencias impropias y la infrafinanciación: los ayuntamientos absorben sólo el 15% del gasto público, cuando el Estado autonómico recibe el 35% y el Estado Central, el 50%.
En ese contexto, y según decíamos al inicio del artículo, la decisión de Yolanda Díaz de no concurrir con su proyecto Sumar a las elecciones municipales y autonómicas puede ser otro factor que dificulte el fortalecimiento y crecimiento del espacio a la izquierda del PSOE en los municipios.
Hay que revitalizar el municipalismo, pues una potente democracia local vigoriza, sin duda, la democracia en todas sus esferas.
Diego Jiménez García. Profesor de Historia
@didacMur