miércoles, 20 de junio de 2018

ANTE EL MIEDO AL OTRO

https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2018/06/20/miedo/932154.html



La peripecia del buque ‘Aquarius’, repleto de personas que huyen del horror (cuando se publiquen estas líneas habrá llegado ya al puerto de Valencia), es de plena actualidad en estos días. Pero no es sino la punta del iceberg de una problemática que evidencia la falta de humanidad y sensibilidad de las sociedades occidentales. Ramón Lobo, en un reciente artículo en InfoLibre, nos advertía  de que el primer deber humanitario es precisamente ser humanos. Pero la realidad es tozuda. Unas cuantas cifras, las justas, nos pueden servir para situar la problemática en su contexto. 

Según la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), cada día 42.500 personas se ven obligadas a huir de sus casas porque su vida corre peligro. Unas veces, en el mismo país (desplazadas), y otras, fuera de las fronteras (refugiadas). Y los datos respectos de estas últimas son escalofriantes: en 2015, abandonaron Siria casi 5 millones de personas; Afganistán, 2,7 millones; Somalia, 1,1 millones; Sudán, 667.000; Sudán Sur, 616.000, Congo, 516.000, etc.  Ante esta sangría demográfica que afecta a países ya de por sí empobrecidos, son precisamente otros países también empobrecidos de África los que acogieron, aunque en menor medida, a personas refugiadas. Los mayores contingentes, en Turquía, que, tras su reciente acuerdo con la UE para ejercer de colchón amortiguador del flujo migratorio procedente de Siria y otros países de Oriente Medio, acoge 1,6 millones de personas; Pakistán, 1,5 millones; Líbano, 1,1 millones; Irán, 982.000…

Primera conclusión, pues: al margen de la pobreza extrema y la falta de perspectivas de futuro para la población joven de esos países, es la guerra la responsable de este drama humanitario. Unas guerras auspiciadas y alimentadas por Occidente, en virtud de los intereses geoestratégicos de las grandes potencias, pero de las que este Occidente rico ignora las consecuencias.  Recuerdo, a este respecto, que una persona nada sospechosa de izquierdismo, Manuel Pimentel, fugaz ministro de trabajo de José María Aznar (enero de 1999-febrero de 2000), dijo en una conferencia que dictó hace unos años al aire libre en el Campus de la Merced de la UMU que son precisamente las personas más osadas las que se atreven a abandonar esos países empobrecidos o inmersos en guerras; las más apocadas [sic] permanecen en los mismos. 

Hay que recordar que, en 2016, una reunión a alto nivel en el seno de la ONU puso en evidencia la falta de voluntad de la comunidad internacional para la adopción de medidas urgentes. Pero el egoísmo y la insolidaridad que el neoliberalismo ha sembrado por doquier nos ciega también a título particular. No de otra forma hay que entender la insensibilidad ante la muerte de seres humanos en ese mismo Mare Nostrum al que acudimos a solazarnos y broncearnos cada verano. Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), durante el año 2016 un total de 7.872 personas perdieron la vida en rutas marítimas, 5.100 de ellas (65%) en el Mediterráneo, con mucho la más peligrosa. 

Y si de personas desplazadas y refugiadas hablamos, no podemos olvidar al pueblo palestino. Las recientes muertes habidas por la durísima represión israelí de las protestas por el traslado de la capitalidad a Jerusalén nos recuerdan, precisamente en el 40 aniversario de la Naqba, el drama humano que supuso el desplazamiento forzoso de millones de palestinos tras la guerra árabe-israelí de 1948 y la Guerra de los Seis Días de 1967, que supuso la anexión israelí de Jerusalén, Cisjordania, Gaza, el Sinaí y los Altos del Golán sirios. Más de siete millones de personas palestinas (en Jordania, con carácter permanente, hay más de un millón) están dispersas por el mundo, incluso en Latinoamérica.

Los flujos de refugiados-as y migrantes son una constante histórica. América se construyó con la emigración de millones de italianos, españoles, irlandeses, chinos, etc. Pero en nuestro país, como somos tan proclives a olvidar, no recordamos al murciano, andaluz o extremeño con su maleta de cartón llegando a Frankfurt, Bruselas, Berna o Amsterdam, sin contrato de trabajo en muchos casos, desconociendo el idioma y con la angustia añadida de haber dejado a la familia en España. Ni tampoco al medio millón de personas que cruzaron la frontera tras la caída de Cataluña en febrero del 39, de las que unos miles recalaron en América. 

Nos comportamos en este tema con una profunda hipocresía. Admitimos que el envejecimiento de nuestras poblaciones debería ser compensado con el aporte de ‘savia nueva’, lo que nos enriquecería económica y culturalmente. Pero en esta Europa rica las élites dominantes esgrimen el miedo al Otro: no acoger inmigrantes puede ejercer un efecto disuasorio; por el contrario, acogerlos generaría efecto llamada. Argumento muy caro a las ‘mentes privilegiadas’ del expartido de Gobierno, el PP, y su ‘copia’, Ciudadanos, que no logra disimular la tremenda aversión de la derecha hacia el diferente. Olvidan que el efecto llamada se llama desigualdad y que, como dije arriba, nadie abandona su país si tiene esperanza de prosperar. Emigrar para salvar la vida no es un delito, es un derecho humano, recordó hace unos días acertadamente el articulista Ramón Lobo

Las hasta ahora nulas respuestas de Europa no casan con el espíritu de los Tratados suscritos por la UE: Derecho Internacional del Mar, Derecho de Asilo, Convenios de Ginebra, Derechos del Niño, etc. Europa debe encaminar, pues, sus pasos en la construcción de una política de inmigración y asilo común, con una eficaz gestión de las fronteras compartidas. 

Empero, no todo está perdido. Los primeros en dar respuesta están siendo los ayuntamientos. En 2015, “con la creación de las llamadas ‘ciudades-refugio’, empezaron a generar un caldo de cultivo favorable entre la opinión pública”, nos recuerda la articulista Ruth Ferrero. Eso y las movilizaciones ciudadanas, como la que se anuncia para el próximo día 21, jueves, en Murcia, con motivo del Día Mundial del Refugiado.

Diego Jiménez @didacMur

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