Con una sonora pitada fue recibida la llegada del rey Juan Carlos I en el palco presidencial
del estadio olímpico de Montjuic, el 25 de julio de 1992, en la ceremonia
inaugural de los Juegos Olímpicos ‘Barcelona 92’ . No era la primera vez que
los Borbones españoles eran cuestionados en Cataluña. El pueblo llano tiene
memoria histórica. Y el catalán no puede desprenderse de la carga emocional que
conllevan ciertos hechos del pasado. Aun alejados en el tiempo, aún resuenan en
las calles de la ciudad condal los ecos de aquel fuego de artillería con que el
mariscal James Fitz-James, duque de Berwick, castigó a la ciudad a
partir de la madrugada del 11 de septiembre de 1714. Rendida el día 13 de ese
mes, los Decretos de la
Nueva Planta , impuestos por la vencedora monarquía borbónica,
desposeyeron a Cataluña de sus fueros, e
impusieron el español como la única lengua oficial. Cataluña, a juicio del primer Borbón, Felipe V, era merecedora de tal castigo
por el hecho de no haberse plegado a sus designios y por haber apoyado al
candidato austriaco, el Archiduque
Carlos, en aquella Guerra de Sucesión a la Corona de España a la que
puso fin el Tratado de Utrecht (1713).
Un nuevo bombardeo de Barcelona, esta vez ordenado por el general Espartero, se produjo el día 3 de diciembre
de 1842. El regente aplacó, con sangre y fuego, la rebelión de la ciudad
provocada por la crisis del sector algodonero y la firma de un acuerdo de
librecambio con Inglaterra que perjudicaba a la industria textil catalana. La
justificación de este hecho de fuerza vino acompañada de su frase: “A Barcelona hay que bombardearla al menos una
vez cada 50 años".
Ni que decir tiene que durante el franquismo Cataluña no corrió mejor
suerte, como le ocurrió al resto de españoles. Hay, pues, motivos históricos
suficientes como para que el pueblo
catalán se haya venido sintiendo agraviado respecto del centralismo de Madrid,
por lo que un notable sector de la sociedad catalana abraza las tesis
soberanistas. Pero, dicho esto, es
innegable que lo peculiar del soberanismo catalán del siglo XXI es que parte de las
reivindicaciones segregacionistas están siendo esgrimidas por una coalición,
CIU, que representa sobre todo a la burguesía catalana y se presenta como heredera
del espíritu que impregnó el inicial nacionalismo catalanista de las Bases de Manresa de 1892 impulsadas por Enric Prat de la Riba ,
pero muy alejado entonces de veleidades
secesionistas.
A la hora de redactar estas líneas, siguen las difíciles negociaciones
tendentes a conformar una mayoría estable de Gobierno en Cataluña tras las
elecciones del pasado día 25 de noviembre. Voces interesadas deslegitiman la
pretensión soberanista que sustentó la
campaña electoral de algunas formaciones políticas. Pero la consulta, aunque se
ha desinflado un tanto a la luz de los resultados electorales, no está descartada, en la medida en que, de
renunciar a ella, CiU quedaría condenada políticamente ante muchos de sus partidarios que apuestan por la autodeterminación
catalana.
Pero no puede atribuirse en exclusiva la burguesía catalana la bandera
soberanista. En las pasadas elecciones ha sido perfectamente constatable que el
voto nacionalista ha sufrido también un importante corrimiento hacia la
izquierda, hacia las fuerzas que se oponen al proyecto de saqueo impuesto por
el FMI y Berlín. Los votos y escaños que pierde CiU se trasvasan
mayoritariamente hacia Esquerra Republicana de Catalunya. Y emerge con fuerza,
con tres escaños, la
Candidatura d’Unitat Popular (CUP), una fuerza independentista
con un programa de redistribución de la riqueza y opuesto frontalmente a los
dictados de Merkel y Bruselas. No es
tan clara, pues, la insistente afirmación de que estas elecciones nos han
dejado una Cataluña dual. Recordemos que las fuerzas que sustentan a los
gobiernos encargados de ejecutar los recortes y ajustes en Madrid o en
Barcelona (CiU y PP) pierden 11 escaños, sumando un total de 1 millón 583 mil
votos, mientras que, por el contrario, las fuerzas parlamentarias que se oponen
a ellos suman 1 millón 653 mil, ganando más de 600 mil votos.
En Cataluña, pues, parece que, a la luz de los resultados electorales,
podría empezar a consolidarse un amplio frente de izquierdas entre las fuerzas
que realmente se oponen a los recortes sociales, y para las cuales la marcha
hacia la independencia debería ser, dada la situación actual, una cuestión
secundaria. La dificultad puede estar en
que en ese proceso de sumar y acumular fuerzas parece descolgarse ERC, obcecada
en persistir en una consulta soberanista que le arroja, inevitablemente, en
manos de CiU. Pero, insisto, el nuevo mapa político surgido de los pasados
comicios está bastante alejado de lo que ha venido denominándose una Cataluña
dividida (dual).
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