martes, 4 de diciembre de 2012

¿Cataluña dual?

http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2012/12/04/cataluna-dual/442620.html

Con una sonora pitada fue recibida la llegada del rey Juan Carlos I en el palco presidencial del estadio olímpico de Montjuic, el 25 de julio de 1992, en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos ‘Barcelona 92’. No era la primera vez que los Borbones españoles eran cuestionados en Cataluña. El pueblo llano tiene memoria histórica. Y el catalán no puede desprenderse de la carga emocional que conllevan ciertos hechos del pasado. Aun alejados en el tiempo, aún resuenan en las calles de la ciudad condal los ecos de aquel fuego de artillería con que el mariscal James Fitz-James, duque de Berwick, castigó a la ciudad a partir de la madrugada del 11 de septiembre de 1714. Rendida el día 13 de ese mes, los Decretos de la Nueva Planta, impuestos por la vencedora monarquía borbónica, desposeyeron a Cataluña de sus  fueros, e impusieron el español como la única lengua oficial.  Cataluña, a juicio del primer Borbón, Felipe V, era merecedora de tal castigo por el hecho de no haberse plegado a sus designios y por haber apoyado al candidato austriaco, el Archiduque Carlos, en aquella Guerra de Sucesión a la Corona de España a la que puso fin el Tratado de Utrecht (1713).

Un nuevo bombardeo de Barcelona, esta vez ordenado por el general Espartero, se produjo el día 3 de diciembre de 1842. El regente aplacó, con sangre y fuego, la rebelión de la ciudad provocada por la crisis del sector algodonero y la firma de un acuerdo de librecambio con Inglaterra que perjudicaba a la industria textil catalana. La justificación de este hecho de fuerza vino acompañada de su frase: “A Barcelona hay que bombardearla al menos una vez cada 50 años".

Ni que decir tiene que durante el franquismo Cataluña no corrió mejor suerte, como le ocurrió al resto de españoles. Hay, pues, motivos históricos suficientes  como para que el pueblo catalán se haya venido sintiendo agraviado respecto del centralismo de Madrid, por lo que un notable sector de la sociedad catalana abraza las tesis soberanistas. Pero, dicho esto,  es innegable que lo peculiar del soberanismo catalán  del siglo XXI es que parte de las reivindicaciones segregacionistas están siendo esgrimidas por una coalición, CIU, que representa sobre todo a la burguesía catalana y se presenta como heredera del espíritu que impregnó el inicial nacionalismo catalanista de  las Bases de Manresa de 1892  impulsadas por Enric Prat de la Riba, pero  muy alejado entonces de veleidades secesionistas.

A la hora de redactar estas líneas, siguen las difíciles negociaciones tendentes a conformar una mayoría estable de Gobierno en Cataluña tras las elecciones del pasado día 25 de noviembre. Voces interesadas deslegitiman la pretensión soberanista que sustentó  la campaña electoral de algunas formaciones políticas. Pero la consulta, aunque se ha desinflado un tanto a la luz de los resultados electorales,  no está descartada, en la medida en que, de renunciar a ella, CiU quedaría condenada políticamente ante  muchos de  sus  partidarios  que apuestan por la autodeterminación catalana.

Pero no puede atribuirse en exclusiva la burguesía catalana la bandera soberanista. En las pasadas elecciones ha sido perfectamente constatable que el voto nacionalista ha sufrido también un importante corrimiento hacia la izquierda, hacia las fuerzas que se oponen al proyecto de saqueo impuesto por el FMI y Berlín. Los votos y escaños que pierde CiU se trasvasan mayoritariamente hacia Esquerra Republicana de Catalunya. Y emerge con fuerza, con tres escaños, la Candidatura d’Unitat Popular (CUP), una fuerza independentista con un programa de redistribución de la riqueza y opuesto frontalmente a los dictados de Merkel y Bruselas. No es tan clara, pues, la insistente afirmación de que estas elecciones nos han dejado una Cataluña dual. Recordemos que las fuerzas que sustentan a los gobiernos encargados de ejecutar los recortes y ajustes en Madrid o en Barcelona (CiU y PP) pierden 11 escaños, sumando un total de 1 millón 583 mil votos, mientras que, por el contrario, las fuerzas parlamentarias que se oponen a ellos suman 1 millón 653 mil, ganando más de 600 mil votos.

En Cataluña, pues, parece que, a la luz de los resultados electorales, podría empezar a consolidarse un amplio frente de izquierdas entre las fuerzas que realmente se oponen a los recortes sociales, y para las cuales la marcha hacia la independencia debería ser, dada la situación actual, una cuestión secundaria.  La dificultad puede estar en que en ese proceso de sumar y acumular fuerzas parece descolgarse ERC, obcecada en persistir en una consulta soberanista que le arroja, inevitablemente, en manos de CiU. Pero, insisto, el nuevo mapa político surgido de los pasados comicios está bastante alejado de lo que ha venido denominándose una Cataluña dividida (dual).

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