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"Las clases populares de todo el planeta tienen hoy motivos para no olvidar el legado de la Revolución Rusa"
diego jiménez
07.11.2017
La casualidad ha determinado que la cita con ustedes haya coincidido
con el día en que se conmemora el centenario de la Revolución Rusa, con
el asalto al Palacio de Invierno el 25 de octubre de 1917 (el 7 de
noviembre, según el calendario gregoriano), tema del que voy a dar unas
pinceladas.
La toma del poder por los soviets y por el partido
bolchevique tiene indudables analogías y paralelismos con la toma de la
Bastilla, en 1789, el ascenso al poder de los jacobinos, en 1792, la
revolución prusiana de 1848, o la Comuna de París de 1871, y es un hecho
tan trascendental en la Historia de la Humanidad que el historiador
británico Eric Hobsbawm, en su conocida obra La Historia del siglo XX,
acota temporalmente los límites de esta centuria, a la que califica
como el 'siglo corto', al periodo comprendido entre 1914, con el
estallido de la Primera Guerra Mundial, y el año 1991, el de la
desmembración de la Unión Soviética.
Sin pretender profundizar
en hechos ya conocidos, sí que es bueno recordar, siquiera brevemente,
que esta revolución, en contra de las previsiones de Karl Marx,
se produjo en un país atrasado, semifeudal, de predominio rural y con
el peso asfixiante de la autocracia zarista sobre un territorio que sólo
merced a las inversiones extranjeras, fundamentalmente francesas y
británicas, iniciaba un lentísimo despegue a la industrialización. La
sumisión, lacerante miseria e ignorancia en que vivía la masa campesina
rusa, paliada esta última en parte merced a la labor cultural altruista
de los narodnik, explica la protesta popular protagonizada por las
mujeres el 8 de marzo de 1905, en demanda de pan y mejores salarios, y
que está en el origen del ciclo revolucionario que culmina doce años
después. Ese domingo sangriento es un punto de inflexión. A partir de
ahí, hechos como la obligada concesión al pueblo ruso por el zar Nicolás II de una asamblea parlamentaria, la Duma, la posterior revolución burguesa de febrero de 1917, con el gobierno de Kerenski,
y el creciente protagonismo de los soviets de soldados, obreros y
campesinos que protagonizaron la toma del poder en 1917 fueron hitos
importantes en esa revolución. En la antigua Rusia zarista se dinamitó
el modelo civilizatorio imperante, al suprimirse la propiedad privada e
implantarse el primer estado obrero de la Historia.
La
participación de Rusia, hasta la paz de Brest-Litovks, en la Primera
Guerra Mundial supuso, además, la disputa de la hegemonía a la gran
potencia emergente del momento, EE UU. Aunque su expansión se vio
frenada en los años veinte por la contrarrevolución protagonizada por
los 'rusos blancos', con apoyo de las potencias occidentales, la
revolución rusa fue el detonante de las intentonas de una revolución
mundial que, aunque no cuajó, sí tuvo sus manifestaciones. Eric Hobsbawm
nos recuerda que en España al periodo 1917-1919 se le llama el 'bienio
bolchevique'; movimientos estudiantiles revolucionarios estallaron en
Beijing, en 1919; en Córdoba (Argentina) en 1918, y desde este último
lugar en todo el continente, hasta el extremo que el militante
nacionalista indio N. M. Roy, además de por Moctezuma y Emiliano Zapata, se sintió atraído por Marx y Lenin,
mientras que en EE UU los finlandeses abrazaron el comunismo. No es
preciso recordar aquí, por otra parte, cómo la Europa central fue
barrida por una oleada de huelgas antibelicistas y revolucionarias en
esas fechas, lo que ocasionó la reacción de las clases dominantes y de
lo que es una clara muestra el asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebnecht,
líderes del partido espartaquista alemán, por pistoleros a sueldo del
ejército de la República de Weimar. El influjo posterior de la
Revolución Rusa en todos los continentes es más que conocido. Y la
reacción a tal amenaza también. Tras la Segunda Guerra Mundial, la
consolidación en varios países de Europa del llamado Estado del
Bienestar cabe entenderla como el resultado del miedo de la burguesía a
que las clases obreras del continente se vieran atraídas por la 'amenaza
roja'.
Hoy, desaparecido el enfrentamiento bipolar, las tesis
neoliberales se han impuesto y, con ellas, el pensamiento único
hegemónico, si exceptuamos el freno relativo que la gran potencia china
impone a esa hegemonía, protestas ciudadanas de diversa índole, así como
los avances hacia el socialismo en Latinoamérica. La prestigiosa
periodista canadiense Naomi Klein muestra en su obra La doctrina del shock
que la época política y económica en que vivimos, a la que califica
como capitalismo del desastre, es el resultado de toda una serie de
decisiones destinadas a borrar del mapa de la Historia las múltiples
huellas revolucionarias y reformistas que han marcado el siglo XX. El
viraje ideológico de la socialdemocracia europea (incluido el del PSOE) y
el plegarse a las tesis neoliberales lo inscribe Klein en ese contexto.
Pero las clases populares de todo el planeta tienen hoy motivos para no olvidar el legado de la Revolución Rusa:
los masivos desplazamientos de población, producto de las guerras, la
desigualdad y lacerantes carencias; la crisis medioambiental, con la
amenaza de la extinción de la propia especie humana; el retroceso en los
derechos humanos y la marginación de la mujer; la crisis de la
democracia en todo el planeta?son situaciones que nos invitan a volver
la vista atrás y mirar a aquellas masas populares que, en la Rusia
zarista, nos abrieron el camino de la emancipación y la libertad.