Es claramente perceptible en la
población europea, también en la española, un alto nivel de indignación. En
nuestro país, está siendo directamente proporcional –más bien diría que en una progresión
geométrica creciente- al grado de engaño y manipulación al que quieren tenernos
permanentemente sometidos. Y motivos hay. Abundantes y también crecientes.
Ahora resulta que, una vez que las
agencias de calificación de riesgo de la deuda (Moody’s, Standard&Poors y Fitch,
entre ellas) han manipulado a su antojo, destrozando con sus agoreras
previsiones las economías de Occidente y empobreciendo a millones de personas,
nos anuncian que van a ser reguladas por el Parlamento Europeo. ¿Y por qué no
se hizo antes? Ítem más. Uno de los
máximos responsables también de la condena a la pobreza y desesperación de
millones de familias en todo el mundo, el Fondo Monetario Internacional (FMI),
afirmó hace unos días que quizás las políticas de ajuste aplicadas en algunos
países europeos, entre ellos España, han sido excesivas y han propiciado el
estancamiento económico. Precisamente el FMI, responsable de la imposición de
todas las políticas de ajuste estructural habidas y por haber en el mundo, viene ahora
con esas recomendaciones que suponen un atentado a la inteligencia. ¿Cabe mayor
dosis de cinismo?
Charles Robertson, de Renaissance
Capital, en un artículo publicado en elconfidencial.com predice que España saldrá
del euro en 2014 por la imposibilidad de crear empleo, por lo que necesita la devaluación
para que nuestra economía sea competitiva y crezca, como en los años 80,
cuando con un paro del 20% la devaluación de la peseta estimuló la creación de puestos
de trabajo. Afirma, además, que su tesis dista mucho del momento de complacencia
que viven los mercados y especialmente España, alimentado por algún dato
positivo, como el desplome de los costes de financiación y la pérdida de fuerza
de la petición de rescate. Robertson rastrea precedentes similares a su tesis
de la salida del euro de España en el abandono del patrón oro por parte de EE
UU y Reino Unido, al inicio de los años 30 del pasado siglo, a consecuencia de
la crisis sobrevenida al crack de Wall Street. Y afirma que, ante los negativos
efectos de los recortes sociales y laborales en España, se va a poner a prueba
la fortaleza y resistencia de los españoles como nunca antes en la historia se
ha hecho con una sociedad.
Tras
oír esas previsiones, se entienden mejor, aunque muchos no compartimos, las
apelaciones de Mariano Rajoy a
soportar ciertas dosis de sufrimiento y paciencia ante un año 2013
particularmente difícil. Pero, antes al contrario, Robertson pronostica que,
puesto que los españoles van a llegar a 2014 sin ninguna perspectiva de mejora,
constatarán que Mariano Rajoy les ha fallado y la gente tomará las calles para exigir el cambio. “Aun si el
Partido Popular aguantara hasta las elecciones de diciembre de 2015”, afirma,
“es difícil que el electorado tenga paciencia y si bien en estos momentos no
hay alternativa política tampoco nadie en Grecia había oído hablar de Alexis Tsipras antes de mayo de 2012, y
en junio era uno de los candidatos plausibles a primer ministro”. (Con esta última
reflexión, indudablemente se está refiriendo indirectamente al notable ascenso electoral de IU, cuyo techo es difícil
predecir hoy por hoy).
Es evidente, creo, que entre la población
española cunde en estos momentos la resignación. Pero los poderes públicos son
conscientes de que, en cualquier momento –como afirma Robertson- la gente puede
pasar de la pasividad a la acción. No de otro modo, pues, hay que entender el
proyecto de reforma del Código Penal impulsado por el ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, en cuyo texto, además
de las modificaciones más llamativas, como la denominada prisión permanente
revisable y la custodia de seguridad –cuestionadas por el informe del CGPJ-,
aparecen temas tan sangrantes como la penalización de: la rebeldía ciudadana, la disidencia, la incitación a
manifestaciones, la resistencia pasiva… Se trata, en definitiva, de anticiparse
a lo que pueda venir de la calle e inculcar en la población el miedo. Así como
en el ámbito del trabajo ese miedo viene determinado por una reforma laboral
que trata de anular la capacidad de respuesta de las capas asalariadas, en lo
social, se intenta que el temor a las represalias judiciales sea un elemento
paralizante que anule la contestación ciudadana.
Pero no están los tiempos para recluirnos en
los cuarteles de invierno. Precisamente porque la situación económica, social y
política es particularmente grave, contra la resignación procede responder con
las adecuadas dosis de rebeldía. Sería bueno darle la razón, en este tema, a
Robertson.