http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2012/04/03/sindicatos-siglo-xxi/396078.html
DIEGO JIMÉNEZ
Pese a que voces interesadas han venido exponiendo lo
contrario, no tengo duda alguna en afirmar que la jornada huelguística del
pasado día 29 de marzo fue un éxito. Ante todo, un triunfo de la ciudadanía en
acción. Y, de paso, un balón de oxígeno para unas organizaciones sindicales que
venían siendo objeto de un ataque sistemático y planificado, de cara a debilitar
y deslegitimar su papel de ´interlocutores sociales´, nueva denominación que en
los últimos tiempos se les ha otorgado.
En efecto, los sindicatos de
siempre se trocaron en agentes sociales, diluidos en ese magma del que emergen
también, con fuerza, las organizaciones patronales. A los sucesivos Gobiernos
les ha interesado otorgarles esa denominación. Agentes sociales necesarios para
garantizar la ´paz social´. Las cúpulas dirigentes de los sindicatos han venido
asumiendo, consciente o inconscientemente, ese rol. De manera tal que, a mi
parecer, tras el indudable éxito de la pasada movilización ciudadana, la
aspiración a retomar la negociación con el Gobierno tiene el cariz de, ante
todo, una actitud defensiva.
Sin embargo, los ataques sistemáticos a los
derechos sociales y la gravedad de una reforma laboral pensada, sobre todo, para
mejorar la competitividad de las empresas —más que para generar empleo— han sido
percibidos claramente por los sectores más dinámicos de la ciudadanía en acción.
Los sindicatos, pues, deben captar ese mensaje. Ante todo, deben actualizar sus
estrategias. Deben también mimar sus políticas de alianzas, acercándose a
aquellos partidos políticos y colectivos sociales más proclives a un cambio del
modelo económico. Han de esforzarse por incrementar su autonomía financiera,
cosa que se consigue con un sustancial aumento de la afiliación. Han de entender
que la sociedad del siglo XXI no tiene nada que ver con la del XIX. Es preciso
que tengan claro que el corporativismo de ciertos colectivos profesionales les
incapacita, además, para entender que en el actual esquema de capitalismo
neoliberal, y pese a la diversidad de las relaciones laborales y contractuales,
hay algo en común a todos los asalariados: la percepción de una mínima parte de
las rentas del capital.
Pero esta alienación de muchos trabajadores de
´cuello blanco´ explicaría por qué nunca van a secundar una huelga, porque
alguien les ha convencido de que sus intereses (de clase) no coinciden con los
del trabajador sin cualificación y, además, precario. Por lo mismo, y pese a ser
uno de los sectores más golpeados por la crisis, los autónomos y comerciantes
ven la huelga como algo que no va con ellos.
Por ello, para garantizar
el éxito de sucesivas movilizaciones, se impone que, desde las organizaciones de
la izquierda (incluyendo, claro está, a los sindicatos), se empiece a tomar en
serio la necesidad de ejercer una labor pedagógica.
En primer lugar, para
analizar la realidad, como medio de actuar consecuentemente. Y en ese análisis
de la realidad no debe faltar la constatación de que el capitalismo (europeo y
transnacional) ha tejido un tramado de intereses que exige de los Gobiernos
europeos el papel de meros comparsas. Sin olvidar el enorme peso de las
instituciones comunitarias: un Parlamento Europeo sin apenas capacidad
legislativa; un Banco Central Europeo sin control por los parlamentos y
Gobiernos nacionales, y una Comisión y Consejo que imponen normas que vulneran
la soberanía de los Estados.
A los sindicatos les cabe también la
responsabilidad de reactualizar sus iniciales señas de identidad, recuperando el
internacionalismo proletario, hoy más necesario que nunca en virtud de la
internacionalización de la economía. Los problemas sociales de Europa exigen una
respuesta europea, no exclusivamente nacional.
La tarea es urgente. La
nula sensibilidad mostrada por el Gobierno español, los banqueros y los patronos
ante la contundencia de la protesta y el clamor de la calle es un elemento que
debe mover a las organizaciones sociales, sindicales y políticas a una profunda
reflexión.
Desde mayo del pasado año, las calles y plazas de España
mostraron al mundo que la indignación no es algo abstracto, sino que se
materializaba en miles de ciudadanos y ciudadanas que no se resignan al mero
papel de súbditos en manos de fuerzas políticas y económicas inaprehensibles. La
gravedad de la situación es tal que puede acrecentar a medio plazo la tendencia
hacia una cada vez mayor rebeldía social, incluyendo acciones de desobediencia
civil. Nuestros sindicatos del siglo XXI han de estar preparados para esa
eventualidad.
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