http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2012/03/19/participacion-popular/393010.html
DIEGO JIMÉNEZ
A principios de junio de 1808, el vacío de poder creado
en nuestro país por el secuestro por Napoleón de la familia real española, junto
a la inacción de la Junta de Castilla, llevaron a la formación de Juntas locales
y provinciales, integradas curiosamente por las anteriores autoridades civiles y
eclesiásticas, nobles y notables. Así, el pueblo, protagonista esencial en la
lucha contra la ocupación napoleónica, no accedió a los nuevos órganos de
gobierno. A partir del 25 de septiembre, esas Juntas locales y provinciales
confluyen en una Junta Central. Floridablanca fue elegido su presidente hasta su
muerte en diciembre de 1808. En el contexto de unos acontecimientos bélicos
desfavorables para la Junta Central, se planteó, no obstante, la convocatoria de
Cortes. El decreto de 22 de mayo establecía una Comisión integrada por Manuel
José Quintana, Agustín de Argüelles y Lorenzo Calvo de Rozas.
El avance
francés obligó a los miembros de la Junta Suprema Central Gubernativa del Reyno
a abandonar Sevilla para retirarse hacia la Isla de León (hoy San Fernando,
Cádiz) y renunciar al poder a favor de un Consejo de Regencia, no sin antes
convocar a la nación a Cortes Generales.
La escasa participación del
pueblo llano en esta convocatoria queda corroborada en la Instrucción de fecha 1
de enero de 1810, que aludía a la conveniencia de que los diputados electos
fuesen propietarios. Se estaba recomendando, pues, elegir a quienes acreditasen
la posesión de bienes propios o renta suficiente (elegibilidad censitaria).
Dicha recomendación ignoraba todo un proceso anterior, no suficientemente
conocido, de una notable avidez de participación en la vida pública por amplios
sectores de la población. José Francisco Fuentes nos ilustra sobre la gestación
de lo que hoy denominamos opinión pública, hecho que se produjo en cafés y
tertulias que proliferaban en una ciudad de Cádiz que se resistía a ser ocupada
por el invasor francés. Cierto es que el pueblo llano, sobre todo el campesinado
(quizás por su apego a la tradición, en la línea del mantenimiento del Antiguo
Régimen) seguía estando al margen de ese proceso. La exclusión de amplias capas
de la población de los derechos políticos recogidos en el texto constitucional
que surgió de aquellas Cortes de Cádiz es un hecho evidente. En los debates de
la Constitución de 1812 se enfrentaron dos concepciones opuestas de ciudadanía:
los miembros de la Comisión redactora del texto la limitaban a los «españoles
que por ambas líneas traen su origen en los dominios españoles de ambos
hemisferios», con la exclusión de «los habidos y reputados por originarios de
África». En cambio, algunos diputados de los territorios americanos defendieron
la concesión de la ciudadanía a todos los súbditos de la Corona, con la única
excepción de los esclavos.
En aquellas Cortes quedó, además, clara la
distinción entre ´español´ y ´ciudadano´. Manuel Pérez de Ledesma recoge la
aportación del diputado Aner, quien a comienzos de septiembre de 1811, dijo:
«Como español, [toda persona] tiene derecho a ser protegido por la ley, goza de
la seguridad de su persona y conserva la propiedad de sus bienes», mientras que
«como ciudadano, le corresponden los derechos políticos», es decir, «la
representación nacional y el llamamiento a los empleos municipales». El carácter
de clase del texto surgido de los debates de Cádiz es evidente. La mayoría
liberal que alumbró aquella Constitución era tremendamente refractaria a la
participación popular en la política, reservada al ámbito de los ´notables´, es
decir, quienes tenían propiedades y formación intelectual adecuada. Así, entre
los diputados de aquellas Cortes, integradas por intelectuales, algunos miembros
de la nobleza y un notable número de clérigos (de ahí el carácter claramente
confesional de texto) no se encontraban representantes del campesinado, sector
muy activo en la lucha patriótica contra la ocupación francesa, pero ignorante
de los cambios propugnados por las ideas liberales.
Aquellas Cortes, no
obstante, promulgaron el 19 de marzo de 1812 una Constitución monárquica (el
pueblo español, mayoritariamente, deseaba el regreso de Fernando VII, el
Deseado), en la que la soberanía era nacional (no popular), con división de
poderes; promulgaron la libertad de imprenta, la abolición de la Inquisición, la
reestructuración administrativa del reino de España y la división en provincias;
anularon los privilegios señoriales; decretaron la supresión de señoríos,
gremios y mayorazgos…
Pero las fuerzas de la reacción, tan poderosas en
el devenir histórico del siglo XIX español, condenaron a aquel texto
constitucional a escasos periodos de vigencia (1812-1814, 1820-1823 y
1836-1837). Fernando VII, a su regreso en marzo de 1814, anuló toda la obra
constitucional gaditana «como si nunca hubiera existido». La represión política
se cebó sobre liberales y afrancesados, muchos de los cuales hubieron de
abandonar el país, otra de las constantes históricas.
Hoy, a doscientos
años del alumbramiento de La Pepa y a casi cuarenta años de la Transición,
amplios sectores de la sociedad española propugnan el inicio de un necesario
periodo neoconstituyente, que, esta vez sí, devuelva el protagonismo político a
la mayoría de la población.
Cuando en una celebración procedente, necesaria e ineludible -como el bicentenario de la PEPA- predomina la parafernalia y sólo se destacan los aspectos tópicos, son necesarios análisis serios, como el tuyo, pero en dirección distinta a la predominante en la mayoría de los medios. Gracias Diego. Joaquín Contreras
ResponderEliminarGracias, Joaquín.
ResponderEliminarEs cuanto menos curioso que en ningún medio se hable de la pertenencia a la Masonería de algunos de los padres de ese texto y del peso de esos idearios Masónicos que ahora se quieren celebrar y costaron tanto .... ¿no le parece?
ResponderEliminarhttp://masoneriamurcia.blogspot.com.es
Así es. Pero la historiografía de ese periodo, así como dedica atención al nacimiento de los debates políticos modernos en cafés, tertulias, periódicos, etc., es bastante reticente a reconocer el peso de las sociedades masónicas, que me consta proliferaron en las principales ciudades costeras del Mediterráneo, en la difusión de las ideas liberales y humanistas.
ResponderEliminarEs curioso. Pero así es.