http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2014/04/01/ana-marchado/548205.html
En mi columna de hoy dedicaré
unas líneas a una persona aparentemente anónima, pero que ha transitado por la
vida dejando una huella indeleble en quienes la queríamos. Voy a hablarles de Ana, mi madre.
Vino al mundo en el seno de una
humilde familia de campesinos sin tierras del Campo de Cartagena el 19 de
septiembre de 1923, sólo unos días después de que el Capitán General de
Cataluña, Miguel Primo de Rivera, se
ofreciera al rey Alfonso XIII para
encabezar un gobierno de salvación que, a la postre, derivó en una dictadura de
casi siete años de duración. En su infancia sufrió las limitaciones propias de
la difícil época que atravesaba el país. Creció rodeada de once hermanos y
hermanas. Su fugaz escolaridad fue interrumpida muy pronto por la necesidad de
trabajar en faenas agrícolas varias para compensar la pobre economía familiar.
También por la Guerra Civil. La sublevación que acabó con la República le
sorprendió cuando aún no había cumplido los trece años. Mis abuelos decidieron
que debía de abandonar la escuela, temerosos de que aquellas paredes blancas
inmaculadas de los colegios que, con tanto esfuerzo, había levantado la
República pudieran constituirse en blanco perfecto para la aviación rebelde italiana
y alemana. A partir de ese momento, mi madre sólo conoció la obligación del
trabajo, en el campo y en la cocina, pues era una de las encargadas de preparar
la comida a mis tíos.
Casada muy joven con mi padre, Diego, viudo con una niña y un niño a
su cargo, de ese enlace nacimos cinco hijos más. Y a todos se empeñó en
sacarnos adelante, pese a las dificultades de aquellos duros momentos de la no
tan lejana posguerra. Animosa siempre,
después del fallecimiento de mi padre hace veinte años, su soledad forzada
encontró el estímulo de unas clases de adultos que se impartían en la barriada
cartagenera de Vista Alegre, el lugar en donde
crecimos. Su tesón, tenacidad y perseverancia le llevaron a aprender a
leer y escribir. El flamante título de Graduado Escolar, que, orgullosa,
exhibía en la pared de la casa familiar, testimoniaba la voluntad de superación
de una persona que se negó a permanecer sumida en las tinieblas de la
ignorancia. Y de esas primeras letras que aprendió a unir y de aquellas
palabras que aprendió a separar brotaron, en sus ratos libres, los poemas que
siempre había atesorado en su memoria. Unas poesías cargadas, en ocasiones, de
pesimismo vital y que reflejan parte de la trayectoria de una mujer que, de
haber nacido en otra época, habría, quizás, reorientado su vida en otra
dirección. Poesías que, con el Título “Poemas para el recuerdo”, algunos de sus
hijos nos encargamos de recopilar, con textos
sencillos pero tan expresivos
como éste, dedicado a su maestra de la escuela de adultos: “Los profesores de
adultos/son todos maravillosos/ por tener tanta paciencia/ para enseñarnos a
nosotros. / Pero deben de comprender/ que nuestras mentes están viejas/ y no
podemos aprender/ como el niño cuando empieza”.
Por esa afición a la poesía,
que improvisaba en esporádicos actos y contactos con el vecindario del barrio,
mi madre era conocida como la ‘trovera de Vista Alegre’. Ese acercamiento, modesto pero tenaz, a la creación literaria dio origen a una
memorias que, con el título ‘Mi familia y yo’, manuscribió, robándole horas al
sueño, a mediados de los años 80.
Páginas que conservo con todo cariño, pues fui el encargado de corregir
y mecanografiar el texto. Recuerdos que constituyen un claro testimonio de la
época difícil que le tocó vivir.
Pero Ana destacaba en otras
cosas. De su precoz aprendizaje culinario retuvo unas recetas de comidas
típicas murcianas que nos preparaba con el mayor esmero del mundo, en las
reuniones familiares con las que tanto disfrutaba. Eso hasta hace unos años.
Porque, para nuestro pesar, la enfermedad se ensañó con ella. Una crisis
cardiorrespiratoria, que logró superar, dejó en su cansado cuerpo secuelas que,
a la postre, han contribuido a que su energía vital fuera languideciendo.
Porque mi madre fue una mezcla de entrega y coraje, pero también una persona
golpeada por el pesimismo existencial. Motivos no le faltaron: en 1951 asistió,
impotente, a la pronta muerte de su hijo Joselín,
con cuatro años de edad, el hermano que no llegué a conocer. Por si aquello no
fuera suficiente, recientemente mi hermano menor, Ángel, también nos ha abandonado a la edad de 52 años.
Con el despertar de la
primavera, estación tantas veces asociada a la alegre eclosión de la vida, se
ha apagado la suya. El pasado día 23 de marzo, sólo unas horas después de que
los medios de comunicación anunciaran la muerte del expresidente Adolfo
Suárez, mi madre dejó de existir. Estas líneas son un merecido
tributo a su memoria.
Descanse en paz.
Preciosa dedicatoria tito!!! Para la mejor ABUELA....tuve la suerte de poder compartir en Septiembre unos días con ella,que por mis problemas ya hacia tiempo que no había ido a verla. Verla sonreír me lleno de satisfacción y con esa fotografía me quedo. Allá donde este...Besos
ResponderEliminarMuchas gracias por tus bellas palabras, Fina.
ResponderEliminarTe acompaño en el sentimiento.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo amigo.
Gracias, amigo Finchu.
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