La
muerte de Hugo Chávez ha evidenciado, con más intensidad durante
estos días, la gran manipulación
mediática que ha acompañado a sus catorces años de mandato al frente de la
República Bolivariana de Venezuela.
Como muy bien reconocen algunos analistas, los principales medios de difusión de nuestro país se caracterizan por una limitadísima pluralidad ideológica. En ese sentido, ningún tema como el chavismo ha concitado tantas tergiversaciones, críticas y posturas en las que la visceralidad se ha impuesto sobre la racionalidad. A título de ejemplo, fue vergonzoso el ¿debate? de 24 horas-TVE en la noche en que se produjo la muerte del mandatario venezolano. Por otra parte, la postura de los periódicos de Vocento ha sido la de la crítica pura y dura hacia su gestión. ¿Y qué decir de los del grupo Prisa? El País ha venido erosionando, con sus editoriales, la imagen de Chávez, contando, además, con la colaboración puntual de personas como Moisés Naím o el Nobel de Literatura Vargas Llosa. En el editorial del pasado miércoles, este periódico se despachaba con la afirmación de que Chávez ha sido un caudillo (ojo, no un líder) carismático que ha mantenido al pueblo venezolano en la ceguera de no ver la corrupción y la pobreza. Sin embargo, si contrastamos dicho aserto con datos fehacientes, la realidad es otra. Y la realidad es que, según Vicenç Navarro, en artículo publicado el pasado enero pero que cobra ahora plena actualidad, tomando como referentes a los profesores Carles Muntaner (de la Universidad de Toronto), Joan Benach y María Páez Víctor (de la Universidad Pompeu Fabra), la pobreza ha pasado a ser de un 71% de la población en 1996 a un 21% en 2010, siendo especialmente acentuada la reducción en la pobreza extrema, que pasó de ser un 40% en 1996 a un 7,3% en 2010.
Y Moisés Naím -por
cierto, ministro de Industria con Carlos
Andrés Pérez, y corresponsable, por tanto, de la represión de las protestas
sociales de 1989 (el “Caracazo”) que
causaron al menos 3.000 víctimas- exponía en El País del pasado jueves, día 7, que
Venezuela (sic) “posee uno de los mayores déficits fiscales del mundo, la mayor
tasa de inflación, el peor ajuste del tipo de cambio, el incremento más rápido
de la deuda y una de las mayores caídas de la capacidad productiva, incluso en
el sector del petróleo”. Pero los datos desmienten dicha afirmación. Vicenç
Navarro, apoyándose en los estudios de Mark
Weisbrot, uno de los economistas más reputados de EE UU, aporta una visión
más realista y menos catastrofista: según el Fondo Monetario Internacional, el
déficit público de Venezuela se situaba en el 7,4% del PIB (Moisés Naím decía
que era el 20%). Respecto de la hipertrofia de la deuda pública, ésta
representa el 51,3% del PIB, menor que la media de la UE (82,5%). Y en lo
referente al supuesto colapso de la producción petrolera, lo cierto es que
Venezuela ha exportado menos a EE UU, pero con la idea de diversificar sus
ventas.
No quiero abrumar con más datos. Pero para obtener una visión
más reposada y menos sesgada de la realidad social y económica venezolana,
remito igualmente al lector al análisis estadístico que aporta el economista Juan Torres López (1).
En el plano político-ideológico, por otro lado, se ha venido
acusando a Chávez de ser un sátrapa, un
caudillo despótico y dictatorial, por
haber tenido como aliados a países no democráticos como Irán, Cuba… Cierto. A
lo mejor debería haberse acercado a países aliados de EE UU tan democráticos
como Arabia Saudí, que sigue ajusticiando con prácticas tan abominables como la
decapitación y en donde se le prohíbe a la mujer algo tan elemental como el
acceso al carné de conducir; a Pakistán, que acaba de implantar la sharía en
la región de Swat, o a Israel, país que, como es sabido, se caracteriza por un
exquisito respeto a los derechos humanos, sobre todo con sus vecinos
palestinos.
Lo que no se le ha perdonado a Chávez, ni se le perdona hoy, es el
que, junto a dirigentes como Rafael
Correa, Evo Morales, Raúl Castro, Ollanta Humala, Dilma
Rousseff , Cristina Fernández de
Kichner…, haya impulsado un marco de relaciones en el subcontinente
americano que, por primera vez desde los procesos de independencia en el pasado
siglo XIX, consolidan una colaboración estrecha entre varios países
latinoamericanos (ALBA, UNASUR…) que ha frenado la pretensión norteamericana de
dominarlos a través del ALCA.
Hace unos años, con ocasión de una visita de Rafael Correa a Murcia, pude
preguntarle, en rueda de prensa, si el petróleo de países como Bolivia, Ecuador
y, por supuesto, Venezuela se constituía en un elemento integrador. Su
respuesta positiva corrió pareja a otra afirmación: en Latinoamérica asistimos,
más que a una época de cambios, a un cambio de época. Y Hugo Chávez, con su
legado, ha contribuido a ello.
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article48254#.
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